No sé cuántos cómics, libros o películas habré leído o visto ya sobre el tema de la brujería, y en concreto del caso de Salem, pero es algo de lo que no me aburro. Como decía el Capitán América, “podría estar todo el día así”. Aunque sé el origen, el desarrollo, el final… todo, no me canso de ello. Bien sea por ver si el autor va a enfocarlo por el lado más humano y ruin de la historia, bien por si se decanta por lo demoníaco, o bien si opta por una mezcla, el caso es que es un puto imán para mí, y creo que en gran parte lo es porque la intolerancia y el fanatismo religioso me ponen de muy mala hostia. A ver si no se va a poder hacer una fogata y bailar con un macho cabrío en un descampado cuando a uno le plazca. ¡Faltaría más! Pues eso, que lo de Salem es un imán y como buen trozo de hierro, acudo presto al encuentro.
Lo malo de la historia de Mujeres de Salem es que fue real. Lo peor, que no fue la única vez. Ha pasado más veces, sin ir más lejos, en nuestro propio país se produjo, en los inicios de la Guerra Civil, otra caza de brujas. Los vecinos se acusaban mutuamente por viejas rencillas, límites territoriales, herencias… y veían la oportunidad de eliminar el obstáculo y sacar tajada. Cuando vienen mal dadas, ya sea antaño, cuando las cosechas se perdían, ya sea a día de hoy, cuando el extranjero “nos roba” nuestros puestos de trabajo,… se busca a un culpable. Alguien que pague los platos rotos y devuelva así nuestra tranquilidad y nos ayude a recuperar el orden establecido por una autoridad en… en algo. Y eso es lo que fueron las mujeres de Salem. Falsos culpables, chivos expiatorios. Pues bien, sobre este cómic hay que fijarse bien ya desde el principio en una cosa. El título es Mujeres de Salem y está muy bien elegido ya que así se quiere subrayar el hecho de que aquellas, ya lejanas personas, no eran sino mujeres y en ningún caso brujas.
La historia comienza con una joven Abigail que recibe un regalo de un muchacho amigo suyo. Algo tan inocente como eso en un pueblo tan pequeño como sometido a las normas más puritanas se convierte en una fuente de rumores que conviene atajar cuanto antes. Lo cierto es que, a sus trece años, Abigail ya debe dejar atrás la niñez y empezar a comportarse como una mujer, esto es: evitar hablar con hombres en público salvo que esté acompañada, caminar mirando al suelo, esconder el cabello… en definitiva, pasar inadvertida, ser invisible.
“¿Qué infierno? ¿El de no poder caminar con la cabeza alta? ¿El infierno de ser juzgada por lo que no soy? ¿El de haber nacido mujer en Salem? ¡Ya estoy en el infierno!¿El infierno es este pueblo de hipócritas!”
Además, en uno de sus recados al bosque, conoce a un indio con el que poco a poco tejerá una amistad que le servirá de válvula de escape. Más adelante se le unirá su amiga y después otras más, y ya está el aquelarre montado…
Y, por otra parte, está el reverendo, padre de su amiga, que está decidido a que el pueblo recupere la fe y sea menos permisivo con las conductas que se alejan de la moral y del temor a Dios. Vamos, que el cabronías, porque es el auténtico cabronías con mayúscula de esta historia, lo que quiere es hacer una performance del Antiguo Testamento en Salem. Claro que, para todos salvo para él.
Este cómic cuenta cómo la ignorancia, el miedo a lo de fuera, al extranjero, la religión, las supersticiones y el fanatismo ciego, la intolerancia, la masa emborregada por el pensamiento único, el machismo (derivado de una fuerte tradición religiosa), el puritanismo, la hipocresía… oprimen tanto a unas mujeres que las asfixia y tratan de buscar algo de libertad por su cuenta para relajar la continua vigilancia y supervisión a la que están sometidas siempre, cumpliendo los preceptos que algún hombre dictó hace mucho tiempo. Y serán castigadas por ello. Por ser humanas, por ser personas y, sobre todo, por ser mujeres.
El dibujo, el color y los recursos gráficos (la progresiva demonización de los rostros de la turba linchadora a medida que avanza el libro, el intercalado de grabados medievales…) encajan como picha al culo al tono general de la trama. Y el juego de colores (suaves y pasteles cuando Abigail es feliz y libre en el bosque, y oscuros y violentos cuando no) no son sino un elemento definitorio muy acertado.
Mujeres de Salem es un cómic que hace que te hierva la sangre por la injusticia, por los inocentes. Un grandísimo material si no se conoce la historia de estas féminas, pero igualmente enorme si ya se conocía. Gran historia, y buen formato. Fondo y forma.
Chapó también por la edición de lujazo.