Reseña del libro “Nadie lo sabe”, de Tony Gratacós
Anhelaba aventuras, y aventuras a mansalva he encontrado en este magnífico debut literario de Tony Gratacós. Voto a bríos. Una mayúscula como eje central, la epopeya de la primera vuelta al mundo capitaneada por Fernando de Magallanes y culminada por Juan Sebastián Elcano cuando aquel falleció, en la que encastran otras subtramas relacionadas intrínsecamente con ella. Todo ello en línea con la mejor tradición de novelas marítimas, léase a Melville, Stevenson o, y con visos a la prosa dinámica, ágil y bulliciosa del Arturo Pérez Reverte más náutico y épico, el de La carta esférica y Alatriste, y donde el autor logra desde el primer momento amarrar —nudo marinero de por medio, claro— al lector.
De todo este periplo iremos de la mano — y de la mirada, y de la pluma— del protagonista, Diego de Soto (él y su mundo particular, por cierto, los únicos personajes ficticios de la novela), joven con una pasión desmedida por la verdad, pupilo en Valladolid del cronista más famoso de la época, el sí veraz e histórico Pedro de Anglería, italiano que fue a la sazón cronista oficial de Carlos I y de la crónica del viaje del que esta novela se ocupa. En esta ciudad castellana, de la que conoceremos lugares emblemáticos como el Colegio de San Gregorio, trabará amistad con el mismísimo Elcano. La acción nos llevará más tarde a Sevilla, ciudad que, de manera aún más acentuada que la anterior, recorreremos: el puente de barcazas de Triana, los muelles, la Casa de Pilatos o la Casa de Contratación, en los Reales Alcázares, a donde Diego irá con el encargo de recopilar información sobre expediciones al Nuevo Mundo. Allí se topará con el sorprendente testimonio de un grumete superviviente de la expedición —es preciso apuntar que de una expedición iniciada por cinco naves y doscientos cincuenta hombres solo regresó una, la casualmente bautizada como Victoria, con apenas dieciocho supervivientes— que contradirá la hipótesis oficial y enraizará como una semilla en Diego, que a partir de entonces pondrá en peligro su propia vida en pos de la verdad de lo acaecido en la expedición. En sus propias palabras, “la verdad es la única arma que posee para enjugar y vengar lo sucedido”.
El que avisa no es traidor. O no suele serlo, al menos, porque en esta novela nadie es (todo) lo que parece: navegaremos por aguas muy turbias. Como el propio autor cita en boca de unos de sus personajes capitulares, el obispo Fonseca, mandamás de la Junta de Indias, sin cuya aquiescencia ningún viaje a ultramar se aprobaba, “…hay zonas grises en el gobierno de un reino. Zonas habitadas por espías, prostitutas e intereses inconfesables. Sus armas son el crimen, la mentira y el sexo, cualquier cosa que debilite al enemigo…” Y es en esta zona brumosa por donde Diego y el lector nos moveremos, en esta borrasca en la que nos veremos zarandeados por el vendaval de pistas falsas, intrigas, acusaciones cruzadas y medias verdades que todos los personajes esconden y muestran, embebidos en la trama y alimentando en nuestro fuero interno multitud de sospechas: ¿fue Magallanes un héroe o un traidor? ¿Lo fue Anglería? ¿Lo fue el propio Elcano? ¿Hubo un complot de Portugal, potencia marítima de la época, contra el reino de Castilla, que auspició la expedición tras el rechazo inicial del reino vecino? ¿ O lo hubo dentro de esta, que se agitaba, como señala el autor “convulsa y agitada, en los estertores de un parto, alumbrando un imperio”… contra la propia expedición, bajo cuya bandera navegaba, por intereses espurios?
Es de resaltar que el autor, en un apéndice histórico que se ofrece a facilitar a sus lectores a través de una dirección de correo electrónico personal, desglosa sus fuentes y los datos a partir de los cuales desarrolló la trama en la que expone una hipótesis, una historia alternativa de lo que pudo suceder en el viaje, pero respetando escrupulosamente los hechos históricos. Es decir: ha tratado de mantener la verosimilitud de los acontecimientos pero mostrando los mismos bajo un prisma distinto. Y como él mismo apunta, nadie podrá refutarlo, ya que la historia la escriben los que regresan, y esa es la que pervive. Pero pudo haber sucedido de otra manera. Pudo haber sucedido de esta manera que el autor propone de una manera muy razonable.
En conclusión, Nadie lo sabe es una novela que es más que una novela histórica. Es una novela negra, es un thriller de época; una travesía en la que ha supuesto un enorme e inesperado placer haberme embarcado. Una gozada para los sentidos que ha hecho que me reconcilie con este género al que había hecho a un lado, aumentando mi ansia literaria por historias como estas, plagadas de peripecias, intrigas y viajes que nos trasladan a otros lugares y a otros tiempos; un trabajo monumental del autor reescribiendo esta historia, la historia con mayúsculas —solo comparable quizá a la conquista de la Luna, si no mayor, por lo que en aquella se desconocía—, e hilvanando este trama tan compleja que cuenta con un numeroso elenco de personajes y donde el objetivo de Diego será el mismo que el del lector: la verdad. Sí: nos volveremos tan cronistas como él mismo. Porque, de nuevo por su boca, “no se puede hurtar a la gente el derecho de conocer la verdad de su propia historia cueste lo que cueste”.
Era menester, por tanto, que esta historia de lo que pudo haber sucedido se contase, y que se hiciera de la manera tan coherente, amena e intrigante con que lo ha hecho el autor. Y que sea finalmente el lector, abarloado tras una larga pero provechosa travesía, el que sopese juicioso cuánto de verdad encuentra en ella.
Nadie lo sabe.
El libro me enganchó y no lo dejé hasta terminarlo.