Nadie quiere saber

Nadie quiere saber, de Alicia Giménez Bartlett

Nadie quiere saberSucede pocas veces, pero cuando ocurre es una alegría. Hay ocasiones en las que te encuentras con una serie de libros, que lleva ya un camino rodado, pero al que quizá no habías prestado la atención necesaria. Y llega uno de ellos, y te da un golpetazo en tu mente de lectora y te hace querer más y más de sus personajes. Eso sucede pocas veces, o quizá muchas, vosotros podéis decirme si os ha pasado más de una vez, pero a mí desde luego me ha sucedido en un par de ocasiones. Quizá porque no era el momento adecuado, o porque en mi camino no se contaban las novelas que trataban de crímenes patrios. Y es que hace poco decía en otra de mis reseñas que era curioso cómo últimamente las novelas policíacas han copado muchos de mis ratos como lector y como reseñista (a veces tanto que ya empezaba a imaginarme que era un inspector de policía investigando en mi vida diaria un caso de lo más complicado). Pero hete aquí que, después de muchas novelas, todavía es posible hacerme sorprender con buena literatura, con un caso policial de tinte clásico que nos lleva de un lugar a otro sin parar para darnos el golpe de gracia en sus últimas páginas. Un ejercicio notable, casi diría sobresaliente de lo que se puede hacer hoy en día en la literatura de este, nuestro país.

 

Hoy en día, para todos aquellos que conocen los entresijos del mundo literario, el personaje de Petra Delicado no es desconocido. De hecho, diría que incluso es una de esas protagonistas que, con fuerza propia, se ha hecho un hueco por derecho propio en el mundo policial. Pero yo, que cuando aparecía una novela de este género, miraba para otro lado, debía estar loco al hacerlo porque ahora me doy cuenta (tonto de mí) de aquello que nos perdemos algunos lectores por tener prejuicios sobre algo desconocido. “Nadie quiere saber” me ha recordado a una de esas películas clásicas, de la época dorada del cine, en la que las historias se tejían como un gran telar donde cada personaje, donde cada coma, donde cada punto, no se ponía al azar y la trama avanzaba como si estuviéramos subiendo los escalones que nos llevarán ante un final inesperado, o quizá no tanto, pero que no deja indiferente a nadie. Porque en eso radica precisamente la grandeza de esta novela: en contarnos una historia que, desgraciadamente, podemos ver todos los días en los medios de comunicación, pero desde una posición distinta, desde una posición en la que una de las grandes damas de la literatura española hacen y deshacen a su antojo, en un ejercicio de maestría donde los aprendices tardarán en llegar.

No soy demasiado dado a las alabanzas furtivas, a ese tipo de loas que se cuelan rápido y salen por la puerta mucho más rápido. Cuando yo me dedico a ensalzar las virtudes de una lectura, es por razones de peso (o al menos a mí me parecen de peso claro). Alicia Giménez Bartlett es una de esas autoras que siempre veía de lejos, que siempre me recomendaban, que siempre aparecía en mi lista de pendientes, pero a la que no había dado una oportunidad hasta ahora. Quizá el destino hizo que me acercara lentamente a su bibliografía, qué sé yo. Lo único que sé, ahora mismo, en este preciso instante en el que escribo esta reseña, es que ya va siendo hora de ponerme al día. Estamos ante una historia que revela varios frentes: la familia y sus conflictos llevados al extremo, el mundo lejano, pero a la vez tan corriente, de las mafias instaladas en España, la división tan frágil entre la vida personal y la vida laboral, que a veces se entremezclan formando una bola lo suficientemente grande como para que nos lleve rodando ladera abajo. Y entre toda esa mezcla, sale a la luz una asesinato que hará que el mundo de varias personas caiga en picado hacia la debacle más absoluta.

Las novelas se construyen de muchas formas diferentes y quizá no sepa, en estos momentos, cómo se gestó lo que he leído. Pero lo que sí tengo claro es que, por mucho que se intente describir, nadie puede entender realmente de lo que estoy hablando si no coge el libro con sus propias manos y se pone a leer esta historia. “Nadie quiere saber” es lo que el tiempo es para el buen vino: un acicate para hacer mejor las cosas, para crear una obra sin fisuras, para construir un edificio que se sostiene sobre una base sólida y que los personajes crean con sus palabras, o con las palabras que, en este caso, autoras como Alicia Giménez Bartlett con capaces de unir como la mejor de las costureras de épocas anteriores.

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