«Si Hubert Selby Jr., Charles Bukowski, Ernest Hemingway, Jack Kerouac, William Burroughs, Neal Cassady, Hunter S. Thompson, el marqués de Sade, Antonio Carlos Jobim, João Gilberto, Edward Teach, Charlie Parker, Iggy Pop, Louis-Ferdinand Céline, Robert Crumb, Robert Williams, Joe Coleman, Dashiell Hammett, E. M. Cioran y The Three Stooges hubiesen coincidido en una especie de grasienta y vergonzosa orgía de burdel, Jonathan Shaw sería, sin lugar a dudas, el diabólico y libertino vástago resultante».
Creo que es difícil hacer una crítica más acertada y descriptiva que la anterior; todos esos hombres, entre los que Johnny Deep incluyó hasta al mismísimo Barbanegra, tienen características en común: son personajes irreverentes, inadaptados y que dejaron una impronta especial en su disciplina artística. Deep vio muy clara la marca que su tatuador, Jonathan Shaw, grabó en la literatura con su primera novela, tan clara que le convenció para reeditarla con su propio sello editorial en 2015 y ahora es Sexto Piso quien la publica por primera vez en castellano.
Un inciso antes de meternos en harina: Rubén Martín, el traductor de esta novela, merece que se le haga una referencia especial. Narcisa es una obra especialmente compleja, con mucha jerga, juegos de palabras, vocabulario en portugués, onomatopeyas, reglas ortográficas y gramaticales retorcidas… Y considero que la labor que ha hecho el Martín es espectacular. No he podido compararlo con la novela original, pero sólo por haber conseguido sacar adelante una traducción tan creíble y legible con todas estas complicaciones, me parece necesario mencionar y aplaudir su trabajo.
Centrándonos ya en la novela, Narcisa nos presenta la historia de Cigano, un antiguo traficante a tiempo parcial y yonki a tiempo completo que, tras abandonar la cárcel y haber superado los cuarenta años de edad, decide iniciar una nueva vida en Río de Janeiro. Allí, en una ciudad repleta de vicio, violencia y pobreza, tropieza con la más dura y letal de las adicciones: Narcisa, una joven prostituta con un pasado atroz, un presente desastroso y un futuro que parece imposible de cambiar por culpa de sus múltiples adicciones y de su tendencia destructiva.
Narcisa es todo lo malo del mundo y, al mismo tiempo, todo lo que hace que merezca la pena vivir. Es interesada, cruel, viciosa, avariciosa, zafia, imprevisible, malhablada, ladrona, paranoica, agresiva, inestable, engreída, terca, impaciente, mentirosa y caótica. También es pasional, luchadora, inteligente, culta, curiosa, irónica, nihilista, sincera, risueña, atrevida, cariñosa, imaginativa, decidida y valiente. Narcisa son las mariposillas más agradables que has notado nunca en el estómago y el dolor más agudo y desgarrador que has tenido que padecer.
Por encima de la trama, lo que sobresale en este trabajo es el estilo del autor, muy personal y descarnado. Shaw hace literatura pomposa desde el fango más oscuro y pegajoso: tiene la facultad de embellecer lo espantoso y de hacer que lo aparentemente agradable dé auténtica grima. Su escritura es un viaje con volantazos agresivos, un tobogán de comparaciones, metáforas, e hipérboles provocadoras y siempre al límite de lo moralmente aceptable. Sin duda Charles Bukowski, referente del realismo sucio con quien Shaw compartió conversaciones y botellas cuando ambos colaboraban en Los Angeles Free Press, estaría muy orgulloso de él.
Los pequeños capítulos en los que se divide este libro, de apenas tres o cuatro páginas cada uno, se leen con ansiedad, me atrevo a decir que hasta con gula. No es que sea una novela con un argumento deslumbrante, con muchos giros narrativos y con diálogos frenéticos; más bien todo lo contrario. Shaw se recrea en sus descripciones todo lo que cree conveniente, adjetivando todo lo adjetivable e introduciendo figuras literarias muy por encima de lo habitual en la literatura del siglo XXI. La narración es, de hecho, muy musical; sólo hay que ver alguno de los vídeos que hay por la red en los que Shaw recita algún fragmento para darse cuenta de esa sonoridad, de esa cadencia que pide con ansia una banda sonora a la que amoldarse.
Es un libro extenso y en ocasiones agotador. Agota porque no ves salida a los problemas que sufren los dos protagonistas, porque los dos chocan una y otra vez con la misma piedra: Narcisa con la del crack, Cigano con Narcisa. Ambos tratan de abandonar su adicción, de dejar de ser esclavos de aquello que les está destrozando por fuera y por dentro, pero siempre acaban volviendo a recaer en sus infiernos. Un triángulo amoroso apasionante y pernicioso a partes iguales, del que será difícil prever cuál de los integrantes será expulsado de la relación.
Estoy seguro de que a muchas personas no sólo no les gustará, sino que aborrecerán esta novela a los pocos capítulos. Y me parece la cosa más lógica del mundo: Narcisa no es apto para todos los públicos, no sólo por cuestión de edad, sino también porque requiere una predisposición a enfrentarse a un relato cruel y desangelado y no todos estamos dispuestos a pagar ese precio por leer una gran novela. Para mí es uno de los grandes descubrimientos del año, una lectura que me ha tenido obsesionado desde antes incluso de tenerla en mis manos. Y creo que lo mío también tiene toda la lógica del mundo. Al fin y al cabo, todo en Narcisa son excesos y contrastes.