Narcopiso

Reseña del libro “Narcopiso”, de Paco Gómez Escribano

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Érase una vez un barrio chungo de Madrid. Uno de esos barrios a los que ni el Carapolla ni la loca del coño, que no merece ser nombrada, se plantean pisar ni en campaña electoral para cosechar un puñado de valiosos votos. No llega al extremochunguismo de la Cañada Real, de donde Sergio Ramos se lleva una “supuesta” tajada, pero, al fin y al cabo, un barrio marginal en el que la vida se parece bastante a la muerte.

Ahí pasan la vida, o la mayoría de ella, en el decadente bar de Julito, el Pirri, el Perla, el Araña, el Kilo, el Tije, la pitonisa Carmen y otra gente de mal vivir, sin oficio ni beneficio, que matan el tiempo a base de chinchones y yonkilatas. Cada uno tiene sus movidas y sus jaris. Julito siempre con cara de mala hostia, “simpático como una perforadora de pozos”, pero sirve la priva incomprensiblemente barata. El Perla habla de cosas como libertad, dignidad y manifas al Araña, que no entiende una mierda. El Kilo siempre va pidiendo dos euros, o setenta y cinco céntimos o lo que cuele, para tabaco, porque se gasta el dinero de la pensión del Estado a primeros de mes en las tragaperras. El Tije… no recuerdo lo que hace. ¿Hace algo? Y la falsa vidente echa las cartas y dice a los clientes lo que los clientes quieren oír.

Esta es la fauna y el hábitat en el que nos vamos a mover en esta reseña y que nos va a narrar en primera persona el Pirri. Un tío que no es que sea culto, pero que es muy leído (pero que mucho), sobre todo  únicamente de novela negra (incluyendo a un tal Paco Gómez Escribano) y que de vez en cuando va a soltarnos palabras que le aparecen en los millones de crucigramas que alterna con la lectura ahí, en la mesa siete del bar de Julito, y que se define a sí mismo como “un puto minusválido sin el carné de minusválido, un expolitoxicómano con más secuelas que un veterano del Vietnam, un colgado que iba dando tumbos sin más expectativas que echar un trago y rellenar unos crucigramas y leer unas noveluchas cuyos héroes poco me servían en la vida real.” Todos ellos son fracasados que lo saben, pero que tienen también su punto de dignidad cuando les hinchan los cojones.

El caso es que un buen día Dionisio, un vejete del barrio acude al Perla. Dionisio, y el resto de vecinos de su comunidad, están hasta los huevos de los camellos que ocupan un piso. La policía les echa, pero al día siguiente, o incluso ese mismo día, ya lo han ocupado otros camellos o los mismos a los que han desalojado horas antes. Las escaleras están hecha mierda con meados, vómitos y mierda, con yonkis tirados por las escaleras, y no les digas nada, que te pueden hostiar. Pues eso, que como la pasma no parece arreglar el asunto Dionisio decide recurrir al Perla para que eche a la calle a los camellos de este Narcopiso.

Y como Mayra, hasta aquí puedo leer. El Perla solo no puede hacerlo, y está claro que los camellos son unos mandados y hay alguien más fuerte detrás de ellos, así que intenta convencer al Tije, al Araña, y al Pirri para que entre todos logren su objetivo y se repartan la pasta prometida por Dionisio a partes iguales.

Este es el segundo libro que leo del autor (el primero fue 5 Jotas, nombrado en esta novela, por cierto) y cada vez tengo más ganas de leer más libros del mismo. Escribano tiene un estilo que sabe adoptar a cada tipo de historia y aquí queda patente que conoce el hablar callejero-cheli-yonki como si lo hubiera mamado de niño. Y es una jodida delicia, la verdad. Te zambulles de lleno en la historia principal y en la vida y andanzas personales del Pirri, con esa nevera siempre vacía hasta que llega Lola a llenarla a ella y a él y a su vacío infinito existencial mientras piensas ¿cómo coño acabará esto? Porque bien no puede salir. Es novela negra, y bien no puede salir. Pero deseas que sí, que salga bien, porque todos, prota y secundarios, ya las han pasado bien putas y merecen que alguna vez la vida les dé algo de lo que les ha quitado.

Las hojas van pasando con rapidez y no quieres que acabe el libro porque es de esos que te enganchan por lo que cuenta y por cómo lo cuenta, por todos los detalles, las referencias y autorreferencias, por el vocabulario, por la composición tan rápida que te has hecho del lugar. Porque Escribano escribe libros que a Tarantino le gustaría rodar y a mi ver.

“Y yo pensando en qué coño íbamos a hacer. Yo no era ni Spade ni Marlowe, ni mucho menos Mike Hammer. En las novelas todo parecía muy fácil. Yo me parecía más a os vagabundos de Kromer, a los perdedores de Bukowski, a ese cabrón de Jack Taylor de Ken Bruen. Ni siquiera era capaz de pensar nada si en los próximos minutos no metía algo de alcohol para el cuerpo.”

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