Reseña del libro “Naturalistas en zapatillas”, de Jose Luis Gallego
Pasarán los años y quedará un regusto agridulce, pero quienes lo hemos vivido jamás podremos olvidar esas semanas de cuarentena del 2020. En ese tiempo que entonces nos pareció eterno ocurrieron tantas cosas insólitas, a tantos niveles… ¡El planeta entero!, que nos lo llegan a advertir unos meses antes y habríamos respondido que cuando las ranas críen pelo. Pues criaron. Y los cerdos volaron. Y como aves enjauladas nos vimos obligados a sacar partido a los pocos metros cuadrados de nuestra vivienda, aprendiendo mucho sobre la paciencia y sobre nosotros mismos. Entre las muchas personalidades surgieron Naturalistas en zapatillas, auténticos exploradores en pantuflas que descubrieron que en su casa había más vida que en Marte y que podía ser tan emocionante como estudiar el planeta rojo. Fue también en ese periodo, nos cuenta José Luis Gallego, cuando surgió la idea de escribir el libro de Naturalistas en zapatillas, publicado al fin por Libros Cúpula. Una guía para ayudar al lector no experto a descubrir la naturaleza más cercana.
Con el libro en la mano no pude evitar fijarme en que está impreso en papel ecológico. Un detalle que parece consecuente con el tema que se va a tratar y que suma puntos en silencio. Aunque mis expectativas partían de un nivel alto, pues José Luis Gallego, entre otras muchas cosas, es un divulgador ambiental con un extenso número de obras publicadas y si algo no le falta es experiencia. Esta vez nos trae una guía narrada donde predomina la letra, de modo que se puede leer como si se tratase de una novela, con capítulos breves dentro de grandes bloques, aunque acompañados de vez en cuando por las magníficas ilustraciones del biólogo y artista Francisco José Hernández.
La lectura se centra primero en el entorno más próximo, «En casa», y va ampliando el radio de exploración hasta llegar al apartado «De excursión al campo». Dentro de cada bloque no existe un orden de temas concreto, pero sí pequeños capítulos. Habla de lo vivo y de lo inerte; presentando detalles biológicos y de comportamiento, sobre todo de animales y plantas, pero también de hongos, que todos tenemos al alcance. En el apartado «En casa» he echado en falta animales como la mosca de la fruta o el hongo que crece sobre la piel de la naranja, pero el autor ya advierte que ha tenido que escoger. Si apareciesen todos los seres vivos sería como un listado telefónico, más pesado que el libro gordo de Petete. Las elecciones son muy acertadas porque son fáciles de descubrir.
Los animales se llevan el mayor peso de la redacción, desde «El pececillo de plata de la bañera» hasta «El erizo y el tejón». Los que adoramos y «esos otros» a los que preferimos en fotografía, o ni eso. Me refiero a aquellos que utilizamos para blasfemar o insultar —¡Sapos y culebras! ¡Sucia rata callejera!— y que en nuestra imaginación más perversa soltaríamos a miles a nuestro peor enemigo del día —¡Arañas! ¡Cucarachas! ¡Puaj!—. Es probable que ese rechazo se base en mitos o falacias que el autor te va a desmontar. Porque al margen de los aspectos más técnicos, el texto se intercala con anécdotas personales y curiosidades, de modo que resulta una lectura muy amena.
En lo personal me han llamado la atención ciertas afirmaciones sobre la cigüeña, el grillo o el olmo. En cuanto al «asunto del grillo» lo probaré con el primero que escuche, así una y otra vez durante todo el verano hasta que acabe desarrollando TOC. Puedo arriesgarme ahora que sé lo que es darse «un baño de bosque». Y desde luego no volveré a mirar los tejos de la misma manera.
En especial, me gusta que haya incluido experimentos para que los más manitas, o aquellos que quieran entretener a los críos, tengan en qué afanarse. ¡O qué comer! Porque un huerto en el balcón siempre queda muy apañado. Y aprender a hacer papel reciclado suena como algo que hay que hacer por lo menos una vez en la vida. En ocasiones he echado en falta un croquis que acompañe a las instrucciones, pero es verdad que leyendo con detenimiento está toda la información.
Si la Tierra es nuestro hogar, lo de ir en zapatillas parece coherente, pero de la misma manera que en tu casa no harías según qué cosas, tampoco las debes hacer en la naturaleza. Por esta razón me parecen fundamentales aquellos párrafos que clasifico como «consejos y advertencias». Sí, el libro tiene de todo para todos. Por ejemplo, qué hacer y qué no hacer al encontrarse un animal herido, que no es lo mismo lo doméstico que lo salvaje, el peligro que suponen las especies invasoras, el valor de la naturaleza o la cantidad de acciones que están reguladas por ley y que ignoramos. Entre todas estas píldoras destaca la del postre, al final, algo que José Luis Gallego titula «Decálogo del amante de la naturaleza» y que debería estar tatuado en el cerebro, no ya de los profesionales o aficionados a la naturaleza, sino de todo el mundo. Algo así como los diez mandamientos que deberíamos cumplir.
Naturalistas en zapatillas es una guía que busca «descubrir el encanto de los modestos, la excelencia de los comunes». Para disfrutar en solitario o en familia aprovechando a educar a los niños. En cualquier caso, interesante y ameno, de los que se consultan una y otra vez. El libro nos muestra que no hace falta buscar muy lejos para darnos cuenta de lo poco que sabemos, y que siempre será un buen momento para abrir los ojos a las maravillas de nuestro entorno.