Hace años, cuando las redes sociales y los smartphone llegaron a nuestras vidas, fui de los que pensé que esas nuevas fronteras que se abrían ante nuestros ojos nos harían más libres. Ya no dependeríamos del quiosquero para leer las noticias, del vetusto y agrietado mapa de carreteras para llegar de Madrid a nuestro retiro vacacional, ni de los SMS o las llamadas para conectar con nuestros amigos y familiares. La web 2.0 nos haría unos seres llenos de superpoderes, con toda la sabiduría universal a golpe de clic. Pero como todo lo que toca el ser humano es sensiblemente corruptible, creo que todas estas mejoras nos han hecho aún más esclavos que antes. Nos vemos obligados en nuestro día a día a mantener activos nuestros perfiles en redes sociales, alimentando a nuestros followers con selfies en playas paradisiacas, con stories tronchantes o con posts kilométricos en blogs en los que damos rienda suelta a nuestra oratoria llena de agudeza y fina ironía. Ya no salimos a correr sin nuestros wereables de turno. Ya no nos comemos un chuletón o la hamburguesa más trendy de la ciudad sin antes hacer la obligatoria foto de turno, con ese filtro que hace aún más apetecible la comida. Ya no paseamos por el campo o disfrutamos de un atardecer sin analizar, como si de un cíborg se tratase, la posible foto que pueda otorgarnos un reconocimiento ganado a golpe de retuits y likes a cascoporro. Hasta nuestro noble idioma se ha corrompido, como demuestra el hecho de que en mi párrafo haya usado media docena de palabras inglesas cuya traducción se antoja innecesaria.
Pero, ¿qué pasaría si algún día la tecnología dejara de funcionar? Esta es la pregunta que se hace Roberto Martín Gómez, periodista de cultura de La Sexta, en Náufragos, una fresca y original novela financiada a través de una campaña de crowdfunding. La historia de este libro se sustenta en tres personajes principales. Nico es un camarero y fotógrafo aficionado que disfruta publicando en Facebook sus tradicionales citas espontaneomatutinas. Fran es un trabajador hastiado que ha llenado su curriculum de más cadenas de fast-food de las que puede recordar. Y por último, María, un culo de mal asiento que cambia de trabajo y de color de pelo más veces de lo deseado, que decide ir a la India para poner en claro sus ideas. Un día, sin saber el motivo, todos los relojes electrónicos dejan de funcionar. Las conexiones se paran. Por pararse, se paran hasta las páginas del libro (anclado en la página 80). Internet se ha caído. Es el fin del mundo… o no.
La original narrativa del autor es el punto fuerte de Náufragos. Roberto salta de medio y de personaje sin motivo aparente. Posts en Facebook, blogs, diarios escritos con papel y boli, poemas de váter, notas dejadas en frigoríficos, chats… todo vale para dar forma a esta reflexión que cuestiona nuestro ritmo de vida y analiza todo lo que perdimos anteriormente. Los personajes de la novela aprovechan este parón digital para reflexionar y encontrar el sentido correcto por el que continuar sus vidas. Todo sin Internet se vuelve más pausado, las comunicaciones, los transportes y hasta las personas se ven obligadas a cambiar.
Roberto Martín Gómez nos hace reflexionar con su libro y, a su manera, nos hace ver las bondades y peligros que esta “Aldea global” ejerce en nosotros. En Náufragos se hace patente cómo la aparición de Internet ha cambiado la vida de todo el mundo occidental. Hasta la forma de escribir del autor sufre un cambio cuando en su propia novela asistimos al parón digital. Con Internet, la novela es difusa, directa y poco clara. Sin él, todo es más pausado, la narrativa es más rica en detalles (¡Hay tiempo hasta para hablar de Joseph Conrad y todo!).
Náufragos es una historia muy original que proporciona buenos momentos de lectura y que, sin ser alta literatura, deja tras de sí una pregunta de gran calado y que daría repercusión a cualquier debate que se precie. ¿Cómo sería vuestra vida sin Internet? Yo creo que sería más feliz, aunque tampoco concibo mi vida sin poder conectarme, nada más abrir el ojo por la mañana, a mi correo electrónico o mis periódicos de cabecera. Vamos, que no me veo preparado para contestar a esta pregunta sin caer en contradicciones. Por eso es mejor que leáis la novela vosotros, y luego todos juntos nos ponemos a debatir (aunque sea por redes sociales…).
César Malagón @malagonc
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