Hemos tenido que esperar al centenario del nacimiento de Juan Eduardo Cirlot para disfrutar, por fin, de la novela que la censura quiso negarnos a los lectores. Y todo gracias a Victoria Cirlot, su hija y editora del libro, quien encontró el manuscrito de Nebiros (Ediciones Siruela) abandonado en un armario de casa de sus padres repleto de unos tachones en color rojo que su madre tuvo que explicarle.
En Nebiros, un narrador omnisciente que sabe más del protagonista que este mismo, nos ofrece un paseo por las calles de una ciudad anónima, que a muchos recordará al famoso quartier Pigalle por sus referencias a las librerías de viejo, al ambiente nocturno, a la nostalgia vital que baña las paredes de edificios, plazas y pasajes. Pero que podría ser perfectamente la Barcelona de mitad del siglo veinte, atmósfera en la que el autor escribió la obra. El narrador te coge de la mano y vas junto al protagonista, que no tiene nombre como todo lo que envuelve al relato, por un deambular tanto físico como mental. Muchas veces te pasará mientras lo leas que no sabes si lo que te está contando es lo que ve fuera o lo que siente dentro. Y esa es para mí la clave de este libro, la maestría con que Cirlot mezcla lo imaginativo del personaje con la realidad que este ve.
Mientras seguimos los pasos del protagonista vamos entrando en bares, que nos dan la sensación de ser los refugios de las almas solitarias, al igual que las prostitutas, elemento clave en el relato y una de las causas por la que la obra fue censurada. Tengo que avisar al hipotético lector de que no hay nada dentro de este libro con lo que escandalizarse, ya sabemos cómo se las gastaba la censura en aquella época; todo está tratado además con esa escritura tan poética de Cirlot que convierte lo grave en reconfortante. Seguimos junto al protagonista, que podría ser el propio poeta en sus caminares por la ciudad condal; este nos llevará por la ciudad portuaria perseguido siempre por unas sombras – frutos mentales – que lo atormentan y que le hacen hundirse en la profunda meditación. De su oficina – que me ha recordado en muchas ocasiones al culpable trabajo burocrático que crearon en sus escritos autores como Kafka o Neruda, de los cuales os recomiendo para ello la novela El proceso del primero y el poema Walking around del segundo – a la calle, y de allí a bares y prostíbulos, siempre preguntándose acerca de la utilidad de la vida, del daño que provoca en las conciencias la literatura y de la incomodidad que produce sentirse a todas horas y en todo lugar un extranjero. Se lo pregunta el protagonista pero consigue que te lo preguntes tú también. Debo confesar que hay momentos del libro con tanto contenido reflexivo que al acabar de leerlos te deja solo tres opciones, perfectamente compenetrables eso sí: subrayar, pensar y respirar. Animo a todo aquel que no conozca a Cirlot a hacerlo con esta obra, porque es un genial paso previo a su poesía para adentrarse en su interior y conocerlo en profundidad, aunque nunca nos confiese que el personaje es él.
En definitiva, Nebiros – titulado así en referencia a un dios infernal que el protagonista ve en un libro del que nos hablará en varias ocasiones – no es aquel relato que vieron los censores cargado de malditismo, gnosticismo y nihilismo, sino, y como defendió el propio autor, un reflejo total del interior de este magnífico poeta barcelonés. Recomiendo fervientemente su lectura porque es una demostración de qué ve un hombre de arte, un artista total como fue Cirlot, cuando abre y cierra los ojos.
Víctor González @chitor5