Quienes leyeran mi reseña de Los que duermen, la colección de quince relatos que Juan Gómez Bárcena publicó en 2019, sabrán que me encantó. Por eso no es de extrañar que haya leído ahora su última novela, Ni siquiera los muertos. Sin embargo, lo que yo no me esperaba era que me impresionase aún más que su obra anterior.
Como se anuncia en la primera página de Ni siquiera los muertos: «Aquí se cuenta la historia de cómo Juan persigue a Juan, desde las inmediaciones de Puebla hasta la frontera de Estados Unidos, en un viaje que se prolonga cuatrocientas setenta y cinco leguas castellanas y otros tantos años».
¿Y quiénes son estos dos hombres? Uno es Juan de Toñanes, cumplidor y buen cristiano, soldado de su Majestad el Rey en la conquista de México, que durante los últimos cinco años ha esquivado la miseria persiguiendo indios fugados. El otros es el indio Juan, del que nada se sabe en un principio, más allá de que tiene en su poder un libro notorio. Lo único que el soldado Juan saca en claro es que su misión es capturar al indio Juan y entregarlo a la autoridad competente a cambio de treinta monedas. Y sin más preguntas, emprende su viaje hacia el norte, siempre hacia el norte.
Preguntando a unos y a otros para dar con su paradero, el soldado Juan va conociendo detalles del indio Juan. Unos dicen que fue un niño santo, otros que se ha convertido en profeta. Algunos aseguran que es un asesino, que es un brujo azteca, que es el patrón de una hacienda. Y no faltan los que afirman que solo es un rebelde que quiere cambiar el mundo. Cuantas más respuestas obtiene, más dudas lo invaden, al igual que a los lectores. Y avanzando hacia norte, siempre hacia el note, recorre leguas y corren los años, hasta que llega a nuestros días y se encuentra con el muro de Trump, tras el cual, dicen, está la ansiada fortuna, la esperanza de un futuro mejor. Como ya demostró Juan Gómez Bárcena en Los que duermen, en sus historias no existen las leyes del tiempo y del espacio, y en la persecución del soldado Juan, tampoco.
Ni siquiera los muertos da para analizar y debatir durante horas y horas. Ninguna frase es baladí. Cada una refleja con atino una emoción, lanza una crítica certera, nos dibuja una sonrisa con su amarga ironía. Porque cómo escribe Juan Gómez Bárcena. Es de esos autores que da igual lo que cuenten por lo bien que lo cuentan. Pero es que, encima, cuenta mucho. Las monedas, la travesía por el desierto, los apóstoles y el mismo indio Juan y su libro nos hacen pensar todo el tiempo en el cristianismo, pero no solo disecciona a la Iglesia, sino también, como es evidente por la época en la que comienzan los hechos, al colonialismo, así como al racismo y al capitalismo, sin olvidar el retrato crudo que hace de México y sus últimos cuatrocientos años de historia. Retrato que es extrapolable en muchos sentidos a la historia universal.
¿Captura el soldado Juan al indio Juan? Tendréis que leer las cuatrocientas páginas de Ni siquiera los muertos para averiguarlo, pero os aseguro que, al final, eso es lo de menos. La magnífica prosa y la lucidez de Juan Gómez Bárcena bastan para disfrutar de este viaje.