Nieve en otoño, de Irène Némirovsky
Una breve novela que encierra todo el dolor de lo que se ha perdido para siempre, la nostalgia de un tiempo y un lugar al que poder llamar propio.
¿Qué diferencia una novela de un cuento? Así, de entrada, en lo primero que se fija uno es en la extensión. Luego nos lo pensamos más y nos vienen a la cabeza la oralidad, la profundidad de los personajes, la linealidad y la unicidad del argumento… es un tema largamente debatido por personas que saben mucho mejor que yo de lo que hablan, pero para el lector de a pie, como yo, cuesta creer que una novela de 92 páginas, con tipografía grande y márgenes generosos, sea una novela.
Y sin embargo, a pesar de su brevedad extrema, Nieve en otoño, de Irène Némirovsky, no es que sea una novela, es que es una gran novela, una epopeya histórica, una saga familiar, condensada hasta lo inimaginable, destilada como un potente licor.
Sin perder un ápice de su épica, de su magnífica definición de ambientes y personajes, sin dejar de tener “textura” de novela, Irène Némirovsky consigue condensar la historia de la familia Karin, desde los grandes acontecimientos de los que son testigos hasta sus pequeñas nostalgias, en menos de un centenar de páginas.
Un palacio rodeado de nieve. Un lujoso baile. Todos ríen, beben y bailan, aunque están celebrando una despedida: los chicos, como han hecho generación tras generación, parten a la guerra. Sólo Tatiana, la vieja nana que los crió, como antes crió a su padre, permanece ajena a la fiesta.
Nieve en otoño podría ser otra revisión de la convulsa historia de Rusia. También la sencilla historia de Tatiana Ivanovna, la anciana sirvienta de la aristocrática familia Karin, testigo de su esplendor y custodia de sus secretos, que tras la Revolución decidirá voluntariamente seguirles en su exilio y su miseria. En realidad es todo eso y más: la narración discurre por caminos escondidos, íntimos, más cercanos a los anhelos y frustraciones de los personajes que a los terribles acontecimientos históricos.
A base de breves escenas y diálogos, Irène Némirovsky esboza la Rusia de los zares, la Revolución, la huída, la vida en el exilio. Del mismo modo en que Boris Pasternak retrató el exilio interior con su Doctor Zhivago, Nieve en otoño es un recorrido por las distintas facetas del exilio exterior: la diáspora por la Europa de entreguerras, los duques y condes ganándose la vida como taxistas o dependientes en París, los jóvenes, perdidos entre su educación tradicional y aristocrática y la permisiva vida occidental.
Y en el centro de todo, Tatiana. Si los Karin han perdido su fortuna, su hacienda y su influencia, la vieja Tatiana ha perdido mucho más: ella pertenecía a la hacienda familiar, como un mueble más, y toda su existencia tenía razón de ser sólo en aquel sistema social. Ellos reharán sus vidas en París, cada uno de la manera que pueda, pero la anciana no: lejos de Rusia ella ni siquiera sabe quién es.
Quizá la actitud de Tatiana sea difícil de comprender. ¿Qué le mueve, tras una vida de sumisión y trabajo duro a cambio de nada, a seguir por media Europa a sus antiguos amos? ¿Por qué los sigue considerando sus amos, cuando para ellos ahora no es más que un estorbo? Podemos pensar que pesa más la certeza de tener un lugar en el mundo que disfrutar de libertad, que es mejor pertenecer a un sistema social injusto que no pertenecer a nada. Podemos argumentar que Tatiana actúa movida por la ignorancia, o por el miedo, en lugar de por un sentimiento de entrega desinteresada. Cada cual tendrá su opinión, pero Irène Némirovsky no se detiene a hacer juicios, para ella lo importante es el dolor de los que no pueden volver a su patria porque ya no existe, la nostalgia por un mundo que ha desaparecido para siempre. Nostalgia por los que murieron inútilmente. Nostalgia por tener un lugar en el mundo, aunque sea como sirviente. Nostalgia por la nieve en otoño.
Cualquier gran escritor ruso del siglo XIX podría haber escrito la saga de los Karin y de Tatiana. Aunque hubiera necesitado muchas más páginas, claro. La herencia de sus ilustres predecesores se aprecia en la pluma de Némirovsky, pero ella, de algún modo, sabía que no disponía de tanto tiempo como ellos para escribir sus historias.
Irène Némirovsky era hija de uno de los banqueros más ricos de la Rusia zarista. La Revolución de Octubre les obligó a ella y a su familia a exiliarse en París en 1919, al igual que les sucede a los protagonistas de Nieve en otoño. En 1929, con veintiséis años, comienza a publicar y a mediados de los años treinta ya es una autora de reconocido prestigio. No le sirvió de mucho; si para los bolcheviques su crimen era pertenecer a una familia burguesa, para el infame régimen de Vichy era su origen judío la culpa por la que debía pagar. Su caída en desgracia comenzó con la prohibición de publicar y terminó en Auschwitz, en 1942, donde murieron ella y su marido. Mientras, sus dos hijas lograban escapar de Francia cargadas con una maleta llena de manuscritos de su madre.
Poco a poco Némirovsky fue siendo relegada al olvido. Ella, que contaba con la capacidad para relatar los grandes temas de Dostoievsky y con la mirada íntima y precisa de Chejov, era un incómodo recordatorio de la Francia colaboracionista y antisemita. La publicación en 2004 de Suite francesa, su crónica de la ocupación y rendición de Francia, rescatada de la famosa maleta, sirvió para recuperar la memoria de esta gran autora.
Hoy, casi 70 años después de su muerte, deberíamos ser capaces de hablar sólo de literatura y hacer así justicia a una gran escritora, capaz de emocionarnos con la soberbia narración de las vidas de unos personajes que tuvieron que vivir tiempos realmente difíciles y, a la vez, supieron no dejar de perseguir sus sueños.
Javier BR
javierbr@librosyliteratura.es
Reconozco mi bsoluta ignorancia de esta autora, pero despues de leerte intentare leer algo de ella.
Un saludo
Leeré este libro. Admiro a quién es capaz de contarme una historia en menos de 100 páginas.
una gran reseña, espero que para un “Gran Libro”.
No conocía a la autora pero tu reseña me ha gustado mucho. Buscaré este libro, que en una época donde parece que si no se escribe mil páginas no hay buena novela, leer una buena historia en tan pocas páginas se agradece y mucho.
Besotes
En mi modesta opinión, Irène Némirovsky es una escritora muy recomendable que ha sido injustamente olvidada, quizá debido a las circunstancias de su muerte.
Y también en mi opinión, más modesta aún en este caso, me cuesta creer que una historia que se cuenta en 800 páginas no pueda contarse en 200. Probablemente se trate de modas, o quizá es lo que el lector demanda, pero yo prefiero libros más breves.
Gracias por vuestros comentarios, pepebadajoz, Susana, Margarita. Un saludo.
Susana, Javier, coincido con vosotros: se tiende a pensar a veces que una gran novela lo tiene que ser también en extensión. Yo creo que una gran novela es aquella a la que no le sobra ni una sola página.
Este parece un libro hecho para mí!
Rusia! ¿Qué más se puede pedir? Debo confesar que la autora, después de El maestro de almas, me dejó alguna duda porque el libro no lleno mis expectativas. De todos modos, con El baile si lo hizo y lo que tienen de similar con esta novela, es que son cortísimas.
Por lo tanto, tendré que darle una oportunidad.
Muy buena reseña! like always!
Pues sí, seguro que te gustaría. Es una gran historia muy bien escrita, pero además rezuma nostalgia por Rusia por los cuatro costados. Gracias por tu comentario, Rosario.