De un tiempo a esta parte (no sé cuánto realmente, puede que dos o tres años, no creo que más, aunque esto del tiempo es tan relativo, y además, tampoco importa demasiado) he visto proliferar en librerías, centros comerciales de todo tipo de estofa y fruterías muy a lo wonderful libros del tipo “¿Me cuentas tu historia, papá?”, “Así es papá”, “Querido papá: entre tú y yo”, o similares con la variante de mamá, abuelo y abuela o el más genérico y polivalente “Cuenta tu historia”.
Son libros que, reconozco que pueden ser necesarios en un tiempo en el que vivimos cada vez más pendientes de la pantalla del móvil, de la tablet, del ordenador, del smartwatch, de la televisión… y cada vez menos de las personas. Más tecnología y menos comunicación. Paradójico. Por eso sería bueno pararse a pensar de vez en cuando en cuánto sabemos de nuestros padres. Es difícil verlos como niños, ¿verdad? Siempre los hemos visto como “mayores”, adultos, sabios… Siempre estaban ahí cuando los necesitábamos, incluso cuando creíamos que ya no nos hacían falta. Pero ellos también fueron niños, adolescentes y jóvenes. Tuvieron ilusiones, sueños, ambiciones, fracasos, éxitos, miedos, frustraciones, desencantos y obligaciones.
En Niño prodigio, la primera “obra seria” de Michael Kupperman, este escribe la biografía de su padre. Un padre que siempre había rechazado hablarle de su infancia, que siempre esquivaba el tema como podía, lo afrontaba con evasivas y se salía por la tangente. Hasta que un día viendo juntos la tele hizo un comentario sobre ese periodo de tiempo hasta entonces tabú. Era algo insólito.
Sin embargo, poco después le sería diagnosticada demencia. El hijo pensaba que por fin podría conocer esa época oscura de su padre; creía que estaba decidido a contar y compartir esas experiencias, cuando lo que realmente estaba ocurriendo era que estaba sumergiéndose en una amnesia y que no era que ya no le importara hablar de ello, sino que no se acordaba de que no le gustaba recordarlo, a pesar de que cada vez era menos lo que recordaba.
Michael por fin podría conocer todo lo relativo al concurso Quiz Kids. Su padre, Joel Kupperman fue considerado un niño prodigio durante la Segunda Guerra Mundial, (aunque él mismo nunca se consideró así), desde que a los cinco años participara de manera ininterrumpida en el programa radiofónico. Casi diez años en los que no tuvo infancia gracias a, o, por culpa de, su madre, que empleaba todas las tácticas psicológicas a su alcance para que su hijo siguiera en el mundo del espectáculo, a pesar de que, con el tiempo, este llegó a detestarlo.
Esperaba que el cómic se mostrara más emocional y emotivo, que mostrara el contraste de la vida “pública” y la familiar, que indagara algo más en los aspectos de la infancia de Joel, en la envidia y el odio que generaba en otros chicos de su edad (al principio no conocían su rostro), en cómo repercutió en la familia que formó…
Sin embargo Niño prodigio no es un libro “Disney”. En ese sentido es de una asepsia emocional que asusta, y lo es porque pretende, o eso creo, ponernos en el lugar del niño prodigio que ha crecido y no sabe cómo desenvolverse en la vida. Tiene todas las respuestas a las preguntas que se solucionan acudiendo a los libros y ya. Datos y más datos acumulados, la mayoría innecesarios, pero a la hora de responder a las verdaderas preguntas, las que te hace la vida, es un analfabeto callejero y un ignorante emocional, como queda patente en una de las anécdotas.
Un cómic triste, dramático, tanto por la presión de una madre que privó a un hijo de una infancia normal, como por el envejecimiento y la demencia del niño que nunca se consideró a sí mismo prodigioso y que arrastró con él unas carencias que repercutieron en toda la familia.
Un cómic que merece la pena leerse y que ha ganado el Premio de la crítica 2018, el de mejor libro del año según la Biblioteca Pública de Nueva York, mejor libro de año en Publisher’s Weekly y mejor novela gráfica del año en Comics Beat. Pero, hey, que a mí los premios me la pelan y mucho y no me hace falta ninguna fajita para decir que este cómic es bueno bueno.
Un cómic que investiga sobre la figura paterna para comprenderla, que se lee con mucho interés y se engulle en dos bocados. Y, con suerte, tal vez te haga preguntarte sobre la vida que vivieron tus padres. Sería un bonito corolario.
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