Estoy un poco harto de esa coletilla que se ha convertido en habitual a la hora de describir cierto tipo de libros de no ficción: “se lee como una novela de suspense”. John Banville, un autorazo, todo hay que decirlo, lo escribe en referencia a No digas nada en su cuarta de cubierta, y me parece del todo innecesario. ¿Hace falta que un ensayo, una crónica en este caso, se parezca a una novela para que nos resulte atrayente? ¿Tiene que ser ese su atractivo? Me van a perdonar la comparación, pero es como tener sexo imaginando a una persona distinta de aquella con la que estamos.
Inventar es el fundamento de la ficción, de la novela. Conviene echar un vistazo al principio de la lectura al último epígrafe (“Notas sobre las fuentes”) para darse cuenta de entrada de que Patrick Radden Keefe no inventa nada. Lo que relata ocurrió en realidad, no hay que olvidarlo porque eso precisamente convierte su obra en monumental y sobrecogedora, más allá de que la notable habilidad con la que consigue contarla haga de ella una obra narrativa, que no ficcional.
No digas nada parte de un suceso concreto: la desaparición de Jean McConville, una viuda de treinta y ocho años con diez hijos menores de edad a la que un día de 1972 arrancan de su casa en Belfast sin más explicaciones. Tras ese aterrador primer capítulo, en el que el destino de McConville y los suyos queda pendiendo de un hilo, el autor traslada el foco a las raíces del conflicto de Irlanda del Norte (los Troubles), lo que explica (que no justifica) la barbaridad que lanza a los diez muchachos McConville al desamparo más absoluto. En capítulos sueltos seguiremos el infortunio de esta familia e iremos descubriendo los detalles que se esconden tras el suceso, pero el punto fuerte (fortísimo) del texto será la crónica que Radden Keefe hace de los Troubles a través de los algunos de sus principales protagonistas. No digas nada consigue meternos en el asfixiante ambiente de los distintos barrios de Belfast o de las celdas de la prisión de Long Kesh y nos lleva a conocer a la perfección a Dolours Price, una activista del IRA Provisional cuya ascensión en la organización seguimos detalladamente, a Brendan Hughes, uno de los más violentos del movimiento, o a Frank Kitson, oficial británico, entre otros, que pasean por sus páginas con mayor importancia que Gerry Adams o Margaret Thatcher.
Así, a lo largo de las páginas comprendemos de qué manera lo que empieza siendo tensión entre grupos religiosos rápidamente se traslada a un conflicto político con la autodeterminación de por medio, entendemos cómo se forma el IRA, aprendemos sobre sus diversas facciones y somos testigos de la reacción militar del gobierno británico, elementos todos que harían que los Troubles se convirtieran en algo más cercano en número de muertes y en brutalidad a una guerra civil que a unos “disturbios”. Las lealtades y los radicalismos que atraviesan todo el proceso se entienden mucho mejor cuando se lee sobre las historias familiares que hay detrás, sobre los legados que las sostienen, y en eso este libro alcanza un nivel altísimo.
No digas nada está lleno de nombres y fechas que nos resultan familiares (Bloody Sunday, los acuerdos de paz del Viernes Santo) pero que por lo menos para mí no han cobrado un significado completo hasta ahora. Además contiene interesantes y relevantes reflexiones sobre el uso del lenguaje en las guerras, sobre el control del discurso y el manejo de la opinión pública. Y si bien en ningún momento se posiciona de manera evidente, eso no evita que uno termine tomando partido en ocasiones por alguno de los bandos.
Ganador de varios premios, nombrado unánimemente en las listas de los mejores libros de 2020, No digas nada resulta del todo imprescindible para quien esté interesado en el tema, y diría que muy recomendable para quienes quieran disfruten de la historia contemporánea y del análisis político.