Antes de empezar a leer me preguntaba sobre cuántos libros deben de haber dentro de cualquier librería en los que el autor o el personaje hable de la figura del padre. Lo pensaba porque este es uno más. Pero no por ser uno más es uno prescindible. Si hay tantos será por algo, y ese algo tiene que estar dentro de nosotros los lectores. Porque si están es porque se compran y si se compran es, o por favor que lo sea, porque se leen, y si se leen es porque el tema lo pide, porque pedimos ese tema. Y como lo pedimos, uno más. En este caso es Ricardo Menéndez Salmón quien se quita la careta de novelista y muestra su yo más personal con No entres dócilmente en esa noche quieta. Eso sí, no cambia de sello, sigue siendo Seix Barral.
El padre como excusa, como razón, como necesidad de libro. En No entres dócilmente en esa noche quieta, con título de verso de Dylan Thomas y dedicatoria, cómo no, a su padre, Menéndez Salmón nos habla de la figura paterna desde la perspectiva de quien ya ha dejado madurar la pérdida, quien ha esperado hasta el momento preciso (como si lo hubiera) para poder hablar de la forma más fría y sensata posible del lastre, carga o marca de nacimiento y por vida que muchas veces puede llegar a ser un padre. En su caso nos habla de cómo su infancia fue una convivencia con la enfermedad, la de su padre, bebedor y con problemas del corazón, que cierto día queda relegado a una cama, a la inactividad, al sedentarismo al que una poco cuidada vida lo condena y lo lleva a condecorarse como uno de los pocos supervivientes de un cuádruple bypass coronario. Entre la enfermedad, un Menéndez Salmón como hijo único, contemplando a una madre estoica, capaz de cuidar de por vida al marido aun con sus cambios de humor, sus borracheras, los delirios de alguien que quiso en algún momento ser actor y acabó encontrando en el alcohol su mejor escenario. Y a su hijo como único espectador. Leemos a Menéndez Salmón sin artificios, directo y puro, sin echar mano de la literatura para contar la verdad. Él mismo lo dice, este libro no es una deuda sino una necesidad. Y como tal, qué mejor que en crudo.
En No entres dócilmente en esa noche quieta damos un repaso a la vida de Ricardo Menéndez Salmón de la mano de él mismo. Desde la infancia con un padre enfermo y bebedor como ejemplo de vida a una vida adulta en la que él tiene que ser el padre, en la que ya queda él mismo como último hombre de la familia y le toca coger el testigo de ser y convertirse en ejemplo para otros. Leemos sobre su adolescencia, sobre su temor a la misma caída paterna, su miedo a ser igual (con el peso añadido del mismo nombre que el padre), sus traumas y consiguientes enfermedades, sus ansiedades, su forma de paliarlo a través de la escritura. Todo ello acompañado de divagaciones propias de un escritor de la talla y experiencia de Menéndez Salmón. Leemos también sobre cine, tanto clásico como moderno, sobre literatura, sobre el oficio de escribir y, sobre todo, sobre el oficio de vivir. Sabedor de que ha pasado los años de más peligro, Ricardo Menéndez Salmón escribe aquí como alguien, usando sus palabras, «si no indemne, al menos invicto».
En definitiva, un libro profundamente honesto, escrito tras la espera a partir de la muerte del padre, tras el tiempo de recapacitar, de aceptar, de entender y perdonar. Un libro de un hijo que sabe que esas líneas que escribe van a ser sus últimas palabras como hijo para pasar a ser a partir de ese momento padre. Porque ahora él es el padre, y probablemente este sea el mejor espejo en el que mirarse cuando arremetan las dudas, cuando vuelva a aparecer la culpa, cuando todo se tambalee y sea el libro el que controle y evite la caída. Un libro más de esos que curan porque hacen daño. Y un libro que cura nunca puede ser prescindible. O este, por lo menos, no lo es.