Cuando pensamos en una biografía lo hacemos, en muchas ocasiones, de manera demasiado simple. Nos limitamos a los hechos, a las acciones, e ignoramos que la materia que constituye la vida de una persona es prácticamente ilimitada. Puede resultar interesante analizar a cualquiera en función de sus empleos, de los lugares que habita, de su animales de compañía o, como en el caso que nos ocupa, de sus libros y lecturas. Y de sus no lecturas, claro está.
No leer, de Alejandro Zambra, funciona como una suerte de autobiografía del escritor chileno a través de la recopilación de más de medio centenar de artículos y ensayos breves que ha ido diseminando por distintas publicaciones latinoamericanas desde 2002. Como, por fortuna, Zambra sigue vivito y coleando, este es un libro mutante, en continua evolución, y nómada desde el punto de vista editorial (algo bastante interesante para según quién). Existe una edición de 2010, a cargo de la Universidad Diego Portales de Chile, a la que siguieron, ya en 2012, la de Alpha Decay en España y la de Editorial Excursiones en Argentina. Ahora es Anagrama quien toma el relevo en una suerte de cuadratura del círculo, dado que casi toda su obra se encuentra en la editorial barcelonesa.
Como ya comenté hace poco en referencia a Mis documentos, leer a Alejandro Zambra siempre tiene algo de familiar, un punto que se asemeja a mantener una conversación con un amigo cercano. En este caso, una que comienza con libros, en un café quizá, algo tranquilo. A esto recuerda la primera parte de la obra, más ligera y rápida, que orbita en torno a reseñas breves de obras y autores. Un diálogo que puede convertirse más bien en un monólogo si uno no se ha leído el título en cuestión, pero que no es mala manera para descubrir nuevas firmas y además tener un buen panorama de la literatura chilena más allá de los imprescindibles, que también aparecen citados. Entre medias, todavía en esta primera sección, van surgiendo algunas reflexiones particulares sobre el vicio lector y la adicción bibliófila. Cercano, ambiguo sin resultar ininteligible, ácido consigo mismo y con los demás, en estos apuntes es en los que más reconocemos al Zambra que resuena en sus novelas. Cualquiera que pase más tiempo escogiendo los libros que se lleva a un viaje que la ropa que mete en la maleta comprenderá a qué me refiero.
En la segunda parte se le suelta un poco más la lengua y, tomando prestada una de las imágenes que aparecen al principio, cuando describe la biblioteca de un amigo, se diría que por fin nos deja acceder allí donde tiene guardados los mejores libros, aquellos que no presta a nadie para no perderlos. Ribeyro, Nicanor Parra, Pavese: surgen los grandes referentes, se apelmaza el verbo, resulta un poco más decorado entonces. La conversación de café se convierte en barra de bar y tres copas, y ya hay que estar un poco borracho para poder seguir el ritmo de nuestro amigo en su recorrido por su panteón propio. En la tercera y última sección, casi de resaca, recupera la cercanía con unas notas breves sobre cómo se gestó Bonsái, quizá su novela más celebrada, y la relación entre los libros y el cine.
En resumen, No leer es un elogio a la lectura libre, a la que realizamos fuera del corsé académico. Un alegato simpático, entre coloquial y académico, en contra de las modas (“Soy, probablemente, el único autor chileno que no ha leído a Sándor Márai”) que hace descender a la lectura del pedestal de los mitos y la acerca a lo que ha sido siempre, un goce íntimo, próximo y extraordinario.
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