Me gusta mucho la portada de este libro. Esa cremallera desde el ombligo me parece muy sugerente. Leí además que Erica Jong tuvo mucho éxito con otra novela del mismo estilo, escrita hace bastantes años (1973), Miedo a volar, que es un clásico del erotismo. Me suelen gustar este tipo de novela que trata de las mujeres, que nos analiza desde dentro, en primera persona, tipo autobiografía. Yo era un renacuajo en 1973, pero estoy segura de que la mayoría de lo que cuenta se puede trasladar a nuestros días sin problema, porque aunque la vida pasa, nos modernizamos y la luna nos parece casi una parada de metro, hay cosas que no cambian, nunca. La relación que las mujeres establecemos con nuestros cuerpos, aunque nos influya el entorno y las modas, más o menos es igual siempre, así como la forma de interactuar en el sexo.
En No más miedo, Erica Jong nos cuenta las aventuras y desventuras de una mujer madura, por la sesentena. La verdad es que cuando empecé a leerlo me pareció que no iba a poder identificarme con el personaje, que me parecía muy diferente a mí. ¿Qué tengo yo que ver con una mujer que pasa de los sesenta, rica, que vive en Nueva York, que parece preocuparle mucho su aspecto y ha declarado la guerra a las arrugas, que tiene perro, que lleva ya el tercer o cuarto marido, judía, actriz y no sé cuantas cosas más? Así, a bote pronto, para mí, igual que un marciano. Pero… es una mujer y la sororidad existe y se siente, hermanas. Así que vas avanzando y empiezas a sentirte en su piel y la entiendes muy bien. Tiene unos padres ancianos, que necesitan cuidados 24 horas, por los que siente un gran cariño, a los que recuerda llenos de vida y a los que no le gusta ver así, con el cuerpo marchito y el cerebro nublado. Reconoce el sentimiento contradictorio de desear que descansen en paz y la pena de que se marchen para siempre; creo que esto es universal. Tienes dos hermanas con las que hay mucho tira y afloja, como en todas las relaciones fraternales.
Está casada con un hombre mayor, y la edad y la rutina han hecho que su vida sexual esté muy reducida, por no decir que no la tiene; esto la mata. Ha sido una mujer muy activa en todos los aspectos. Se lanza a la aventura de buscar pareja sexual esporádica por internet y es muy gracioso con lo que se encuentra. Durante la novela, evoluciona hasta ese sentimiento, otra vez contradictorio, de que necesita un desahogo físico, seguir sintiéndose atractiva y deseable y el cariño que siente por su marido. Acaba dándose cuenta de que el sexo, sin sentimiento, llegados a este punto, es un ejercicio físico que no lleva a ninguna parte y no es placentero, para nada.
Es muy importante la relación con su hija, también universal, de querer protegerla y a la vez, dejarla vivir su vida. La relación con su amiga Isadora Wing (protagonista de Miedo a volar) es entrañable y sincera. Las dos mujeres tienen unas conversaciones muy interesantes, llenas de sabiduría. Son mujeres fuertes, que llevan las riendas de su vida, aunque se les pongan zancadillas y sientan el peso del paso del tiempo. La edad no perdona, da igual la condición social que tengas.
El libro está contado de forma bastante simpática, aunque me cuesta pillar algunas bromas, usa muchas palabras en yidis, pero la esencia la entiendes y sobre todo el sentimiento. Está lleno de diálogos aunque sea un libro muy reflexivo, no es pesado ni filosófico. Es sincero y directo, casi íntimo en muchas ocasiones. Me ha recordado a Come, reza, ama, de Elisabeth Gilbert, aunque el estilo de escritura no tenga nada que ver.
En la solapa, hay una foto de la escritora que rezuma alegría, tiene una sonrisa enorme y brillante. Me ha recordado a Barbra Streisand y a Bette Midler, ese tipo de mujeres con mucho carácter, talento y una vis cómica. Yo le he puesto esa cara a la protagonista de la novela.