¡No os rindáis!, de Stéphane Hessel
¡Sed ambiciosos! ¡No os rindáis!
Estas son las últimas palabras que nos dejará Stéphane Hessel en un texto que ya desde las primeras palabras sonaba a despedida. Su adiós fue compartido por muchos de los que, desde hace tiempo, se sentían fieles a las palabras que nos regaló en su otro título, que ya reseñamos en Libros y Literatura aquí, y que contribuyó indudablemente a que la indignación se contagiara como un virus, aunque en este caso positivo. No hay que olvidar el pasado de un autor que luchó por la libertad y que seguía luchando, desde su perspectiva, por un mundo que él creía a todas luces mejor para el ser humano, teniendo a este como uno de los puntales básicos. Por eso cuando la noticia de su muerte saltó a los medios de comunicación, aquellos que han deseado un cambio de conciencia, se sintieron un poco más huérfanos, pero con una idea fija en la mente, la que siempre se ha tenido, que no es otra que luchar por lo que creemos justo. ¿Puede alguien criticarlo? Si alguien piensa que sí, es tan sencillo como leer este pequeño manifiesto que traduce, palabra por palabra, aquello que en su despedida, el autor mantiene por encima de todo: es necesario un cambio. Pero no una superficial, sino uno de base, en el que todos podamos formar parte de una nueva estructura. Será sólo entonces cuando la indignación pueda transformarse en construcción y en un futuro mucho mejor, irremediablemente, para todos.
“¡No os rindáis!” tiene el mismo planteamiento que ya nos hiciera ver su autor en sus anteriores libros publicados. Pero, ¿qué es lo que ha hecho que sintonice tan bien con la gente? ¿Tienen algo de especial sus palabras? Quizá sea, y eso es lo más importante, que las palabras que se encuentran tras las cubiertas de este libro, son las que podríamos pronunciar algunos de nosotros, sin utilizar tecnicismos y sin pensar antes de hablar. Se trata de un discurso pensado, que quizá haya llegado tarde, pero que era necesario para que todos nosotros sintamos de nuevo esa motivación por el cambio, por vivir una nueva situación que a todos nos mueve, y que no es otra que la de salir de este pozo sin fondo en el que, algunos, nos han metido de lleno. Y esto, queridos lectores, no depende de ideologías políticas, debe hacerse conjuntamente.
Duele pensar que Stéphane Hessel no nos regalará palabras lúcidas nunca más, tanto en su forma escrita como hablada, pero como bien nos exhorta en este libro, lo que no debemos hacer es quedarnos quietos, sino luchar por encima de todo, y pensar a lo grande, que todo se puede conseguir, que todo es posible, en este mundo en el que nos quieren hacer creer que algo diferente es imposible. Desde un cambio constitucional, a un cambio en las políticas energéticas, pasando por un furibundo ataque a aquellos todopoderosos que rescatan entidades financieras y no a las personas físicas, recorremos en estas sesenta páginas un camino hacia la libertad, hacia aquello que debería hacerse y ante lo que algunos pretenden ponerse una venda para que no seamos conscientes de lo mucho que nos están negando. Porque esto va más allá de debates políticos, ya lo he dicho antes, porque en cierta medida, se nos está negando la existencia, el poder de decisión, pretendiendo que las orejas se agachen y no vuelvan a levantarse nunca más. ¿No creéis que ya es el momento de levantarse?
Puede que, después de años de agotamiento, “¡No os rindáis!” llegue en un momento perfecto para volver a remover conciencias que se habían aletargado, o que quizá se convierta en uno de esos textos que una vez leídos se abandonan en el cajón de la memoria esperando el momento justo para volver a la actividad. En cualquier caso, sea uno u otro, lo que queda claro es que estamos ante algo, llamémoslo discurso, llamémoslo manifiesta, llamémoslo libro, que en el mundo se necesita escuchar, se necesita leer, se necesita sentir, ya que sin eso, sin palabras, sin la indignación propia de la gente que se encuentra en el hastío más absoluto, este mundo seguiría cayendo en picado, sin remisión alguna, observando como aquello que siempre habíamos creído, a saber, que el ser humano era lo más valioso que había en este mundo, para algunos se ha convertido en el último eslabón de la cadena, mientras se miran en el ombligo enrocándose en sus asientos de piel y sus tecnicismos en diferido.