Reseña del libro “No somos el centro del universo”, de José Luis Oltra
Inspiro profundamente con los ojos cerrados y después los vuelvo a abrir mirando al cielo mientras expulso el aire en una bocanada con onomatopeya: «Buaaaah». Cómo me gusta el olor a ciencia fresca por la mañana. Así de satisfecha me he quedado tras leer No somos el centro del universo de José Luis Oltra, publicado por el sello Montena.
¡Qué gozada de título! En otros tiempos lo habrían mandado directamente a la hoguera. Y al autor también. Es más, sería un libro prohibido que la gente curiosa leería a escondidas. A menos que les pasase como al gato. José Luis Oltra es físico de formación y, entre otras cosas, divulgador científico en el canal de internet Cuarentaydos. En este libro nos guía, directo y sin rodeos, en un viaje que parte desde la Tierra, pasando por el Sol, hasta las galaxias, y nos introduce en los misterios de la materia oscura y la energía oscura. Siempre de forma ordenada y en un tono desenfadado, para que todos podamos entenderlo sin que se nos fría el cerebro. Lo acompañan numerosas ilustraciones dignas de un buen meme, impresas en tinta de calamar y limón. Así de refrescante se presenta de cara al verano. ¡Que las neuronas también aprenden en vacaciones!
No somos el centro del universo tiene una parte de historia y otra de ciencia. Porque las distintas culturas, en los distintos tiempos, han tenido formas diferentes de ver el mundo. Afincada como estoy en la forma de pensar europea, desconocía la mayoría de ellas. Así que no he podido evitar ser descarada y, por ejemplo, quedarme mirando al dios africano Mbombo en plena indigestión. Pero no solo las creencias tenían su propia opinión sobre nuestro lugar en el universo, la ciencia también ha ido dando tumbos a medida que la tecnología nos permitía ser más precisos. Y no siempre los pensamientos más modernos para la época eran más acertados que los antiguos. ¡Galileo no fue el único que se llevó un buen disgusto!
Cuando José Luis Oltra presenta lo aceptado en la actualidad, entre tipografías bailonas y palabras subrayadas, los datos son bastante precisos y en ningún momento pierden la calidad. O como a los lectores nos gusta decir: «No hay paja en este libro». Entre la parte técnica y las curiosidades, todo es conocimiento, todo se puede absorber. Además, define los conceptos para tenerlos claros antes de explicarlos de forma que no se olviden. En eso las ilustraciones también ayudan mientras te arrancan alguna que otra sonrisa. ¿Cómo se consigue saber la composición de los distintos cuerpos celestes si no podemos ir allí a muestrear? ¿Todas las estrellas son iguales? ¿Cómo se comportan las galaxias? Ahora sé que Lactómeda no es un azúcar de la leche especialmente indigesto ni una diosa hambrienta de las llanuras abisales. Aunque no por ello me quedo más tranquila.
Como colofón, el último capítulo es un extra que nos encanta, encarado siempre desde la objetividad: ¿Existen planetas o satélites que podrían albergar vida? Y de existir, ¿por qué tendría que estar basada en los mismos elementos de los que se compone la vida en la Tierra? Si ya con los anteriores apartados nos había quedado claro que no somos el ombligo de nada, con este no nos sentiremos tan especiales y a la vez sí lo seremos. Me ha gustado la forma de abordar el tema porque todo cambia según la forma de mirar. Ya puestos, ojalá podamos disfrutar de ese descubrimiento en las próximas décadas.
El libro es muy recomendable para quien tenga ansias de saber sin tener que volverse loco consultando referencias en mil lugares. En otro plano, quizás más filosófico, diré que si de verdad tuviésemos asumido lo que sus páginas y el mismo título intentan transmitir, seríamos más humildes, más conscientes de lo que nos rodea, y no existirían muchos de los problemas de base que sufrimos en la actualidad. Dan ganas de repetírselo como un mantra nada más despertar: «No somos el centro del universo, no somos el centro del universo, no somos el centro del universo…». Inspiro profundamente con los ojos cerrados y los vuelvo a abrir mirando al cielo mientras expulso el aire en una bocanada: «Buaaaah».