Se me va a hacer difícil escribir sobre este libro. Va a ser difícil porque es un poemario duro y desgarrador en el que los sentimientos están siempre a flor de piel. Y yo, que me muevo mucho más en el plano emocional que en el de la razón, consigo empatizar y hacer los sentimientos ajenos míos hasta un punto, a veces, doloroso. Esto me ha ocurrido con el poemario de María Leach.
Voy a empezar por el final, porque aunque os haya dicho que el poemario es duro, No te acabes nunca es, principalmente, una catarsis, una forma de ordenar los sentimientos para celebrar la vida. Porque, sí, al final este poemario, a pesar del dolor, es un hermoso canto a la vida. Pero a veces ocurre que ese canto solo llega cuando nos hemos topado con la muerte, cuando la hemos sentido cerca y nos ha arrebatado a una de las personas más importantes de nuestra vida. Y eso es precisamente lo que le ocurrió a María Leach. La muerte decidió enfrentarse a su familia, a su núcleo vital, llevándose consigo a su marido lentamente, pero sin avisar. Se lo llevó demasiado rápido, cuando no le tocaba, cuando nadie podía imaginarlo. Y al mismo tiempo que la luz de su marido se apagaba, empezaba a encenderse la luz de su hijo.
El proceso de duelo es duro, complejo y en ocasiones autodestructivo, pero es necesario. Casi todos hemos pasado en algún momento de nuestras vidas por ese momento y cada uno se enfrenta a él de una forma distinta. María Leach decidió enfrentarse a él escribiendo, plantándole cara a través de palabras y sentimientos y el resultado es este áspero y dulce poemario.
Acompañado por los aguafuertes y el prólogo de la ilustradora Paula Bonet, todo lo que está dentro de las páginas de No te acabes nunca es totalmente genuino. Acompañar a la autora en este duelo es meternos en su piel, en su cabeza, en todas las preguntas que quedan en el aire y que nadie va a responder. Porque el duelo es hacerse preguntas y que el eco nos golpee en la cara, el duelo es caminar sin rumbo, existir sin ser, avanzar sin poder mover las piernas.
“Déjate querer”.
“Sé fuerte”.
“Lo superarás”.
Y en medio de este circo macabro
de mensajes de pésame
y féretros por catálogo
sólo mi sobrino de cinco años
se atreve a decirme la verdad.
“¡Qué mala suerte has tenido!
Ahora tendrás que cuidar tú sola
del perrito y del bebé”.
Poemas claros y rotundos como éste, que esconden en versos sencillos toda la verdad del duelo. Porque cuando algo así ocurre, sabemos que no hay vuelta atrás, que no podemos rebobinar los acontecimientos a nuestro antojo, que ya solo nos queda mirar de frente, a ese futuro incierto en el que tratamos de mantener el tipo.
“El poema más triste
ya está escrito.
Empieza después de ti y no se acaba nunca”.
Qué difícil no ponerse en la piel de María Leach al leer su poemario, qué difícil no hacer nuestras sus emociones, llenarnos de vacío y rabia. Y aun así, como escribe la propia autora en la página final de No te acabes nunca: “Aunque ya me sepa el final y no se pueda cambiar. Te volvería a vivir.”