Dice Andrea Villasante Ferrer, la autora de Nora, en el correo promocional de su novela: «los magos, vampiros, hombres lobo, elfos, zombis, entre otras criaturas, ya han sido “exprimidos” hasta la saciedad. Es hora de los Rampantes». Y como razón no le falta, me interesé por esos Rampantes y por lo que esta joven autora valenciana aportaba al género con su obra.
Todo comienza con la muerte de un niño albino, pero, en esta historia, la muerte es solo el principio. El niño despierta en una balsa, camino al Jardín Subterráneo, el lugar donde van las almas de aquellos que mueren de forma violenta. Ellos son los Rampantes, seres atormentados por el suceso que los llevó hasta allí y que cada día alimentan sus ansias de venganza hacia los humanos. Ya hicieron purga en su día y ahora planean otra. Nora, una misteriosa joven tullida, es la única capaz de detenerlos. Y ella también es la encargada de presentar ese nuevo mundo al niño albino y hacerle entender por qué los humanos son como son.
Es inevitable que el Jardín Subterráneo recuerde a La divina comedia. Si en cada uno de los círculos del infierno de Dante habitaban los que eran culpables de un mismo pecado, el Jardín Subterráneo de Andrea Villasante Ferrer reúne en cada barrio a aquellos que perecieron de forma parecida. Por ejemplo, en el Barrio Ceniza están los que fueron quemados; en el Barrio Ordeal, los golpeados o torturados, muchos de ellos por ser acusados de brujería; en el Barrio Añil, los estrangulados, colgados y ahogados, y en el Barrio Nevado, los que fueron asesinados simplemente por ser albinos, ya que, en determinadas zonas, se cree que sus extremidades dan buena suerte a aquel que las posee.
La documentación de esta obra es apabullante. Las referencias a supersticiones y creencias, y a las prácticas derivadas de estas, son constantes, así como las alusiones a personajes y hechos históricos, y Nora, la protagonista, los analiza y desmonta. Sin embargo, la cantidad de información es tal que su historia con los Rampantes se resiente y pasa a un segundo plano. Y es una lástima, porque ese desequilibrio no me permitió conectar totalmente con el libro.
Si Andrea Villasante Ferrer se hubiera limitado a hablar de esas creencias y prácticas en un libro tipo ensayo, estoy segura de que me habría parecido apasionante; o si, además de conocer el pasado de Nora, hubiese desarrollado más su presente, la purga que planean los Rampantes y el mundo creado, que está lleno de posibilidades, la novela habría sido ese soplo de aire fresco que prometía ser. Sin embargo, la documentación desborda a la historia en sí e impidió que llegara a engancharme a la novela, que se me hizo larga a pesar de que todo lo que me contaba me parecía interesante.
Una novela cargada de buenas intenciones y buena materia prima, aunque, en mi opinión, no termina de cuajar. Sin embargo, Nora demuestra que Andrea Villasante Ferrer tiene mucho que ofrecer. Estaré pendiente de sus próximos proyectos.
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