Nos vemos allá arriba, de Pierre Lemaitre
Premio Goncourt 2013
Toda acción tiene su consecuencia, como si estuviéramos ligados con una cuerda que, en su modelo causa efecto, contribuyera ya de antemano – y sin que podamos hacer nada por evitarlo – a levantarnos del suelo o hacernos caer sin remisión alguna. Las guerras – más si cabe la Gran Guerra – estableció esa rutina de cambiar las vidas de los que la sufrieron, convirtiéndonos en algo distinto a lo que habían sido en un principio. Y casi nunca era para mejor. Allá, en las trincheras donde el barro y las balas se agolpaban casi a la misma velocidad, hombres de toda clase vieron cómo sus pasados ya no importaban, el presente parecía haberse detenido en un bucle que se repetía una y otra vez, y su futuro… bueno, en realidad el futuro no se sabía si existía o no. Aunque lo peor de las guerras no era el momento, que también, sino la vuelta. El regreso a un hogar que ya no es el nuestro y que ha cambiado, que ya no nos pertenece, que es otro en el que no hemos crecido y en el que sentirse desubicado. Nos vemos allá arriba hace honor a las grandes historias, esas que entrelazan ingredientes por doquier de la misma forma que un sastre crea un traje a la medida de una persona, a la perfección, y nos traslada a otros barros, a otros lodos, disfrazados de aceras y dinero, que al final se convierten en las mismas balas pero con otro nombre. Y puede que eso suponga un drama, pero nadie dijo que no pudiera tratarse con todo el humor negro del mundo. Eso, y no otra cosa, será lo que encontremos. Pero en el fondo hay mucho más, como siempre que me pongo a escribir.
Albert y Édouard son dos hombres marcados por la guerra: uno en su interior y otro en el exterior. Uno no encuentra su sitio después de la guerra, y el otro tiene que enfrentarse a una desfiguración y a no querer reencontrarse con su familia. Por si no fuera poco, Pradelle, el hombre que les hizo la vida imposible, empieza a medrar en la sociedad. Todo cambiará cuando ideen un plan para hacerse ricos y poder huir de su propio destino.
Hay una serie de marcas – invisibles – que dejan las lecturas en la piel del lector que aunque imperceptibles, están ahí para que no nos olvidemos de lo que hemos leído. Quizá lo más importante de todo esto sea entender que cuando se llega a la última página de un libro, éste ha conseguido hacerte paralizar el tiempo y haber batallado con las letras durante los días que has pasado inmerso en su mundo. Nos vemos allá arriba puede que no sea una novela de lectura rápida, pero desde luego lo es de lectura generosa, ese tipo de lectura que habla al lector y que se prodiga poco, que envuelve a todo aquel que lo lee en el halo del contexto en el que está narrada y que devuelve, en cierta forma, una pequeña fe a todos aquellos que la perdíamos con fuerza en los últimos tiempos. Sorprende, además, que lo retratado aquí, con toda su dureza, con toda la crudeza que se le presupone a una historia ambientada en la I Guerra Mundial, tenga ese humor negro sibilino que repta por la cabeza y se instala en el cerebro para no abandonarte en mucho tiempo. Se agradece, por tanto, que la ironía y el sarcasmo ganen la batalla en una historia podía haberse convertido en un drama de época, pero que consigue trasladar la tristeza a la casa de la risa tímida por estar leyendo algo que de verdad merece la pena y que a Pierre Lemaitre le ha supuesto el éxito inmediato y el Premio Goncourt 2013.
Lo mejor que se puede decir de una novela es que no lo parece, que no resulta una ficción lo suficientemente extraña como para no interpretarla desde la realidad más absoluta. Eso sucede en Nos vemos allá arriba. Empezamos en la batalla, en la guerra más cruenta, con los disparos y las bayonetas esparciendo la sangre, para poco tiempo después encontrarnos en una ciudad como París, perfectamente retratada, que se ha convertido en un polvorín donde otro tipo de armas son capaces de hacer saltar por los aires el mundo que nos rodea. Y a todos aquellos que lo estén pensando, sí, lo admitiré, es como si anduviéramos por sus calles, como si conociéramos a Albert y Édouard y entendiéramos sus motivaciones perfectamente, nos metemos en la historia y no nos parece nada descabellado, y odiaremos a Pradelle de la misma forma en la que odiamos a los personajes que representan la mezquindad más absoluta. Uno siempre se mantiene en guardia con las novelas cuando las empieza porque las expectativas que tiene son demasiado elevadas – más si cabe si la recomendación viene dirigida por alguien a quien tienes como referencia en estas lides – pero la satisfacción también corre de tu parte cuando te encuentras algo como Nos vemos allá arriba y dices, sin temor a equivocarte, qué bien lo he pasado, ojalá descubriera algo igual dentro de poco.
Estoy leyéndola ahora mismo, bueno casi terminando, y realmente ha sido un regalazo para mi alma lectora este libro. Sobre la IGM Estoy leyendo mucho y muy bueno de autores franceses. Pues eso, que estupenda reseña de estupendo libro.
Buen verano !