“Cambias. Te da tiempo a corregir: éramos unos críos. Peligrosísimos, con muchos delitos detrás, pero con margen para corregir. No quiero justificar nada: lo hecho, hecho está. Pero había que ver de dónde veníamos, qué infancia habíamos tenido. No es excusa, pero, hostia, influye, ¿no?”
Éste no es otro libro más del 11-M. Y menos mal. Manuel Jabois no busca una solución maestra a todos los interrogantes que aún quedan por resolver de aquel terrible atentado, en el que fueron asesinadas 191 personas. En los últimos 12 años se han gastado cantidades ingentes de tinta y saliva en hacer conjeturas sobre cómo y quiénes orquestaron la matanza, muchas de ellas interesadas y partidistas. Por eso alegra leer un trabajo que no busca más respuestas de las que puede ofrecer; un reportaje que, abarcando poco, aprieta mucho.
Éste no es un libro maniqueo. Y esto demuestra valentía. Porque lo más fácil para el autor hubiese sido posicionarse en contra de Gabriel Vidal “Baby”, bautizado por los medios como ‘El Gitanillo’ y quien fuera el primer condenado por su colaboración en los atentados de Atocha. Lo más sencillo hubiese sido deformar sus ya de por sí deformes orígenes, adjetivar con dureza sus ya de por sí duras respuestas y cerrar el relato con una conclusión que reforzase el distanciamiento entre autor y entrevistado. En lugar de eso, Jabois ha hecho algo mucho más difícil y arriesgado: ha dejado hablar al joven asturiano y ha desaparecido durante las poco más de doscientas páginas que ocupa Nos vemos en esta vida o en la otra. Podría ser un muy buen ejemplo para dar en las aulas de periodismo, ya que aquello de que “el periodista no es el centro de la noticia” es una lección que muchos olvidan tan rápido como salen de la facultad.
Éste es un libro distinto. Un reportaje profundo y extenso en el que la labor de documentación del periodista es encomiable y en ocasiones nos lleva hasta el límite de la sobreinformación. Abundan los datos mundanos, las conversaciones vacías y los testimonios baladíes. Pero lo que en otro tipo de obra sería material de relleno, en ésta ayuda a construir un contexto completamente necesario, ya que muestra el proceso “natural” por el que Baby pasa de los pequeños delitos hasta el transporte de explosivos sin que se produzca ningún detonante, sin que haya ningún conflicto moral que le anime a pisar el freno. Jabois sintetiza perfectamente esta idea en su prólogo: “(…) la normalidad, cuando no es consciente de su distorsión, lleva al horror de forma natural”.
Éste es un libro incómodo. No he leído todavía críticas duras, pero más tarde o más temprano las habrá. Las habrá porque siempre ocurre cuando se da voz sin condena a personas vinculadas a actos especialmente sensibles para el conjunto de la sociedad. Ejemplo de ello fue la entrevista que hizo Jordi Évole a Arnaldo Otegui, que fue criticada incluso días antes de que esta fuese emitida en televisión. Por eso es necesario apoyar y aplaudir este periodismo valiente, porque somos muchos los que creemos que cualquier persona puede ser objeto lícito de ser preguntado y escuchado, que el problema son las malas entrevistas y no los malos entrevistados.
Éste es un libro que merece la pena ser leído. Se me ocurren varios motivos, pero me quedaré con uno: la sencillez con la que Jabois cuenta sin adjetivar un fragmento de uno de los acontecimientos más negros, tanto por su naturaleza como por su posterior tratamiento, de la historia reciente de España.