“Escribo esto con palabras corrientes, lo escribo como cualquier otra cosa, y en realidad debería romper las paredes piedra a piedra y lanzarlas una a una contra el cielo para que alguien se diera cuenta de que aquí abajo tiene obligaciones. Quizá me condene a mí misma con esta palabras, pero a mí me corresponde escribirlas”.
Estas Notas desde un manicomio, que son un testimonio íntimo de una fuerza extraordinaria, constituyen un libro extraño, causan cierta extrañeza y no por la parte de las notas, se entiende que son una suerte de diario intimista, descarnado y sincero, sino por esa otra parte del título que hace referencia al lugar en el que fueron escritas. Un manicomio. ¿Y qué clase de enfermedad psiquiátrica justificó la reclusión, si quiera voluntaria, de Christine Lavant en una institución como aquella desde la que escribió sus notas? Pues bien, un intento de suicidio parece que es uno suficientemente relevante, pero el motivo de la extrañeza es que uno bien puede concluir que en realidad ninguna, o que su patología no era otra que la vida, atreverse a vivirla de una forma poco convencional para su época. Es cierto que no se encuentra bien, que duda y que esta triste, que llora, pero no lo es menos que es una mujer inteligente y con capacidad de analizar la situación sin mentirse a si misma (ni a los lectores). Uno tiene la sensación de que su pecado no fue otro que pretender escribir siendo mujer y pobre. Y sensible. Y con una gran imaginación. En determinados lugares y determinados momentos de la historia una mujer, poeta para más señas, que quería escribir y amar, vivir a su manera, una mujer que no entendía que su género debiera establecer límites a su libertad debía ser considerada peligrosa, y no digo que sin razón porque a fin de cuentas es su testimonio el que permanece, no el de sus doctores o el de quienes la juzgaron un caso perdido.
Christine Lavant no quiso que Notas desde un manicomio se publicase hasta después de su muerte (y es comprensible) porque era demasiado personal. Aunque hoy día es considerada una de las poetas más importantes de su país, Austria, no es especialmente conocida. Lo escribió once años después de abandonar el Hospital Psiquiátrico de Klagenfurt y cuesta creer que no lo escribiese en aquel momento de tan vívido que resulta. La aproximación al personaje, a quien yo no conocía, desde luego es muy interesante pero no es el principal, o al menos no el único, atractivo del libro. El retrato de la institución psiquiátrica, de sus compañeras de infortunio, de las enfermeras, de los doctores y de la realidad de su tiempo son extraordinariamente interesantes.
Aunque no lo entiendo como un libro de denuncia sino como la narración de una experiencia personal especialmente desgarradora, lo cierto es que estas Notas desde un manicomio le llevan a uno a plantearse sobre el papel de la psiquiatría en la historia, cuántas vidas se truncaron en los inicios de una ciencia que aparentemente se basaba más en prejuicios morales que en preceptos científicos.
“…acabó muriendo sola en una camilla. Ni se rezó ni se lloró, pero la muerte fue esta vez caritativa. En realidad, habría podido rezar, pero mi primer pensamiento fue si me darían su cama para no tener que pasar mis noches insomnes tan cerca de la silla del orinal. Claro que no me corresponde pedir nada, pero al menos se le podría ocurrir a alguno de los médicos… Éste es el famoso amor al prójimo: una muere después de un sufrimiento terrible, muere como un animal abandonado, y la otra sólo piensa en si podrá ocupar la cama de la muerta”.
Andrés Barrero
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