Novedades infantiles 27
Hoy no pretendo escribir grandes frases, ni siquiera pretendo hablar del poder curativo de la literatura, o del aprendizaje que ésta les da a los niños pequeños. Durante semanas he hablado de eso mismo, de literatura, en los mismos términos y hoy, aunque probablemente sea por tiempo limitado, voy a hablar de los libros, de las páginas que se van uniendo a la vida de los niños pequeños, como algo divertido, que nos lleva a conocer historias preciosas, pero a la vez que nos animan a pasárnoslo bien con ellos. Al fin y al cabo, las lecturas deben ser amigas y nunca enemigas, y quizá por eso, en este mismo instante, lo más importante es darnos cuenta de lo bien que sienta abrir un libro, que nuestros hijos los conozcan, para que cuando los cierren lo único en lo que piensen sea que quieren otro, que les gustaría leer otro, que las letras ya se han convertido, para siempre, en algo a lo que siempre volver.
Me lo paso bien con los libros. Creo que eso es evidente en todo este tiempo que llevo reseñando en el blog. Me lo paso bien, disfruto, de vez en cuando alguna carcajada sale de mi boca, o a veces incluso el miedo hace que tiemble ante lo que he leído. Esas emociones son las que he conseguido que los libros me transmitan. Pero si algo tengo que agradecer a los libros es la relación tan especial que he creado con mi sobrino, ese pequeño que ya se está haciendo mayor, y que con sus pocos años ya empieza a saborear lo que es la literatura y lo bien que sienta que le lean un cuento a cualquier hora del día.
El primero que traigo hoy se titula ¡No abras este libro! y aunque suene amenazador, en él encontraremos simple y llana diversión, con sus página repletas de animales que al pasar las páginas van saliendo de su escondite y creando toda serie de líos allá por donde pasan. Pero al final serán los lectores los que tengan en poder de no seguir pasando las páginas para no dejar que los animales se escapen. Es obvio que, precisamente por esa advertencia, los niños – mi sobrino, en concreto – quieran seguir hasta el final, descubrir por qué ese libro les dice que no sigan, que no abran en libro, y es un ejemplo perfecto para desarrollar la curiosidad, la imaginación – recuerdo que yo le pregunté a mi sobrino qué creía que iba a pasar después de la página y sus respuestas fueron digna de un novelista en ciernes – y crear una experiencia perfecta para que ellos sepan que, tras las páginas de un libro, uno no siempre sabe lo que va a suceder.
El segundo libro tiene implícita la diversión, pero dentro de un lenguaje poético, narrándonos la vida de un gato enjaulado que es ayudado por un pájaro a salir de su encierro. Y quizás, si nos ponemos a pensar detenidamente, la historia pueda parecer simple, pero en realidad lo que aquí importa es el lenguaje, los colores, incluso el tacto de las páginas, que a través de ellos iremos viajando a través de El gato y el pájaro para descubrir lo que es la amistad, para ir descubriendo que el lenguaje puede convertirse en algo tan bello como las imágenes que lo acompañan, y para ver que aquellos que parecen enemigos de por vida, si se ayudan, pueden conseguir ser felices y compartir momentos que, en un futuro, de seguro serán un buen recuerdo. Una fábula perfecta sobre lo que significan los amigos, la gente que nos rodea, sobre cómo los pequeños gestos pueden ayudar a convertirse en grandes historias y, sobre todo, una fábula que destila buen hacer y un colorido que yo he visto pocas veces en una obra.