Hay libros que se recuerdan más por la historia que se cuenta y otros por las sensaciones que transmite. Nuestras riquezas es ambas cosas, cuenta una historia verdaderamente preciosa, la de la librería Las verdaderas riquezas, en Argel, la de su creador, Edmond Charlot, editor de Albert Camus entre otros muchos, y la de su decadencia, consecuencia lógica no tanto de una vida tumultuosa como del triunfo del pragmatismo sobre el romanticismo, de una visión épica de la edición que de una u otra forma se cierra con una derrota, pero una inevitablemente hermosa. Y también transmite una sensación impagable, un amor por los libros, por las historias bien contadas, una visión de la vida que pese a la amargura resulta entrañablemente reconfortante.
La historia de Edmond Charlot y Las verdaderas riquezas es la de las letras francesas, pero no se puede contar sin hacer lo propio con la de la relación entre Argelia y Francia, la represión, la independencia y, en fin, la oscuridad con la que la sangre colorea la historia de los pueblos. Tengo la sensación de que si bien desde un punto de vista histórico no se ha prestado en Europa suficiente atención a este conflicto, desde un punto de vista literario es inagotable y sin duda ha dado y dará magníficos frutos. Nuestras riquezas es uno de ellos, especialmente brillante, que sin duda servirá para que todo lector que se acerque a él disfrute pero que ojalá logre despertar cierta sensibilidad e interés por este episodio histórico que tal vez fuera de Argelia y Francia no es todo lo conocido que debería.
Personajes inolvidables como Abdallah consiguen que uno viva la historia de esta pequeña librería de préstamo y la de la editorial que nació en ella (que publicó por primera vez a Albert Camus), uno sufre con las vicisitudes de Edmond Charlot para, por ejemplo, conseguir papel, uno se admira del compromiso de unas personas que abrieron una librería de préstamo y que la mantuvieron abierta mientras fue posible aunque ya fuera únicamente un lugar de culto y peregrinación y que si acaso mantenía su función de motor cultural era haciendo la vista gorda cuando les robaban libros, aunque fuera para venderlos en un mercadillo más que para leerlos.
Y la actualidad, esa fuerza que pone precio a todo y que a ese valor monetario añade un impuesto de indiferencia, de desgana encarnada en Ryad, el estudiante de ingeniería parisino al que le encargan, ya en 2017, desmantelar la librería. La historia de la librería habría sido la misma con otro final, y no digamos ya la de Argelia, pero este que construye Kaouther Adimi está tan ligado a las sensaciones que Nuestras riquezas transmite que el libro sin duda habría sido muy diferente. Ella y el amor a la literatura dotan a esta novela de un alma muy particular, la convierten en una experiencia francamente recomendable.
Andrés Barrero
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