Hace unos días, mi hijo de trece años vino a casa muy contento porque había sacado un 8,5 en un examen de mates. ¡Eureka!, exclamé lo más apropiadamente que pude. Desde aquellos felices y tempranos años de primaria el crío no conseguía una nota tan alta, y de hecho llevaba unos meses de aprobados raspados. Me dijo que en realidad consideraba que había sacado un 10, pero que había tenido un par de despistes que le restaron puntos. Parece que no percibió la contradicción en términos que supone decir que un 8,5 en matemáticas es lo mismo que un 10. En todo caso, me alegré enormemente al ver que, después de mucho esfuerzo por su parte y mucha insistencia por la mía, al fin había dado ese gran paso tan necesario al enfrentarse a binomios, trinomios y ecuaciones: entender.
A diferencia de él, mis hijas han sentido desde siempre una auténtica pasión por las mates, en la que destacan, modestia aparte, muy por encima de sus compañeros. No se a qué se debe esta diferencia entre uno y otras. ¿Puro azar neuronal, o tendrá algo que ver con los juegos que les hemos regalado, entre ellos Tangram, Penkamino o Mastermind? Creo que la cosa va más bien por lo segundo, lo cual nos lleva, me temo, a cuestionar el modo en que se enseñan las matemáticas en las escuelas. Porque todos sabemos cuál es la asignatura que menos les gusta a los niños, ¿verdad?
Pues hoy se trata de ambas cosas, que en realidad son dos caras de la misma moneda: entender, como mi hijo, y disfrutar, como mis hijas.
Como a servidor hasta hace cuatro días, a muchos no os dirá nada el nombre de Martin Gardner, dado que no fue más que uno de los matemáticos más influyentes del siglo XX. Admirado por figuras tan variopintas como Asimov, W.H. Auden o Dalí, Gardner, que también fue un especialista en la obra de Lewis Carroll y un notable “matemago”, destacó sobre todo por dar un enfoque lúdico a las matemáticas. Como ejemplo, nada mejor que estos Nuevos pasatiempos matemáticos, donde, con un lenguaje, en la medida de lo posible, cercano y sencillo, el autor plantea al iniciado y aficionado a esta ciencia pasatiempos y, quizá el término sea más preciso, rompecabezas, que lo mantendrán ocupado unas cuantas semanitas.
La variedad de juegos y trucos que el lector encontrará en este libro es enorme, y van desde la lógica del sistema binario, que alguno recordará de sus clases de filosofía (si p, q; p, por tanto q) hasta los mosaicos matemáticos de Escher, pasando por el juego del reversi (que yo conocía como Othello), por teorías todavía no demostradas, como el teorema del mapa de cuatro colores, o por una introducción a la matemagia, en el que descubrimos la aplicación de las matemáticas para trucos de precognición, entre muchísimos más.
Es importante subrayar que estos pasatiempos no están hechos para entretenernos mientras viajamos en metro. La mayoría de ellos requieren que el lector se siente, se pertreche de papel, lápiz y otros materiales, y que siga detalladamente y con escrupulosa atención las instrucciones del autor. Así que todavía tendrá que pasar un tiempo antes de que mi hija pequeña, que estos días le da al sudoku que es un vicio, pueda disfrutar y aprender como yo con estos Nuevos pasatiempos matemáticos.