Oblómov

Oblómov, de Iván A. Goncharov

Oblómov

Oblómov, el protagonista de esta novela, es a la vez un personaje arquetípico de la novela rusa del XIX, el aristócrata bienintencionado, sensible e idealista pero a la vez indolente, melancólico e incapaz de llevar a cabo un trabajo o cualquier actividad práctica, y un personaje original, genuino. Su originalidad, por supuesto, no reside en su novedad, ciertamente no lo inventó Goncharov puesto que ya Turguenev antes que él publico su Diario de un hombre superfluo y no fue ni el primero ni el último en llevarlo a sus páginas (están muy presentes en la obra de Chéjov, pero también en Pushkin con su Eugenio Oneguin, y, en cierta medida, Tolstoi con el inolvidable Pierre Bezhujov de Guerra y Paz, entre otros muchos) sino en su radicalidad, en su capacidad para llevar al personaje a tal extremo que se acuñara en ruso un término que aparece en el propio libro, “oblomovschina”, que se traduciría como oblomovismo, y que describe la actitud vital de este tipo de personas.

Pero lo que realmente es de destacar en esta novela no es lo brillantemente que está construido el personaje, sino la capacidad del autor para excitar la empatía del lector de forma que ese mismo personaje protagonista que en las primeras páginas resulta un tanto irritante y difícilmente comprensible, al cerrar el libro se ha convertido en un ser entrañable, querido, en un alma pura encerrada en un mundo en el que no tiene cabida y al que no sólo se comprende perfectamente, sino que llega a indignarse uno con ese mundo que tan difícil le hace la vida a un personaje al que hoy calificaríamos de disfuncional o inadaptado, pero cuyo mayor pecado consiste en que se mantiene básicamente fiel a si mismo y que, si bien es cierto que en cierto momento trata de adaptarse a las circunstancias, lo cierto es que su peripecia vital es más bien circular.

Iván A. Goncharov, el autor, utiliza al personaje para, a través de él, trazar una crítica feroz a la sociedad en que le tocó vivir, tema que no era nuevo para él ya que en su primera y también magnifica novela, Una historia vulgar, también lo trató, pero en realidad hay un trasfondo en positivo en la novela que perdura más que la crítica, y es el elogio de la vida sencilla. No la de su protagonista, pero si en algunos aspectos el de otros personajes como Anisia o muy especialmente la inolvidable Agafia Matvéievna, secundarios pero de gran importancia y que sirven de contrapunto a otros personajes en principio positivos como Olga Sergueiévna o Sholtz, su amigo leal, que en el fondo resultan un tanto arrogantes por noble que pueda ser su comportamiento, que lo es. También tienen en el libro mucho peso otros personajes no menos arquetípicos de la novelística rusa: individuos inmorales y corruptos siempre dispuestos a aprovecharse de una presa por lo demás extremadamente fácil como Oblómov, y están tan magistralmente descritos que podrían rivalizar en su género con el mismo Chichíkov de Las almas muertas de Gogol, probablemente el más célebre de todos ellos. Pero no se puede cerrar un repaso a los personajes sin mencionar a Zajar, el sirviente de Oblómov, otro tópico de las novelas rusas del XIX de idiosincrasia perfectamente reconocible, pero tan vívidamente descrito y tan indisolublemente unido al protagonista que acaba por hacerse igualmente entrañable.

Es esta una de las grandes novelas de la época dorada de la narrativa rusa, con todas las virtudes del género, tal vez con algo más de fluidez de lo acostumbrado, pero cuyo principal mérito reside, ya queda dicho, en que consigue que el lector llegue a identificarse con un personaje que sobre el papel, con el libro cerrado o empezado a leer, tiene todas las papeletas para resultar antipático e irritante (es preciso mucho talento para lograr que uno llegue a emocionarse con un personaje que tarda unas 150 páginas en levantarse de su diván, vestirse y salir de su habitación sin haber logrado escribir una carta que intenta escribir desde que comienza la novela) y acaba conmoviendo hasta el punto de convertirse en uno de esos libros difíciles de cerrar o, como hacía no recuerdo qué personaje, guardarlo en la nevera para ver si así se enfría la trama y el destino se muestra más benévolo con el protagonista por un lado y con el lector por otro haciéndole menos doloroso el trance de de tener que terminarlo y no saber más de él.

Andrés Barrero

4 comentarios en «Oblómov»

  1. Lo estoy leyendo en este momento, alternándolo con Guerra y Paz. Acertada la similitud entre Bezujov y Oblomov, personajes de la nobleza rusa que se resisten a introducirse en la vida profesional manteniendo sus privilegios para disfrutar de la vida contemplativa, como si de monjes se tratara. Esta vida monacal solo les permite reflexionar sobre la vida que pasa a través del cristal de sus ventanas, sin tomar parte en ella ni decidirse a ello, con el inconveniente de producirles importantes traumas existenciales, acerca del destino, del sentido de la vida, del bien y del mal.

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  2. Eres sin duda un lector intrépido, simultanear la lectura de Guerra y Paz con la de cualquier otra cosa es sin duda una tarea reservada a los valientes. Yo soy un confeso devoto de Tolstoi en general y de Guerra y Paz en particular así que, además de agradecerte tu comentario, te deseo suerte y que ambos te gusten tanto como a mi.

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  3. Lo repito muchas veces, pero creo que los mejores autores son aquellos que logran jugar con nosotros, enojarnos y luego hacernos reír. Viva la magia de la literatura.

    Saludos!

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