En la librería donde trabajo se acercó una lectora con un cómic en la mano. Sonreía, es más, momentos antes me pareció sentir que reía y se obligaba a ponerse seria al ver que los demás la miraban. Me preguntó si conocía ese cómic porque, decía, le había llamado la atención el personaje de la portada ya que le recordaba mucho a su hijo adolescente. Llevaba consigo Odio. Integral 0, de Peter Bagge. Claro que lo conocía, le dije. Lo conocía de haber leído los tomos individuales que encontraba en la biblioteca y que ahora estaba deseando hacerme con toda la colección que La Cúpula ha editado en formato integral. No pude evitarlo y hablé con las tripas: «¡El pringao de Buddy Bradley! ¡Qué tipejo más grande!». Ella rio una vez más y respondió: «Quizás no sea tanto si conocieras a mi hijo». Pues igual sí que lo es en algún sentido, ya que —y aprovecho para enviar un saludo al chaval de marras— gracias a él pasé un ratito de lo más simpático en la librería charlando de tebeos de los noventa con aquella lectora. Y es que lo que creó Peter Bagge a finales de la década de 1980 fue una muestra potentísima del modo de crear cómics underground: artísticos, reaccionarios, políticamente incorrectos y con altas dosis de humor absurdo. Lo absurdo del concepto de familia tradicional, lo absurdo de lo establecido, el reflejo absurdo de una generación.
El humor por encima de todo. Ese es el lema de Peter Bagge para mostrar su particular visión del mundo a través de sus personajes inadaptados. Buddy Bradley fue uno de ellos. Salió de las páginas de la revista Mundo Idiota del mismo Bagge y pasó a tener su propia serie de tebeos: Odio. En los años noventa, estos cómics tuvieron un grandísimo éxito, superando en ventas incluso a Daniel Clowes (Ghost World, Pussey) o Terry Moore (Strangers in Paradise). El descontento de su personaje principal, en constante lucha con el paso de la adolescencia a la vida adulta, la negación de responsabilidades, la búsqueda de independencia, el gusto por la música de décadas pasadas y el no encajar en aquello que le rodea son algunos de sus atributos. Y quizás, fueron también rasgos que compartieron muchísimos lectores de la época al sentirse identificados con Buddy, de ahí su gran acogida. Acababa de nacer un (anti)héroe: pringado, pusilánime, absurdo, vago o, simplemente, el puñetero Buddy Bradley.
En Odio. Integral 0 se narra la etapa adolescente de Buddy cuando aún vivía con su familia. Su padre, hombre amargado con la vida por la familia insoportable que le ha tocado, su madre, una temerosa de Dios, su hermana Babs, quinceañera histérica y carne de cañón para la futura MTV y su hermano pequeño, el mamoncete de Butch, un mini fascista de tamaño llavero. En total son dieciséis aventuritas donde conocemos a fondo a los Bradleys con sus manías y locuras. Es la etapa en la que todos conviven y nos hacen disfrutar de situaciones divertidísimas por sus constantes encontronazos. Proceso que todos en mayor o menor medida hemos experimentado. Así hasta que Buddy empiece a pensar ya en su deseada independencia que se recoge en los siguientes números. En este epílogo, el “Año Cero” de la construcción del personaje de Buddy, se recopilan las historietas que se publicaron en dos tomos prestige bajo la cabecera de Buddy y los Bradleys.
Los dibujos caricaturescos acentúan las personalidades histéricas de los miembros de la familia. Extremidades que se deforman y retuercen y que, de un modo alegórico, también están deformando las buenas costumbres y lo que se considera correcto. A decir verdad, lo más destacable de estos tebeos es sin duda su descaro. Su descaro y su sentido del humor. Con un puntito de mala leche simpaticona sin pelos en la lengua, todo aquel “ofendidito” de piel sensible de nuestros días sentirá que le explotan los sesos al leer las historietas. Por las viñetas se suceden todo tipo de desventuras, peleas, discusiones de navidad, roces entre hermanos, odiarlos a muerte… La familia, ese ser tan conflictivo, tan decepcionante a veces, tan insoportable muchas otras a la que, en algún momento que otro, hay que querer. A los Bradleys se les quiere, y mucho, aunque entre ellos todo sea odio.
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