De rodillas o sentado en una silla. Con las manos atadas a la espalda. Encapuchado, el prisionero siempre encapuchado. En el fondo: el símbolo de los que van a perpetrar el acto. La puesta en escena es perfecta. El alegato, el pretexto, cargado de razones subjetivas, de palabras contundentes y de amenazas, siempre es articulado por el miembro del grupo con mejores dotes de orador. Palabras y más palabras. Frases que explican el origen de todo, que suben y bajan de tono, que hablan de culpa, de obligaciones y de tratos incumplidos. Principio de causa y efecto. Silencio. ¡Afuera la capucha! Golpe de efecto. Ahora la víctima tiene rostro. Incluso puede murmurar algunas palabras antes de que alguien desde atrás ponga fin a su vida. Desde que la televisión existe hemos presenciado algunas veces esta situación de terrible desenlace. Ficción en algunos casos. Realidad en los peores. Demasiadas desde que el modus vivendi de algunos canales es vender morbo a los yonquis de lo escabroso. Esta vez la víctima es Kyle Rayner, el White Lantern, el único Green Lantern capaz de dominar todos los colores del espectro emocional. Pero Kyle Rayner no está muerto. Todo ha sido un montaje. El grupo de insurgentes que ha perpetrado la engañifa le necesita para liberar el sistema Vega de un tirano que tiene sometido a los seis planetas que lo componen. Ellos son conocidos como los Omega Men.
En Omega Men nosotros, los lectores, somos Kyle Rayner. ¿Qué hago aquí? ¿Qué quieren de mí? ¿Cuáles son las motivaciones de estos terroristas, o insurrectos o libertadores? Al principio todo es confuso. Cuesta un poco ubicarse en el sistema galáctico. Adaptarse a la cultura de cada uno de los planetas y descubrir cómo funcionan sus diferentes estratos sociales viene después. Las primeras páginas de Omega Men son como aparecer de golpe y porrazo en un país totalmente desconocido sin un guía que nos descubra el lugar o un mapa que nos muestre el camino. El guionista Tom King, autor de obras como El sheriff de Babilonia o La Visión, quiere que le demos a la mollera, que utilicemos nuestra masa gris. Lo que no nos dice es que está haciendo un poquito de trampa, divirtiéndose con nosotros, como lo haría un avezado jugador de póker, al disponer todos los naipes sobre el tapete, mostrándonos todas las cartas pero guardándose algunos ases bajo la manga. Y entonces, a mitad del cómic, cuando ya estamos totalmente ubicados en ese sistema planetario: ¡Afuera la capucha! Golpe de efecto. Empezamos a conocer las motivaciones de cada uno de los personajes y a revivir los terribles sucesos acontecidos en el pasado que los llevaron a recorrer ese camino. En ese momento el cómic se torna un espejo de nuestro mundo, sin dejar de ser un intenso thriller político. Recurre también a la space opera para recordarnos que tanto guerras antiguas como los conflictos más modernos, la mayoría de ocasiones, utilizaron el subterfugio de la religión o la liberación de pueblos oprimidos para saquear naciones enteras. Pero el guionista natural de Washington va más allá, obviando lo fácil, eludiendo en todo momento una historia donde todo podría haber sido blanco o negro para mostramos un sinfín de matices. Después llega la cita del filósofo William James, que siempre es la guinda del pastel de cada capítulo y que da mayor énfasis a lo que acabamos de leer para que nos hagamos la misma pregunta: ¿El fin justifica los medios?
A los lápices encontramos a Barnaby Bagenda que no solo hace un excelente trabajo en el diseño de las diferentes razas sino que además nos hace explorar unos planetas que en el fondo no nos son del todo desconocidos. Karna, por ejemplo, es una interminable espesura de selva que bien podría traer malos recuerdos a un veterano de Vietnam. El planeta Ogyptu. Blanco y en botella. Hyn’xx: lo que pasa en Hyn’xx se queda en Hyn’xx. Es precisamente en este último lugar donde, uno de los puntos fuertes del cómic, su color, el modo de tratarlo, ese estilo único que define a Omega Men, alcanza su cota más alta. Seis páginas que mediante zonas coloreadas y otras de blancos y negros el dibujante marca el foco de atención donde quiere, para atraernos e introducirnos en una especie de “baile de disfraces” que asemeja a esas películas de espías donde nadie es quién dice ser.
Aunque si tuviera que designar solo dos momentos que me han puesto los pelos de punta (y no han sido pocos) de este cómic editado por ECC, primero elegiría ese en el que Kyle Rayner, todavía prisionero de los Omega Men, transforma con su propia sangre la letra omega en el logo de los Green Lanterns mientras pronuncia el juramento. “En el día más brillante. En la noche más oscura.” De su cuello pende una cruz. Su fe intacta, una fe que será puesta a prueba y que deberá pagar un duro peaje. Por otro lado está esa última y portentosa página que releí cuatro veces. Una página con sutiles detalles (atentos a la camiseta), en la que el protagonista habla con su interlocutor al principio, pero finalmente se dirige al lector, para meterse en su cabeza, y, con la excusa de explicar brevemente cómo se compone la página de un cómic (de este cómic) lanza una poderosa reflexión que te deja meditando sobre esa delgada línea que separa la ficción de la realidad largo rato después de haberlo finalizado.
“Tengo que hacer esto. Tengo que salvar a la gente. Tengo que salvarlos a todos.”
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