La buena literatura es aquella que te enfrenta a lo que das por sentado. Al menos, ese es el criterio que uso para distinguirla del mero entretenimiento. Y lo cierto es que no son muchos los libros que pueden ocupar un puesto en la primera categoría. De ahí la magia de encontrarse con ellos, casi por casualidad. Como si estuviéramos esperando que sucediese otra cosa. Desde que quedó finalista para el National Book Award en 2017, Pachinko entró en mi radar como una novela que merecía la pena leer. Una saga familiar de coreanos intentando hacerse una vida en Japón a lo largo del siglo pasado. A priori, parecía una novela entretenida. Mi sorpresa llegó después, cuando me vi totalmente arrastrado por la historia y por la Historia. Permitidme el uso de la mayúscula para diferenciar lo que los angloparlantes, acertadamente, dividen entre story y history. Aunque los personajes son ficticios, el episodio histórico que les toca vivir no lo es. Min Jin Lee me ha hecho replantearme mi fascinación por Japón, enseñándome la cara oculta de una sociedad eficiente y paradigmática. No sé si estamos ante una de las mejores novelas del año porque aún es pronto para este tipo de predicciones. Sin embargo, puedo decir desde ya que es uno de los libros más necesarios que vais a leer en 2018.
Todo comienza cuando Sunja, una coreana analfabeta de quince años, queda embarazada de un hombre casado que, fascinado por la joven, consigue embaucarla. Ante la imposibilidad de matrimonio, Sunja es tomada por esposa por un joven pastor presbiteriano que asume el cuidado tanto de ella como del bebé. Y juntos parten a Japón donde son acogidos dentro de la incipiente congregación con base en Osaka. Allí, el pastor y Sunja se reunirán con el hermano del primero y su mujer, con los que formarán una pequeña familia con la llegada de Noa, el recién nacido. A lo largo de los años, veremos cómo el devenir de este núcleo familiar será puesto aprueba constantemente. Racismo, pobreza y persecuciones religiosas serán problemas cotidianos a los que Sunja tendrá que hacer frente. No en vano, toda la novela gira en torno al fuerte ostracismo que vivieron los coreanos emigrados a Japón. Una situación que vulneraba los derechos humanos mínimos y que relegaba a la comunidad coreana a los peores estratos de la sociedad, como por ejemplo, trabajos en salones recreativos de pachinko. Una especie de pinball japonés cuyo sistema amañado generaba mala fama, pero que eran tremendamente adictivos. Negocios con los que la yakuza tenía relaciones.
Desde 1932 hasta 1989, presenciaremos cuatro generaciones de coreanos que tendrán que usar todo tipo de artimañas para poder tener una vida tan digna como los nativos del propio país. Desde ocultar sus raíces hasta separarse de sus seres queridos con el fin de evitar posibles asociaciones. En los años en los que transcurre la novela se sabía que ciertos trabajos, como profesor, estaban vetados si no se era japonés nativo.
Quiero detenerme a hablar del poder femenino que sostiene todo el artefacto narrativo. La autora nos sitúa tras los ojos de Sunja durante toda la novela. Es la fortaleza de una mujer que a penas sabe escribir bien su nombre desde donde el lector presencia un instinto de supervivencia imbatible. El peso de los años y de las muertes no es capaz de minar la voluntad de hacer que su familia prospere. Debido al fuerte patriarcado de la época, las mujeres se convertían en una deshonra para sus familias si decidían trabajar, incluso cuando el dinero era absolutamente necesario. Por lo que las mujeres en Pachinko tendrán que recurrir a todos sus recursos para poder alcanzar un mínimo de prosperidad.
Decía al principio que esta novela es sin duda necesaria. Y quiero explicar por qué. Siempre he tenido claro que una novela histórica no nos habla de la época en la que transcurre los hechos que narra, sino del momento en el que ha sido escrita. Y en este caso toca hablar del otro, del extranjero. El rechazo al que viene de fuera es implacable, sin importar cuánto se esfuerce. Con frecuencia es visto como un ciudadano de segunda categoría. Esta novela no sólo me ha enseñado historia. También me ha puesto en guardia ante mis propios prejuicios. ¿Quiénes son los coreanos hoy? ¿A qué colectivo, nacionalidad o etnia estamos culpando por nuestras carencias, por nuestro bienestar truncado? No quiero caer en el panfleto, ni en la demagogia. Aquí lo que nos ocupa son los libros. Sin embargo, no puedo sino pensar que la realidad, como el pachinko, lleva tiendo siendo amañada y son novelas como ésta las que te permiten entrever el truco. Leedla. Es necesario.
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