Soy de la opinión de que una buena ambientación de una novela es casi tan importante como una buena narración o unos buenos personajes. Es posible que el autor no le dé importancia al lugar donde se acontecen los hechos —como pasa en muchas ocasiones en las que se dice «Esta historia podría estar contada en otro lugar y en otro momento y seguiría teniendo el mismo sentido»— y, a pesar de ello, la ambientación siga siendo esencial.
Hoy vamos a hablar de esto, de la ambientación, de los escenarios y de los entornos que rodean a todas las historias que entran en nuestras vidas a través de las palabras. Y lo vamos a hacer gracias al libro que vengo a reseñar hoy: Paisajes literarios, de John Sutherland.
Ya me he pasado por aquí en alguna ocasión para hablaros de la editorial Blume. Y hoy no va a ser menos, ya que este maravilloso libro es una de sus novedades. Lo siento si me repito, pero es que estoy enamorada del trabajo que hacen. Aquí no solo las palabras son importantes, también lo son las ilustraciones que las acompañan y que hacen que leer los libros de esta editorial sea una experiencia fantástica. En este caso, vamos a tener la oportunidad de recorrer los lugares reales que inspiraron a numerosas obras de ficción, empezando por Persuasión y terminando con Azúcar negro, pasando por obras tan emblemáticas como El maestro y Margarita, La señora Dalloway o El gran Gatsby. ¿Cuánta verdad hay en estas ambientaciones? ¿Qué elementos reales influyeron en las obras de ficción? ¿Cómo utilizan estos lugares los propios autores?
Detrás de una buena ambientación hay cientos de preguntas que un autor se tiene que hacer antes de ponerse manos a la obra. No solo es necesario saber describir un lugar; una ambientación va más allá de eso. La época, las modas, las convenciones sociales, los rincones, los edificios, los automóviles… Hay un sinfín de detalles que hay que tener en cuenta y que es una delicia para el lector encontrar página tras página. Y más delicia es, todavía, poder leer en un solo tomo cuáles fueron las fuentes de inspiración que muchos autores de referencia tuvieron hace años.
Pero Paisajes literarios va más allá. John Sutherland aprovecha el estudio que hace sobre los emplazamientos de las novelas para darnos datos sobre los escritores o incluso sobre las obras para que comprendamos todavía mejor por qué un determinado autor decide basar su obra en ese lugar determinado y por qué no se trata nunca de un azar fortuito. Siempre hay una historia detrás, un pasado, un detalle que hace que un escritor se decante por darle vida a su historia en un lugar y época determinados.
De esta forma, siguiendo el rastro de migas que nos deja Sutherland, al final del libro entendemos muchas cosas que, seguramente, habremos pasado por alto al leer algunas de esas obras de referencia. Y lo mejor de todo es que como habla de tantos libros distintos siempre tendremos una mirada específica a la hora de empezar a leer uno nuevo.
Tal vez no sea un libro para leer del tirón, sino que su uso más bien está enfocado a ser un «libro de mesilla», como a mí me gusta llamarlos. Esas obras que tienes en un lugar privilegiado de la estantería y a las que acudes regularmente para leer tres o cuatro páginas cada vez. Quizás leerlo seguido signifique bucear en un mar de datos e información que se olvidará pronto y que no calará dentro del lector; pero si se hace de la manera que propongo seguro que se disfrutará muchísimo y se le sacará más jugo.
Dicho esto, solo me queda dar las gracias a Blume. De verdad que sus obras me ayudan muchísimo en mi proceso creativo. Recurro a ellas cuando me quedo en blanco y necesito inspiración. O, simplemente, cuando quiero seguir aprendiendo y seguir creciendo, tanto como escritora como lectora.