Un tímido brillo de luz se intenta colar entre las ranuras de la persiana. Mi cabeza es un nido de agujas que se clavan en el cerebro. Puedo sentir las punzadas y los calambres que ocasionan. La resaca es monumental. Escucho la sintonía de una emisora de rock que procede desde el salón. ¿O puede que sea la cocina? La voz chulesca y rota del locutor da paso a la canción «Say Hello 2 Heaven» de Temple of the Dog. Por el sonido enlatado doy por supuesto que la radio suena desde los altavoces del ordenador portátil donde mi compañero de piso estará toqueteando y buscando noticias en Google. Me sorprende que radien esa canción y a esa inmensa banda de unos aún más inmensos músicos. A continuación vuelve a intervenir la rota voz del locutor de radio. Abro los ojos de par en par y me levanto como un resorte de la cama luchando contra el inmenso dolor que martillea en mi cabeza. Chris Cornell se ha ahorcado. Eso ha dicho el locutor. Y acto seguido mi cerebro muestra un recuerdo. Algo que leí la noche anterior justo antes de acostarme. La primera página con la que se abre un libro soberbio:
«Que sueñes con el diablo y sientas pánico al amanecer».
Un mal sueño y solo eso puede ser lo que esté sucediendo, me digo, pero no. Estoy despierto, roto; por el pánico, la resaca y la trágica noticia.
Sirva esta introducción en la reseña para dos cosas muy necesarias; una, rendir en este espacio de cultura que es Libros y Literatura el tributo que el músico Chris Cornell me merece y a quien considero la voz de toda una generación, y otra para meterme en el rol del etílico estado que padece el protagonista de esta sublime novela australiana, Pánico al amanecer, de Kenneth Cook.
Publicada en 1961, esta novela fue un éxito editorial en Australia y tuvo su adaptación al cine una década después. En España tuvimos que esperar hasta el año 2011 para obtener su edición traducida en nuestra lengua de la mano de Pedro Donoso en la editorial Seix Barral. Cuando me hice con ella leí las críticas impresas en la solapa de la sobrecubierta. Una de ellas pertenecía al músico Nick Cave. Todas coincidían en la misma idea general: La mejor y más aterradora historia que existe sobre Australia. ¿Soy de los que se deja embaucar por las opiniones ajenas, por muy famosos que sean o por mucho que aprecie a dichos famosos? En este caso, sí. Cierto es que a veces se da el caso de que cuando de un libro se escriben tantas citas favorables y quedan reflejadas en el libro, al final lo único que se buscaba era conseguir vender lo invendible. En este caso están justificadas.
La historia se desarrolla en un árido pueblo de Australia en pleno desierto. Es el comienzo de las vacaciones de verano. El único profesor de la escuela de ese pueblo se prepara para abandonar por fin ese lugar y pasar las próximas semanas en las idílicas playas de Sydney. En su pequeña maleta de viaje lleva su ropa, el cheque que le ha pagado la escuela por su trabajo y unos pocos libros. De camino a Sydney, John Grant, el joven profesor, deja la maleta en el hotel y se va a tomar una cerveza mientras espera a que salga el tren que le llevará a sus ansiadas vacaciones en las grandes ciudades. Algo le ocurre tras esa cerveza, una mala decisión que se convierte en el detonante para que en aquel polvoriento lugar se dirija al infierno de su propia destrucción. Lo que tenía que ser una estancia de paso se convierte en un pasar de noches de pesadilla que le harán sentir pánico cada mañana.
Es esta una novela de suspense psicológico que consiguió en mi primera lectura que experimentara el tórrido y polvoriento calor que padecía su protagonista, degustar el amargo sabor de la cerveza bajando por la garganta y sentir los labios resecos y las constantes migrañas tras la resaca que acompaña a las primeras luces del día. Todo gracias al discurso empleado por su autor, directo, sin alejarse en ningún momento de la trama y guiándome por las desventuras que padece John Grant.
Pánico al amanecer es dura, visceral, sincera y emocionante. Un aterrador retrato de la Australia desconocida, la de los desiertos, la del carácter de sus gentes autóctonas de pueblos casi inhóspitos donde pasarse el día bebiendo cerveza y apostando en el juego parece ser su único entretenimiento. Eso y aterrar a aquel que no sea capaz de seguir su ritmo.