Reseña del libro “Papá, ¿cómo se enroscan las caracolas?: Un paseo geométrico por la naturaleza”, de Luisma Escudero
Antes de entrar en materia, tengo que confesar que mi cuaderno de matemáticas era negro porque me gustaba anticipar el luto ya desde septiembre. Nada hacía sospechar que terminase en la carrera de biología sufriendo una crisis obsesiva con los fractales. Para quien no sepa qué son, tengo el libro adecuado entre las manos: Papá, ¿cómo se enroscan las caracolas? Un paseo geométrico por la naturaleza, de la editorial Crítica e ilustraciones de Raquel Gu.
El título arranca con una pregunta sencilla, del tipo que miras hacia otro lado fingiendo que no la has oído, a ver si mientras el niño se distrae con otra cosa y no te obliga a demostrar tu ignorancia. Es verdad que está orientado a un público infantil-juvenil, pero os aseguro que ni con un doctorado sabía el nombre de todas las formas. En estos casos es mejor dejar la «titulitis» a un lado y admitir que siempre se pueden aprender cosas nuevas. O si no que se lo digan al autor de este libro, Luisma Escudero, que junto a su equipo descubrió una forma geométrica nueva presente en los organismos ¡y nadie en el planeta se había dado cuenta hasta entonces! ¿Quién mejor para contarlo que él, que lo ha vivido de primera mano?
Se trata de un libro didáctico muy ameno que recrea las conversaciones que tienen Margarita, Ernesto y Luismino con su padre —el autor—. Este aprovecha a explicar con entusiasmo la geometría de la naturaleza a la menor ocasión, bajo la atenta mirada de la gata de la familia. Mientras los niños se recrean entre preguntas y respuestas, bien señalizadas con bocadillos de distinto color según el personaje, la minina Piumina añade el tono sarcástico en un aparte que despierta la sonrisa en el lector. ¡No esperaba menos de un gato! Además, las palabras clave vienen resaltadas en el texto, por lo que se puede recurrir a ellas con un solo vistazo.
La ilustradora, Raquel Gu, se ha encargado de animar a toda la familia y quizás esta sea la parte más sencilla de su trabajo en comparación con el reto que tenía por delante. Porque no os penséis que esto es solo cosa de cuadrados, círculos y pentágonos. La naturaleza es muy compleja y para explicarla parte de lo básico, como es la simetría y los polígonos en dos dimensiones, para después crecer hasta la tercera mostrando ejemplos de dónde se pueden encontrar sin ir muy lejos. Poniendo el ojo desde los microorganismos hasta el paisaje. Pasando de animales a plantas, minerales, fenómenos atmosféricos y hasta techos o manteles. Desde el fondo del océano hasta la nevera de tu casa. Raquel lo mismo te dibuja una col romanesco o las alas de una libélula, como un grano de polen, Doñana y hasta un giroide. «¿Giro… qué?», diremos muchos. Si ya os advierto que como no espabilemos los niños van a saber más que nosotros. Seguro que si me hubiese aproximado a las matemáticas ayudada por libros como este, aprovechando el instinto de oler cuantas más páginas mejor, habría escogido un tono arcoíris para el cuaderno de clase.
Entre lo más sorprendente de Papá, ¿cómo se enroscan las caracolas? está la ausencia de números como tal. Que, a ver, existir existen, pero es como tragar feliz el puré de espinacas porque no ves la hoja. Un ejemplo de que las matemáticas son tan fundamentales, tan de base, que lo mismo sostienen la ciencia como el arte. En estas páginas me cuesta trabajo distinguir las dos ramas. Lo que me queda claro, es que la geometría de la naturaleza es la exposición artística de la evolución para lo vivo; auténticas joyas y esculturas para lo inerte. No puedes evitar que te entre por los ojos. Una belleza que cautiva y que puede llegar a obsesionar porque, como bien muestra este libro, se encuentra por todas partes. ¡Estamos rodeados! Es más… ¡la llevamos dentro! Luisma Escudero allana el terreno para poder presentarnos el escutoide; un descubrimiento que ensalza el trabajo en equipo y enorgullece a la investigación en España, de Sevilla al mundo entero. No encontraréis el escutoide en publicaciones anteriores a 2018. Y menos para niños. Esto es lo último de lo último.
Dada la mala fama que en general se le da a las matemáticas y a la penitencia que sufrí en el pasado, cuando me esforzaba lo justo para aprobar y que no me riñesen en casa, tiendo a sentir cierta compasión cuando un divulgador pretende transmitir el entusiasmo por esta materia a los niños. Como ver a un cachorrito en la calle mojándose bajo la lluvia. Doy fe de que incluso les brillan los ojos y a alguno le he visto dar saltos de alegría en mitad de la explicación.
Aunque no puedo poner fecha al momento en que con la edad cambié el chip y comencé a ver todo esto de la geometría como algo maravilloso, puedo intuir esa emoción en cómo está caracterizado el personaje de Luisma. He disfrutado y aprendido con sus explicaciones. Lo veo en su salsa sin faltar al rigor y muy bien acompañado. Por si queda alguna duda, también puedo afirmar que el doctor Escudero no es ningún cachorrito. Por mí puede ser un titán, un coloso o escoger la escala que prefiera, pero con la barbilla bien alta. Un valiente que hace frente a las preguntas de sus hijos y les muestra el mundo con ilusión. ¡Porque mira que es bonito!
Ojalá haber leído Papá, ¿cómo se enroscan las caracolas? cuando era más pequeña. No tener que esperar tanto a descubrir «la verdad» me habría evitado el calvario. Quizás mi obsesión por los fractales hubiese pasado por «cosas de niños» en lugar de parecer una demente señalando el carro de romanescos: «Oooooh, mira, mira, mira, ¿lo ves? ¿lo has visto?». La cajera todavía se acuerda de mi cara. Ahora me retiro a comer un esferoide oblato, que han venido muy buenos, mientras espero a que llegue del colegio la mayor para enseñarle la nueva adquisición. ¡Viva la divulgación científica!