Diez años después de la publicación de La catedral del mar (Grijalbo, 2006), Penguin Random House volvía a reunir este miércoles 7 de septiembre a la prensa para presentar la continuación de una novela con más de seis millones de ejemplares vendidos. Bajo el título de Los herederos de la tierra, Ildefonso Falcones ofrece nuevas historias ambientadas en la Barcelona medieval y en torno al ya archiconocido Arnau Estanyol.
Camisas comenzando a mostrar las gotas de un sudor obligado por las altas temperaturas de la ciudad condal y vestidos cortos, fueron lo primero que vimos a las puertas del Museo Marítimo de Barcelona, el primer lugar de una ruta que la prensa haría junto al autor. Tras un breve saludo bajo el sol abrasador de la mañana por parte de Lucía Conte, Doctora en Historia por la Universidad Pompeu Fabra y guía de todos nosotros por un día, nos adentramos en el Museo para recalar frente a la réplica de la Galera Real de Don Juan de Austria en la Batalla de Lepanto. Con Ildefonso Falcones posando frente a ella, vamos conociendo uno de los primeros escenarios de la novela: las atarazanas de Barcelona, donde empezamos a saber de Hugo, el protagonista de esta nueva obra.
Salimos a la calle para subir por el Raval mientras Lucía Conte nos habla de que ese lugar fue enclave de inmigrantes y esclavos anhelantes de libertad, que luchaban para un día poder pagársela y comenzar una vida nueva en Barcelona. Nos cuenta todo esto situándonos varios siglos atrás mientras nosotros – no sé si todos – vemos que por esas calles sigue habiendo gente luchando por un futuro mejor, o por un futuro simplemente, sea cual sea la raza; que no hace falta retrotraernos tanto. Escuchamos historias con eco antiguo pero vemos las mismas con color actual. Queremos decirle algo a Lucía pero la tenemos demasiado lejos.
Llegamos al antiguo hospital de la Santa Cruz de Barcelona, ahora edificio histórico de la Biblioteca de Cataluña y lugar donde surge la portada de Los herederos de la tierra. Mientras vemos a dos ancianos disputarse una partida de ajedrez gigante, Lucía Conte nos anima a entrar a la famosa sala de lectura, donde antiguamente se colocaba a los leprosos y que actualmente es una de las estampas bibliográficas más fotografiadas de Barcelona. No sabemos qué hacer, si disfrutar de esa partida con paisaje de un ‘chiringuito’ de libros – suponemos que con motivo de la Feria del Libro en Catalán que se celebra esta semana en Barcelona – o subir a la sala con todo el grupo. Lo perenne o lo fugaz. Decidimos retenerlo todo en fotografías, así todo es más fácil.
De allí nos dirigimos al Museo de Historia de Barcelona, lugar escogido para la presentación oficial del libro. Fuera, mientras esperamos a entrar, oímos a nuestro lado que hablan del talento de Falcones para enganchar al lector capítulo tras capítulo mediante hechos históricos. Hablan de Dan Brown como ejemplo y yo pienso en Walter Scott. Otros responden que quizás no es tan difícil, que es solo una moda. Los primeros lo niegan, y ponen como ejemplo «un libro malísimo que publicaron dos autores sobre Gaudí buscando el tirón de El Código da Vinci». No recuerdan el título. Yo sí pero no me atrevo a intervenir, yo también lo compré: La clave Gaudí (Plaza&Janés, 2007).
Agradeciendo de corazón la potencia del aire acondicionado de la sala y las botellas de agua por cortesía de la editorial, empezamos a fijarnos en el entorno. Con una puesta en escena digna de un best seller internacional, Núria Cabutí – CEO de Penguin Random House – da comienzo a lo que será una conversación entre Ildefonso Falcones y la directora de ventas de la editorial que sigue confiando en él – o al revés –: Grijalbo.
Temas como el papel de la mujer, de los judíos o de los esclavos en la Barcelona medieval van hilvanándose para acabar hablando del mundo del vino, del que Falcones se declara gran amante y conocedor de su historia. También le escuchamos hablar de su idea a la hora de crear y es que para él una escena, una imagen o un pequeño párrafo de un libro olvidado, puede ser el chispazo de toda una novela. Ya le sucedió en La catedral del mar cuando le sobrevino la imagen de un joven cargando una piedra desde la montaña de Montjuic a la Catedral del Mar; y lo mismo le ha sucedido ahora cuando, leyendo, tuvo la idea de ese niño que se dedicaba a cargar las pesadas bolas sujetas a las cadenas de los esclavos para que estos se pudieran mover con mayor facilidad.
Decimos leyendo porque es lo esencial para Falcones. Reacio al estudio a partir de documentos, el autor barcelonés defiende a capa y espada la lectura como aprendizaje, la constancia en el leer cuentos, ensayos, novelas; el saber llegar a páginas que abren en nuestra mente nuevos mundos. Llega la hora de las preguntas y, como es habitual, los primeros segundos son de duda por parte de la prensa para ver quién es el valiente que rompe ese hielo que produce la mirada encogida de Falcones. Este, sabedor de esa oportunidad, anima a que no haya preguntas para que todos vayamos – él también – a beber vino antes.
Y es así, sin preguntas y levantándonos al unísono, nos dirigimos cual niños de excursión escolar al Palacio Requesens, donde Penguin Random House tiene reservada la última sorpresa para todos nosotros: una comida medieval maridada por los vinos escogidos por el sommelier Juan Muñoz Ramos. Copa de cava en mano, las lenguas comienzan a destensarse y a olvidar la sequedad de más de dos horas de ruta y empiezan los saludos que han tenido que esperar todo ese rato. Nuevos contactos, tarjetas nominales pasando a manos ajenas, brindis, comentarios en alto sobre tal y cual sabor del plato, del vino, del ambiente. Pasan las horas, Ildefonso Falcones se dispone a firmar libros con su inseparable copa de hidromiel mientras avanza la sobremesa en el resto de mesas. La gente comienza a irse con su ejemplar firmado bajo un brazo y el obsequio de una botella de vino Fra Guerau en el otro. Empieza a vaciarse el salón, nosotros nos quedamos sentados inconscientemente y algo anestesiados, dudando de cuál es el verdadero motivo de todo lo que ha sucedido esa mañana. Y por qué hay tanta prensa. Tenemos a pocos metros la mesa presidencial con todos los altos cargos de Penguin Random House. Dudamos si levantarnos heroicamente y preguntarles sobre ello.
Finalmente, damos el último sorbo a la extraña copa de hidromiel, cogemos nuestro ejemplar, la botella de vino y nos vamos, pensando que quizás el vino tiene como obligación ese día – ¿o todos? – despejar las dudas de todos aquellos que esa jornada las hayamos tenido.