Lunes. Siete y media de la mañana. Aunque llevo de baja un buen tiempo, mi despertador interior me impide levantarme más tarde. Así que he aprovechado para hacerme un café y sentarme delante del ordenador para hablaros del libro que he terminado este fin de semana. Y no sé si es precisamente por lo que he dicho más arriba o qué, pero siento que esta obra me ha dado una bofetada en toda la cara.
Veréis, se trata de Pastilla roja antes de los 20, de Dani Sanz; un ensayo cuya finalidad es que el joven que lo lea sea capaz de no vivir atado al sistema. Lo primero que tengo que decir es que yo tengo más de 20 años, en concreto tengo 27, y aun así he sentido que este libro también podría estar dirigido a mí. ¿Por qué entonces el título es tan preciso y hace alusión a los menores de 20? Bueno, quizás porque están empezando a construir su vida, a tomar sus propias decisiones y es el momento clave para analizar si se quiere ser parte del sistema o vivir de forma independiente y sin ataduras.
Llegados a este punto os preguntaréis qué tiene de malo vivir dentro del sistema. Al fin y al cabo, la mayoría de personas que estáis leyendo esta reseña tendréis un trabajo por cuenta ajena, o estaréis en paro en busca de uno, o tal vez ya os habréis jubilado después de una vida entera trabajando. Los que menos, seréis empresarios, dueños de vuestro propio tiempo. Y aquí reside la cuestión: en el tiempo. Cuando uno trabaja para sí mismo no tiene la impresión de que esté «perdiendo el tiempo», en cambio, cuando se lo dedica a otro… ahí la cosa cambia. En mi caso, diré que soy de las primeras. Es cierto que tengo mi sueldo y mi horario fijo, y estoy más que contenta. ¿Pero qué pasa? Que el problema viene cuando alguien tiene algún tipo de «don» que no desarrolla por miedo a perder o porque es más cómodo trabajar para otro.
Perdonad que os hable de mi caso concreto, pero creo que de este modo entenderéis mejor qué es lo que este libro nos quiere transmitir. En mi caso, siempre he querido ser escritora y dedicarme al mundo de los libros. Sin embargo, desde bien pequeña supe que eso iba a ser complicado. Por eso, en vez de estudiar Periodismo, estudié Derecho. Me repetía a mí misma que si tenía un trabajo que me diera dinero, podría tener tiempo libre para hacer lo que me gustaba. Ya os imagináis lo que pasó: terminé la carrera, me di cuenta de que odiaba el Derecho, y la toga se quedó colgada en un rincón. En cambio, antes de graduarme empecé a meterme en el mundo de las editoriales, y ya tenía mucho escrito porque a eso no había renunciado en ningún momento. Y poco a poco fui haciendo de ello mi trabajo, hasta el punto de poder dedicarme profesionalmente a los libros. ¿Me da para dejar mi empleo actual, fijo y con un horario de lujo? No. ¿Me ayuda económicamente, me llena y hace que quiera seguir mejorando en ese campo? Sí. Un fifty-fifty. De momento, me conformo.
En Pastilla roja antes de los 20, Dani Sanz intenta que el lector analice su situación actual. ¿Es mejor dedicarse a trabajar para otra persona o para uno mismo? ¿Estoy racionalizando bien mis ingresos para, en un futuro, no tener que depender de nadie? ¿Si hiciera todo lo que me propone podría incluso jubilarme a los cincuenta años o menos y vivir de mis ahorros? ¿Por qué el sistema me quiere dentro de esa cadena cuya meta es aquello que llaman «jubilación»? Ya os lo adelanto: leer este libro, como os dije al principio, es llevarse una patada en la cara. Porque os va a hacer pensar, e incluso arrepentiros de algunas —o muchas— decisiones que habéis ido tomando a lo largo de vuestra vida. ¿Es tarde para cambiar? Solo siguiendo sus pautas podréis saberlo.
Me toca analizar un poco el marco narrativo de la obra. Ya sabéis, porque se trata de una reseña y esas cosas. Pero Dani Sanz me lo pone fácil en este aspecto y me permite resumirlo en una sola frase: aquí no importa cómo está contado sino qué está contando. El autor elige un lenguaje cercano, sin rodeos ni florituras, que hace que el lector piense que está delante de un profesor que está dando una conferencia. Va al grano en todas las ocasiones, intercalando alguna que otra anécdota para que se entiendan mejor sus ejemplos. Y eso hace que la persona que está leyendo no pueda detenerse. Y eso es un mérito, y más si no perdemos de vista que este libro está principalmente dirigido a jóvenes, que incluso no tienen por qué ser lectores habituales. Si se hubiera decantado por utilizar un lenguaje más técnico, donde las palabras brillaran más que el contenido, el resultado habría sido pésimo: el lector se aburriría en la página diez. Así que no podía dejar de analizar este marco narrativo porque me ha parecido todo un acierto.
En definitiva, este ensayo nos propone una forma distinta de ver el mundo. No soy economista para decir si es válida o no, pero sí soy una ciudadana que a veces siente que tiene una soga al cuello y que no puede evitar preguntarse de vez en cuando si lo está haciendo bien. Si te sientes así, este es tu libro.