Cada vez que un libro copa los escaparates, corro en dirección contraria. ¿Qué le voy a hacer? Siento que el gasto en publicidad es inversamente proporcional a la calidad de la obra. Otra cosa es cuando un libro se hace popular por el boca a boca. Pero, en general, los fenómenos editoriales me dan mucha pereza. Quizá por eso, a estas alturas, aún no he leído Patria, de Fernando Aramburu. Mi compañera Susana lo reseñó maravillosamente en 2017, y a ella os remito para conocer más detalles sobre la historia original. El tema de Patria —una reflexión sobre el nacionalismo y las heridas que ha dejado ETA en la sociedad— me interesa mucho, pero esa reticencia irracional a leer los libros de los que todo el mundo habla sigue ahí.
Al final, he decidido acercarme a la obra a través de la adaptación a novela gráfica que ha hecho Toni Fejzula. No es la primera vez que hago algo así. Ya he probado con libros que por su complejidad (Crítica de la razón pura, de Kant) o extensión (Moby Dick, de Herman Melville, y En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust) me echaban para atrás. En todos esos casos, la experiencia fue satisfactoria, y con Patria no lo ha sido menos. Toni Fejzula ha logrado transmitir la esencia de la obra original reduciendo sus 648 páginas a 277.
Reconozco que tardé en ubicarme. Los saltos temporales y de un protagonista a otro son constantes, como también sucede en la novela. Con algunos personajes me centraba antes que con otros, aunque Fejzula ha hecho un buen trabajo destacando rasgos físicos para que los lectores seamos capaces de reconocerlos a lo largo de esos treinta años que abarca la historia, que finalizan cuando ETA anuncia el cese definitivo de la violencia armada. De este modo, retrata las diferentes posturas: la de los defensores y detractores de la violencia, la de los que temen, la de los que se enfrentan y la de los que callan. En definitiva, cómo afrontan la vida, tras el crimen, la viuda, el huérfano, el mutilado… y hasta el asesino.
En el cómic de Patria, el color juega un papel crucial, como explica Toni Fejzula en el epílogo. Predominan el verde oscuro, el azul y el gris, las tonalidades reales del País Vasco, pero también aparecen los colores cálidos para enfatizar las emociones de los personajes. Toni Fejzula también nos cuenta por qué un serbio como él decidió embarcarse en este proyecto. Conocer sus vivencias personales es un plus de la adaptación, pues demuestra que el retrato del nacionalismo vasco que hizo Fernando Aramburu es extrapolable a otras partes del mundo.
La única pega que le saco a esta novela gráfica es el tamaño de la letra, excesivamente pequeño. Eso, unido al escaso grosor y al color de los bocadillos, que a veces se camuflaba con el fondo, dificultará la lectura a aquellos que tengan problemas de visión. Por todo lo demás, me parece una adaptación excelente, pues logra entidad propia. Tanto los que hayan leído el libro de Aramburu como los que se acerquen a esta historia por primera vez, disfrutarán de esta novela gráfica de Toni Fejzula.