Solo hace falta echar un vistazo a nuestro alrededor para darnos cuenta de que el pecado convive con nosotros. Da igual lo que hagamos y en la situación en la que estemos: alguno de los pecados capitales está presente. Siempre. Y, señores, que tire la primera piedra el que no haya envidiado nada, el que no haya sentido un ataque de ira, el que no haya devorado algún suculento manjar sin tener hambre. También el que no se haya dejado llevar por la pasión, el que no haya puesto el despertador “cinco minutitos más”, el que no haya subido selfies y selfies a las redes sociales o incluso el que no haya querido tener algo para sí y no compartirlo jamás con nadie. Vamos, estoy segurísima al cien por cien de que todos los aquí presentes nos quedaríamos con la piedra en la mano, porque sea de la manera que sea, hemos cometido alguno de estos pecados a lo largo de nuestra vida.
Eugenia Dalmau se centra en este hecho para desarrollar su novela: El pecado que mató a Carolina Martín. No os voy a engañar. Al principio, el título de la obra no me convencía en absoluto. Demasiado largo y misterioso para mi gusto. Pero a medida que fueron pasando las páginas, lo entendí. Entendí por qué esta autora valenciana había optado por poner un título tan enigmático.
Empecemos por el principio: un cuerpo aparece, en una casa, sin signos aparentes de violencia. Parece un infarto, o incluso un suicidio. Sí, el cuerpo es el de Carolina Martín, una mujer de éxito que se codea en las altas esferas de Madrid. Lo tiene todo: un trabajo de lujo, un chalet en una urbanización envidiable, amigos influyentes, juventud, belleza a rebosar y mucha inteligencia. La casualidad quiso que Jaime Reyes y Manuel Serra fueran los encargados de esclarecer los hechos y darle sentido a esa escena. Porque si hubieran sido otros los inspectores encargados del caso, no hubieran descubierto jamás la historia que encerraba el asesinato de Carolina.
Poco a poco estos inspectores irán poniéndole cara a todas las personas que componían el círculo más cercano de la fallecida, concluyendo que cada uno de ellos era la viva imagen de un pecado capital. ¿Qué fue lo que mató a Carolina? ¿Qué pecado hizo que apareciera muerta en su casa? ¿La ira, la pereza, la lujuria, la envidia…? Siete son las opciones y siete los posibles móviles del crimen. Detrás de ellos, su jefe, su hermana, su cuñado, su amante… un sinfín de personas que podrían haber cometido esa barbaridad sin ningún tipo de remordimiento.
Ahora pasemos a analizar el cuerpo de la obra. En la primera mitad del libro, Eugenia Dalmau sigue una tónica que se repite constantemente: nos da un capítulo en el que conocemos a un nuevo personaje y acto seguido encontramos otro capítulo en el que nos cuenta la vida de esa persona y que, tras leerlo, nos deja claro qué pecado es el que se esconde en las entrañas de dicho personaje. Cuando ya tenemos todos los pecados y personas presentadas, comienza la “segunda parte” del libro —lo pongo entrecomillado porque no existen partes divididas físicamente, pero yo sí que he notado una clara separación en este punto—. Esta segunda parte, como decía, se centra ya en la resolución del crimen. Una vez que sabemos todos los motivos de los sospechosos, iremos desgranando poco a poco, junto a los inspectores, todas las pistas del caso. Sabiendo esto, lo del título escogido se entiende muchísimo mejor, ¿verdad?
Esto me ha gustado especialmente, pues al principio nada más que quería llegar a esos capítulos explicativos en los que nos remontamos años atrás para conocer la vida de un personaje en concreto. Es como si el lector se convirtiera por unos momentos en un psicólogo, que se adentra en la mente de esa persona para entender qué es lo que le ha llevado a ser quién es en la actualidad. Esto también permite al lector formar parte del equipo de investigación, como si fuera un tercer compañero en el equipo de Reyes y Serra. Conociendo la vida de los sospechosos, podemos empezar a hacer nuestras elucubraciones e intentar adivinar quién fue el asesino. Yo, aviso, por más que lo he intentado, no he acertado. Pero claro, es que en cada capítulo cambiaba de opinión: “sí, sí, estoy segura, ha sido fulanito porque blablablá. No, no, antes me equivoqué, ¿cómo pude ser tan tonta? Ha sido menganito porque blablablá…”. En fin, así durante las cuatrocientas páginas que tiene el libro. Y no, no acerté. Así que menos mal que mi oficio nada tiene que ver con resolver asesinatos…
En cuanto a los personajes, me ha gustado mucho la evolución del inspector Reyes. Aunque el narrador de la historia es su compañero, Serra, a través de sus palabras podemos ver claramente como el personaje de Reyes va evolucionando poco a poco. Empieza siendo un desconocido para nosotros, un tanto distante y frío y al final se convierte en alguien cercano y al que acabamos cogiendo cariño. Serra aporta un toque de humor al argumento con sus comentarios constantes y su forma de ser, tan de valencia.
El pecado que mató a Carolina Martín es un libro de esos que atrapa. Eugenia Dalmau nos va dejando miguitas de pan que solo hacen que queramos más y más. Pero no, hasta el final no obtendremos nuestra recompensa. Así que hay que tener paciencia. Además, tiene un ritmo bastante lineal que se ve muy incrementado cuando nos vamos acercando a ese desenlace donde se descubre todo el pastel. Por lo que el final es genial, muchísimo más ágil y que hará que nos leamos las últimas ochenta páginas del tirón.
Al principio hablaba de la facilidad de caer en el pecado, de dejarse llevar por esos malos pensamientos. Y es curioso que uno solo de ellos fuera el que acabó con Carolina Martín. Pero, más curioso es todavía, el hecho de que cualquiera de los personajes, cada uno con su pecado particular, podría haber tenido motivos para hacerlo. Eso me ha hecho pensar y me ha gustado mucho, porque al final cualquier pequeño detalle puede hacer que la chispa se convierta en llama.
No seré yo quien tire la primera piedra, por supuesto. Tengo tantos defectos como cualquiera. Mientras leía este libro he detectado varios: primero, la pereza, porque llegó el fin de semana y no quería salirme de mi cama con tal de pasar un rato más leyendo esta novela. Segundo, la gula, porque ¿qué mejor que un buen chocolate caliente para calentar el cuerpo mientras seguía leyendo? Tercero, la ira, porque me enfadaba cada vez que mi sospechoso cambiaba, desbaratándome todo el razonamiento. Y, cuarto, la envidia, porque me encantaría tener la mente de Eugenia Dalmau para que este argumento se me hubiera ocurrido a mí antes.
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