Pecados sin cuento, de Richard Ford
Algo habrá tenido que ver, digo yo, el haber probado a Barnes recientemente en las distancias cortas y que sus cuentos me hayan parecido absolutamente brillantes para que los cuentos de Ford me parezcan ahora una absoluta mediocridad.
Es la ley de la causa y el efecto, tendré que explicarle resignado al amigo que me prestó estos cuentos cuando se los devuelva. Él me mirará, reirá seguidamente el comentario y pasaremos a otro tema, restándole importancia. Ambos sabremos en el fondo que será difícil que me vuelva a prestar nada más o que, cuando lo haga, se lo pensará dos veces.
Y no es mi intención cerrarme en banda a ninguna sugerencia (de hecho, intento cada vez abrir mi abanico de autores), pero con el paso de los años, y sin vanagloriarme de ello, mis gustos se han ido refinando más y más. Ya no acepto cualquier cosa para leer. Sería algo así como definir mis gustos en el sexo: sé lo que me da placer, voy a por aquello que pienso que puede proporcionármelo y huyo de lo que pienso que sólo me va a hacer perder el tiempo.
Y no es que Ford me parezca un escritor malo, reconozco su valía, tiene un estilo correcto y pulcro, pero cuando lo leo, su escritura no me conduce a ningún sitio.
Sería, por establecer un paralelismo, todo lo contrario a Carver (del que hablaré pronto): Carver no te lleva de la mano a ningún sitio tampoco, digamos a la manera tradicional del cuento donde suele existir un factor sorpresa o que imprima una sensación de cierre al final de él, pero cuando uno lee a Carver se tiene la sensación de que ha contado mucho aunque el final del cuento sea vago o abierto. Ford me deja indiferente aún siguiendo las mismas pautas: me parece un Carver barato e insulso.
Si tuviera que destacar uno solo de los cuentos de este compendio, sólo nombraría el que yo llamo el cuento del mapache: un matrimonio se dirige a una cena de gala con otro matrimonio en su casa de campo. Ella le confiesa en el viaje en coche que mantuvo relaciones sexuales durante un tiempo con el anfitrión. El marido para el coche en la cuneta, ella va a decir algo y él le estampa un puñetazo en la nariz. Tras el shock, ambos quedan en silencio y presencian desde la oscuridad cómo los ocupantes de una furgoneta que pasa a su lado atropellan aposta a un mapache que se mete en la calzada.
Ella, implorando su clemencia y con la nariz sangrando, le pide que por favor haga algo por el pobre animal, que se mete cojeando entre la arboleda. Mientras él busca el mapache, el coche enciende sus luces, arranca y ahí acaba todo. Fin de la historia. Fin del cuento.
¿Abandona ella al marido? ¿le atropella de la misma manera que los de la furgoneta atropellan al mapache?
Este desconcierto me gusta, esta carga sentimental ligada a un hecho tan cotidiano.
No destacaría mucho más de estos cuentos. Ford tiene una gran cantidad de novelas a sus espaldas, compruebo en las librerías, pero creo que me va a costar acercarme de nuevo a él.