Reseña del libro “Pechos y huevos”, de Mieko Kawakami
¿Quién no ha deseado alguna vez tener una amiga japonesa? No especialmente rara ni excéntrica, una japonesa estándar con sus altos y bajos y sus pros y contras pero que duerme en un futón, compra en una konbini, vive en Tokio como quien habita en Salamanca, pasándolo bien y mal a partes iguales. Pechos y huevos, lo tengo que decir, ha sido para mí durante muchas páginas algo cercano a eso, a una inmersión en la vida de una japonesa moderna, un catálogo de anécdotas que me podría estar contando alguien a quien tengo aprecio, y solo en el último momento ha tornado en algo mucho más serio.
Natsuko Natsume ronda la treintena y lleva una existencia gris, encadenando trabajos basura, sin pareja, escribiendo una novela que no avanza, estancada. En el momento en el que ella misma, como narradora, se nos presenta, espera en la estación la llegada de su hermana Makiko y su sobrina Midoriko, que la visitan en Tokio un fin de semana. Una, la madre, obsesionada con hacerse un aumento de pecho, la otra abrumada por los cambios que produce la pubertad en su vida, su cuerpo y su manera de estar en el mundo. Makiko y Natsume comparten su pasado, una niñez en la pobreza marcada por las muertes de su madre y de su abuela y su temprana entrada a la vida adulta como chicas de alterne, la profesión que Makiko todavía ejerce (y que significa algo distinto en Japón que lo que comporta en España). Por tanto el libro se abre con tres generaciones de mujeres lidiando con tres generaciones distintas de problemas, ninguno de los cuales se resuelve para cuando madre e hija dejan la ciudad ciento cuarenta páginas más adelante.
Ocho años después, cuando comienza la segunda parte, la situación laboral de Natsuko ha mejorado. Sin embargo, esto no la libra de tener un gran problema. Sus años fértiles llegan a su fin y sus ganas de ser madre se topan con una incapacidad total para mantener relaciones sexuales y la dificultad de ser madre soltera en Japón.
Como decía, la aparente espontaneidad de la narración y el desparpajo de la narradora hacen de Pechos y huevos un libro llevadero, que flirtea demasiado con lo intrascendente, eso sí. Como una conversación con amigos que se alarga, con la salvedad de que es la narradora quien lo dice todo. Al tiempo que plantea sus dilemas, Natsuko se fija continuamente en pequeños detalles cotidianos, la comida, la ropa, el tiempo y la época del año (omnipresente) e introduce una variopinta galería de personajes secundarios, que van desde su editora, una mujer mayor adicta a su trabajo, hasta una colega escritora, pasando por un hombre nacido por inseminación artificial que no conoce a su padre.
Por momentos resulta difícil mantener el aliento si lo que se busca es una revelación, una luz al final del camino. Este no es un libro de esos. Es un libro para escuchar a Natsuko cuando haya ganas de hacerlo, para que acompañe al lector en ratos perdidos en los transportes públicos, para quedarse con brillantes escenas que aparecen cuando menos se las espera. Solo en último tramo, cuando toma verdadera importancia su deseo de ser madre en solitario y se encuentra con la férrea oposición de gran parte de las personas a las que se dirige, el libro adopta un tono más serio, grave, y todas esas piedrecillas que Mieko Kawakami ha ido soltando se convierten en bloques de hormigón que soportan una narración más potente. Si para entonces se ha conseguido la conexión con la protagonista, se sufren de veras el acoso y la presión que para ella supone no responder a las expectativas, y se comprende en cierta manera el alcance que la obra tuvo en Japón y que haya sido catalogado como un “fenómeno literario internacional”. Pero quizá, y solo quizá, ese momento de comunión no termine de llegar para muchos lectores y lectoras.