Pérdida, de Gudbergur Bergsson
Pérdida no es la alegría de la huerta. Eso por descontado. La foto (bonita) de la tetera en la portada ya lo presagia. (El título ya ni te cuento). No te va a hacer salir un viernes noche con ganas de quemar la ciudad. Más bien al contrario, si vas a salir a comerte el mundo, apárcalo para después de los postres. Si hay algo que realmente consigue éste libro es hacerte empatizar con tus mayores. Seguramente sabes cómo se conocieron tus padres, su primer coche, sus trabajos, cómo se divertían e incluso cuando fuiste concebido. Pero… ¿sabes lo que hacen ahora que ya no vives con ellos y que tu madre ha empezado a perder un poco la cabeza? ¿Cómo afronta eso tu padre sólo, cuando sus hijos piensan que quién debe cuidar de ella es su marido? ¿Sabes que tu padre no se defiende mal en la cocina, que incluso cocina mejor que tu madre, ahora que le toca a él las tareas de la casa? ¿Sabes la de veces que ha deseado matar a tu madre para liberarse de ella? ¿Y que no aguanta estar con ella pero tampoco sin ella? ¿Y sabes que una vez muerta ya tu madre, tu padre la lleva cada día dentro –literalmente- de él?
No obstante, con el tiempo descubres que hay algo peor que la propia muerte: la vejez y la muerte de los tuyos. Eso es algo que casi todo el mundo piensa (por mucho que en algunos medios se oigan voces expresando que sí envejecer es hermoso, que si es parte de la vida, y blablablá). Mentira. Quien habla así tan sólo expresa una forma elegante de resignación y oposición a “la peor y más poderosa mierda de la vida (sic)” y si alguien cree que no es tan terrible es que no es consciente de todo lo que envejecer conlleva.
Eso por una parte. Pero si ya de por sí la vejez es terrible, combinada con la soledad es algo atroz.El protagonista de Pérdida es un solitario anciano que enviudó a tempranamente. Supongo que es inevitable al llegar a cierta edad, y también es un recurso novelístico muy usado, echar la vista atrás y hacer un balance de lo bueno y malo, como dirían los Mecano. Nuestro hombre se sabe cerca del final de su vida y hace un repaso mental de ella. Comienza contándonos sus achaques, supersticiones y recuerdos sin más compañía que la pava que hierve ora té, ora café. Cree que ha vivido más de lo que debía pero “cuanto más envejece, con tanta más fuerza se aferra a la vida, aunque no hace nada por alargarla”.
Pérdida son los retazos de una vida particular en la que todos nos reflejamos porque todos hemos teorizado alguna vez sobre nuestra propia vejez. Algunos de los recuerdos presentados son irrelevantes, pero, como él mismo afirma, la memoria tiene esas cosas y los recuerdos afloran cuando ellos quieren. Asistimos de una forma lúcida y serena a la narración del envejecimiento de todo lo que le rodea; a la constante renovación del ciclo vital en todos los aspectos, modas, cambios en los tiempos y costumbres: el barrio en el que él y su mujer compraron su casa, (un barrio nuevo y lleno de niños y hierba que ahora está lleno de viejos cuyos pisos al morir son comprados por jóvenes parejas que conviven juntas sin casarse); el desapego y distanciamiento de unos hijos que sólo van a verle en los cumpleaños; la manera en que los médicos no se molestan en atender un cuerpo viejo y gastado porque no ven sentido en ello pero en cambio se comportan de forma diferente con los jóvenes del barrio “a los que incluso les hacen electros”; la impotencia ante la progresiva degeneración de su esposa,…
Pérdida es un libro teñido de tristeza. Una tristeza que no cae en la sensiblería ni provoca la lágrima. Una tristeza realista. Una tristeza que se lamenta, sin agresividad, por el tiempo pasado y da gracias por lo vivido. Una tristeza que tampoco se recrea en los pormenores de la decadencia del cuerpo humano (como era el caso del desgarrador, brutal, explícito, pero sumamente recomendable cómic de Joyce Farmer, “Un adiós especial”). Emotiva sin ser blandenguerías, fácil de leer y un aliciente para ponernos en el lugar de nuestros mayores y entenderlos mejor.
De vez en cuando me gusta leer libros como éste, que te hacen pensar en la situación de personas como nosotros, de gente anónima sin más mérito que el de haber vivido una vida, orgullosos de haberla vivido y afrontando el incierto futuro que se les avecina.
Muy inteligente forma de leer, sabiendo sacar algo positivo hasta de los relatos más tristes. Los escritores nórdicos tienen una habilidad especial o una inclinación especial para las historias con poso melancólico y pausado que nos mueve a la reflexión. De todos modos, yo creo que para exponerse voluntariamente a que a uno le hagan recordar determinadas cosas también hay que valer, o estar hecho de una pasta especial, no sé.
¡Saludos!
Gracias, Leire.
Yo creo que más que estar hecho de una pasta especial lo que importa es el momento en el que te apetece una determinada lectura. En la vida hay momentos para todo, y ahora tocaba este. (Pero no negaré que estoy hecho de una pasta especial, jejeje).
¡Saludos!