Hay aventuras menos arriesgadas que sumergirse en la vida de un poeta vista a través de los ojos de otro poeta, que es exactamente lo que es Perro: una reflexión sobre la vida de Rainer María Rilke en la pluma de Albert Roig. Yo al menos me acerqué al libro con tanto miedo como expectativas y ahora que me encuentro felizmente sobrevivido debo decir que ambas estaban plenamente justificadas. El miedo porque es un obra original, divertida aunque no necesariamente acogedora, devota pero no deslumbrada, y las expectativas porque acercarse de cualquier modo a una obra sobre uno de los grandes poetas siempre es buena idea. Y si esa aproximación se hace con la intercesión del talento de un escritor y de una forma tan personal como sólo un poeta afrontaría, pues mejor. Pero el peligro está ahí, acechante, y no es exclusivo de esta obra, del protagonista ni del autor sino de la temeridad de acercarse no sólo al poeta, sino al hombre. Y de enfrentarse a la evidencia: tantas razones sobran para admirar al uno como faltan para hacer lo propio con el otro. El propio Albert Roig en un momento determinado lo resume de la forma más contundente, clara y transparente: “es un caradura”.
La pregunta, sin embargo, no es si debe uno interesarse por los autores y no sólo por las obras porque es algo tan inapropiado y desaconsejable como inevitable. La pregunta es: ¿y qué? Quiero decir, ¿importa realmente que Rilke viviera una vida más o menos edificante, que utilizara su poesía en cierto modo como herramienta de seducción y de promoción social?, ¿importan sus ambiciones, su ego? Quiero responder que no, si lo miro fríamente diría que sin duda es así, pero reconozco que a mí, que me acerqué a Rilke gracias a Tsevietaiéva, Pasternak y sus Cartas del verano de 1926, Perro me ha modificado la imagen que tenía del poeta que al principio amenazó con alejarme de él más de lo que me acercaría. Sin embargo es un error, la obra es la que es y su valoración y su significación para el lector no debe modificarse por conocer más o menos de su biografía y hay que agradecer a Albert Roig que lo demuestre de una forma brillante. Tanto y tan convincentemente que me provocó el momento de flaqueza que acabo de comentarles.
Pero hay más cosas que se pueden decir de Rilke tras leer Perro además de abundar en los aspectos menos edificantes de su vida, por otro lado tan propios del oficio y la época, se podría hablar de la sensibilidad, de la escasez, de las contradicciones, de sus relaciones con las mujeres pero también de su talento porque dentro de la obra hay poemas, hay cartas, en fin, todo lo necesario para alimentar la admiración que de natural el poeta despierta.
Albert Roig construye una obra tan personal que a menudo resulta incluso desconcertante, cosa que en mi particular escala de valores literarios es sin duda un tanto a favor. Al equilibrio, difícil de mantener, entre el poeta y la persona se suma a modo de triple salto mortal el tercer equilibrio imposible, el del autor y la obra. Porque el autor participa del texto, aparece en él y no sólo en forma de reflexiones o a través de su estilo, sino que está presente e integrado en él. En una biografía de un personaje tan carismático es difícil que aparezca el biógrafo y no estorbe, y el autor no sólo lo consigue sino que visto en perspectiva es imprescindible. Un Perro documental y aséptico habría tenido bien poco sentido.
Andrés Barrero
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