Detesto a los profetas. A los de cualquier cosa. Y mucho más a los de las cosas de la vida. Esos que te cuentan el secreto de la felicidad en una charla TED y lanzan tweets llenos de eslóganes falsos sacados de una cita de Emil Cioran, que normalmente también es falsa. Discúlpeme si es usted de ese tipo; le prometo que nunca reseñaré su libro. También me dan alergia (y de la chunga) los gatos, pobrecicos míos, y añadiré, por último, que nunca pierdo el tiempo leyendo novelas que no me arañan (ni me muerden la mano), nunca termino un libro que no me haya zarandeado un poco antes de la página setenta. Esa clase de libros, ya sabe usted. Pero ojo: que éstas manías son mías y, por lo tanto, no tienen ninguna importancia.
Sin embargo, sí es cierto que por estos y otros motivos que trataré de explicarle en esta reseña, Personajes desesperados, novela escrita en 1970 por Paula Fox (la abuela proscrita de Courtney Love) y reeditada en España tras casi quince años desde su última aparición (¡olé una vez más a Sexto Piso por recuperar tanta buena literatura!), por estas cosas mías, le decía, esta formidable obra se ha clavado para siempre en mi cabeza (y en mi estómago) y estoy seguro que se convertirá en una de las grandes lecturas del año para usted, si es que también elige desesperarse y disfrutar con ella.
Y es que yo, usted, y todos, en definitiva, somos seres desesperados. Al igual que Sophie y Otto Bentwood, la pareja protagonista de la novela. Un matrimonio neoyorquino de clase alta, con Mercedes de clase alta y amigos de clase alta que una noche, tras terminar de cenar y justo cuando un gato callejero muerde a Sophie en la mano, comienzan a sentir resquebrajarse el suelo en el que pisan, a notar cómo se abren y sangran otro tipo de heridas, las que están bajo la piel, las heridas de los seres humanos en crisis constante, hombres y mujeres maduros y experimentados que aun así se reconocen, de repente, solos, incompletos e infelices, llenos de un profundo extrañamiento vital. Almas aparentemente triunfantes pero abandonadas a su suerte por el amor y la esperanza en un mundo cada vez más ajeno y que no saben encontrar respuestas a tantas preguntas. ¿Le suena a usted de algo todo esto?
Pues toda la espiral existencial de los Bentwood y sus amigos, familiares y conocidos (y aquí viene para mí lo mejor de la novela), nos lo muestra Fox a través de una prosa exquisita y minuciosa que te hace vibrar y en la que no falta ni sobra nada. Un estilo sencillo pero de una intensidad asombrosa, sin grandes descripciones, pero con escenas inolvidables que son regadas con unos silencios que hablan claro, que golpean como martillos. A todo este despliegue técnico de la autora, hay que añadir unos diálogos únicos, llenos de dobles sentidos, de ironía y de inteligencia que me han recordado mucho a A.M. Homes en Días temibles, o la gran Lorrie Moore de Pájaros de América, por su mordacidad y su extraña e inquietante sencillez, o incluso a ciertas escenas de Lost In Traslation, aquella maravilla de Sofia Coppola. Personajes desesperados es una obra de arte, ya me entiende usted.
Porque Fox nos enseña el devenir de los Bentwood muy poco a poco, creando una atmósfera de ansiedad total que nos lleva sin pestañear a un final apoteósico y cargado de metáforas. Pero antes de eso, nos deja una historia única e inolvidable de búsquedas, sueños rotos y recuerdos, con grandes dosis de psicología en la construcción de cada personaje, pero también llena de basura (orgánica y de la otra), de miedo y de mucha, mucha rabia y confusión. Los Bentwood y todos los que les rodean son seres a punto de estallar, que viven en medio de una ciudad, el Nueva York de finales de los años sesenta, sucia y salvajemente tomada por la juventud, que encierra también una crítica premonitoria de lo que la deshumanización de las ciudades hace hoy en día con nosotros.
Jonathan Franzen, el descubridor de esta joya que hoy le recomiendo leer a usted (además de Foster Wallace y de otros autores que también la adoraron en su momento), nos dice en el prólogo que siempre vuelve a Personajes Desesperados y que lo hace intentando encontrar nuevas respuestas, para descubrir esas puertas ocultas que se le hicieron invisibles en anteriores lecturas, para ver, en definitiva, si le ayuda a entender en qué consiste vivir. Pero nunca lo consigue y entonces vuelve a releerla, una y otra vez, una y otra vez, y siempre encuentra una nueva y fascinante novela.
Yo le haré caso, sin duda. Volveré muy pronto a ella, con renovada fascinación y usted, si no me lo hace a mí, perderá una ocasión única para disfrutar con una lectura de primer nivel y entonces quizá se de cuenta demasiado tarde que el gurú del vídeo mentía como un bellaco y quizá sea ahí cuando comprenda que a lo suyo y a lo mío no se le puede llamar “crisis de los cuarenta”.