La novela negra española vive una edad dorada en la que no se aprecia un final cercano. La gran cantidad de buenas historias que llegan a nuestras librerías le hacen a uno ser confiado, y cuando nos encontramos con el binomio “novela negra” y “escritor español”, sabemos que tenemos un alto porcentaje de posibilidades de estar ante una lectura, cuanto menos, prometedora.
Y eso mismo me ha pasado con Perversidad, la segunda novela del escritor donostiarra Javier Sagastiberri, protagonizada (al igual que la primera) por la oficial de la Ertzaintza, Itziar Elkoro y su compañera, la suboficial Arantza Rentería. Ambientada en Vizcaya, esta novela se inicia en la playa de Azkorri, donde aparece el cuerpo sin vida de Jacobo Macallister, miembro de la familia Olarizu de Neguri, un selecto barrio de Guecho donde vive la burguesía del lugar. Jacobo fue siempre un padre de familia ejemplar, pero dos años atrás había decidido dar un cambio a su vida saliendo del armario de una forma de lo más llamativa; haciendo una peculiar performance del martirio de San Sebastián en una de las carrozas del Gay Pride del madrileño barrio de Chueca.
Lo primero que llama la atención de la novela es lo rápido que sucede todo. En la primera página ya tenemos el cadáver, y en la segunda ya tenemos a la Ertzaintza investigando. Nada de presentaciones, nada de circunloquios. Itziar y Arantza… ¡pónganse ya a investigar! Este dúo de investigadoras, pese a lo diferente de su carácter, parece congeniar bien. El autor define muy bien el perfil de cada una, añadiéndole un toque de humor a los personajes que es muy de agradecer, como en la primera visita a la casa de los Olarizu, que tiene alguna que otra escena en la que las carcajadas salen solas.
Perversidad es una novela que respira y destila aroma vasco por los cuatro costados. Javier intenta reflejar en todo momento la especial idiosincrasia de sus gentes. Se nota la diferencia entre Itziar y Arantza, dos guipuzcoanas entre vizcaínos, o la existente entre un hincha del Athletic y alguien a quien no le gusta el fútbol. Y también se nota esa diferencia social tan marcada, sobre todo en el norte del país, entre la gente humilde y los habitantes de los barrios más selectos de Bilbao y alrededores.
La investigación de las dos protagonistas sucede deprisa, quizá demasiado. En ocasiones se echa de menos un poco de calma por parte del autor para profundizar en ciertos asuntos o investigar más a fondo pistas y personajes. Aun así, el curso de los acontecimientos lleva a las dos ertzainas por lugares muy interesantes, descubriendo poco a poco la cantidad de males que habitan en el ser humano y conociendo de primera mano cómo los miedos y los odios acumulados en el pasado pueden llenar el presente de maldad y, sobre todo, y como reza el título del libro, de perversidad.
He de decir también que esta novela tiene un elemento que ha conseguido descolocarme bastante. Uno de los capítulos del libro, llamado Troncalidad, hace un pequeño paréntesis en la narración, y lleva a las dos protagonistas a investigar otro brutal asesinato en la zona. Por una parte, analizando ese capítulo individualmente, encontramos un relato corto bellísimo, muy interesante y que trata un tema muy desconocido y explicado a la perfección, el de la troncalidad y las herencias en el derecho foral vizcaíno. Pero, por otra parte, ese capítulo, aunque importante a la hora de resolver el caso, corta mucho el ritmo de la narración y hace olvidarse al lector por un momento todo lo sucedido en el asesinato de Jacobo Macallister.
Pero me gustaría analizar más globalmente Perversidad. Pese a esos pequeños detalles, la novela que Javier Sagastiberri nos propone consigue un aprobado más que notable, ayudado sobre todo por su buen final, lleno de tensión y acción. Pese a ser el segundo de la saga, y hacer algunas referencias al primer título de la misma (El asesino de reinas), la novela puede leerse y disfrutarse sin haber leído la anterior. Así que léanla y verán que eso de que “novela negra y escritor español es sinónimo de acierto” es algo bien fundamentado y comprobado.
César Malagón @malagonc