Reseña del libro “Peter Pan”, de James M. Barrie y Svetlin Vassiley
Para llegar al increíble mundo de hadas que es el País de Nunca Jamás es necesario acceder al gran teatro de la fantasía donde se representará la obra. De puertas para afuera, dejamos todo aquello que conocemos, que nos resulta simple, vulgar, adulto y tedioso; una vez cruzamos las puertas del teatro, empezaremos a sentir un cosquilleo, una sensación de ingravidez como la que se siente instantes antes de que nuestra mente comience a soñar. Nos maravillaremos con la decoración del lugar, el suave y pulcro terciopelo de las butacas, la moqueta por la que avanzamos, los ornamentos de los palcos y la balaustrada adornada con motivos dorados y mármol; frente a nosotros, el par de escalones ascendentes del proscenio y la boca del escenario aún cubierto por un gran telón rojo con cordeles dorados; y sobre nuestras cabezas, los frescos que decoran el techo donde se muestran las máscaras de la comedia y la tragedia, presidido todo ello por una enorme lámpara de araña que ilumina el gran teatro. Ya estamos en nuestra perdida imaginación de niños. El acomodador nos llevará a nuestras respectivas butacas en el patio o en los palcos, donde nos sentaremos ansiosos de lo que pueda ocurrir una vez suba el telón. Y cuando el telón se abra, como si de una ventana se tratase, solo queda volar a través de ella y seguir la dirección que nos indican, la segunda a la derecha y luego todo seguido hasta la mañana para llegar a Nunca Jamás.
Peter Pan, de James M. Barrie es la obra fundacional del poder de imaginar como un niño. No solo se trata de un cuento de hadas, no es solo una novela o teatro con mil y una reinterpretaciones y lecturas, no es solo un mito. Es todo eso con la capacidad de hacerse eterna, de devolvernos al sitio más olvidado de nuestra mente infantil y recuperar aquello que nos hacía volar. También lo es por su gran calado psicoanalítico y las visiones que ofrece sobre la edad infantil. Peter, el niño que no crece, perdura como personaje, como fábula para antes de ir a dormir, y hasta como síndrome clínico de comportamiento. Su desparpajo y descaro, soberbio y testarudo como él solo, quedan perdonados por su pícara sonrisa aún de dientes de leche y la encantadora comisura derecha de su boca. Claro que también, Peter Pan, el niño que nunca crece es un vengador que acuchilla piratas mientras cacarea de alegría, es temido por las madres porque rapta a sus hijos para llevarlos a Nunca Jamás, trata con crueldad al resto de niños perdidos y se regodea de que nadie puede llegar a ser como él, llora todas las noches por las pesadillas que sufre y detesta a las madres. Peter Pan ha cristalizado como símbolo del niño perdido, de aquellos que crecieron demasiado deprisa, de quienes no tuvieron oportunidad de soñar y murieron demasiado pronto, de quienes sufrieron soledad, de quienes gozan de alegría en sus juegos imaginarios. Peter no crece nunca porque, de algún modo, en él reside la magia de ser niño y nos la recuerda a quienes ya lo hemos olvidado.
Esta edición de Libros del zorro rojo cumple con su eslogan “el arte de editar”. Traducido por Mauro Armiño, nos presentan la versión íntegra de un texto nada ingenuo de la obra del gran dramaturgo James M. Barrie. Y precisamente esa impronta teatral, de como muchas veces nos ha llegado Peter Pan, se palpa en el arte de Svetlin Vassiley, coprotagonista de esta edición. Este dibujante búlgaro se ha consagrado en la ilustración de libros clásicos por los que ha recibido, entre otros, el Premio Nacional de Ilustración por Don Quijote. Sus ilustraciones se suceden en las páginas del libro como si pequeños cuadros teatrales fueran. O casi, dado el carácter acrobático de los niños perdidos, como una danza en los movimientos de las figuras. También en los escenarios que recrea, con fantásticos dibujos del barco pirata Jolly Roger del temido Capitán Garfio, la habitación de Wendy y el uso de elementos simbólicos en sus composiciones. En el uso de colores y las formas de las figuras se aprecia la influencia de las pinturas de Gustav Klimt, todo un goce para la vista. Sea cual sea el motivo que te acerque a leer esta edición de Peter Pan, créeme que no hay nada como sentir que él, el niño que nunca crece, te lleva de vuelta a ese teatro tan fabuloso que olvidamos en nuestra imaginación siguiendo la dirección exacta, la segunda a la derecha y luego todo seguido hasta la mañana. Bienvenido al País de Nunca Jamás.