Píldoras azules, de Frederik Peeters
Dicen que la realidad siempre es más dura que la ficción. También hay veces que dicen que por mucho que leas, la vida siempre te puede sorprender mucho más que las páginas que tienes entre las manos. Y, por último, hay personas que dicen que uno no puede descubrir nada nuevo en un libro. A todos aquellos yo les digo: ¡estáis muy equivocados!. Y si no os lo creéis, pasad un momento, unos breves minutos si queréis, por las páginas de esta novela gráfica, y descubrid que la historia que en ella se cuenta es una gran historia de amor de nuestro tiempo tratado con mimo, con pasión, con un respeto tan íntimo, tan puro, que si alguien no se emociona, es que, lo siento, no tiene corazón suficiente.
Cati tiene un niño de tres años. Un buen día, ella y Frederik se conocen y empiezan una historia de amor. Se conocen, se quieren, reflejan lo que es una pareja hoy en día. Son felices, en definitiva. Pero si miramos por la mirilla, si nos convertimos en espectadores privados de esta pareja, nos daremos cuenta de un dato que, hasta entonces nos había pasado desapercibido: Cati y su hijo son seropositivos.
Frederik Peeters creó esta historia en 2001. Y doy este dato porque me parece importante para el contexto de la novela. Hace unos años, el tema del VIH estaba en pleno auge y muchas cosas se decían sobre el tema. Desde la estigmatización hasta la culpabilidad, prácticamente eran sinónimos de todas aquellas personas que lo padecían. Por ello, elogio, qué digo, no sólo elogio, adoro con todas las letras que el autor retrate en “Píldoras Azules” una historia de amor lejos de todos aquellos prejuicios que ensombrecieron la vida de muchas personas. Porque esta novela gráfica es una historia de amor, simple y llanamente. Un amor que trasciende los límites de la realidad, un amor entre hombres, mujeres y niños, un amor lleno de pureza, de latidos de corazón que te golpean en el pecho y te dejan sin aliento, de lágrimas que se te quedan en la cuenca del ojo a punto de salir, y de risas, sí, risas, aunque pueda parecer un tema lo suficientemente duro. Porque, en eso radica el éxito de “Píldoras azules”: centrarse en la historia de amor, utilizando como detalle la enfermedad. Y es que, ¿acaso no es el amor sino un sentimiento grande lleno de pequeños detalles?
La casualidad, muchas veces, nos regala historias que no puedes soltar. Que se quedan en tu memoria aunque pasen los años. Historias que recomiendas, que prestas a conocidos con petición de vuelta obligatoria, que regalas. Y esta es una de ellas. Cuando la leí por primera vez, me quedé conmocionado por algunas de las imágenes que Frederik Peeters había hecho aparecer en sus páginas. Imágenes en blanco y negro que, sin ningún diálogo, encierran tanto dentro que cuando las vuelvo a mirar al escribir esta reseña, me siguen emocionando. He perdido la cuenta de las veces que he regalado “Píldoras Azules”, de lo que sí estoy seguro es de que lo seguiré haciendo durante muchos años más. Porque cuando una historia es buena, hay que conocerla, hay que sentirla, hay que dejarse llevar a su mundo y meterse de lleno en él.
Porque, cuando es la vida la que se empeña en amargar las buenas historias, son los libros como éste los que pueden hacerte recuperar la ilusión. Y eso, eso, eso… siempre me ha parecido grandioso.