¡Pinches jipis!, de Jordi Soler

¡Pinches jipis!El autor podría haber tenido un nombre más mejicano, una novela no. ¡Pinches jipis! es una obra extraordinariamente divertida, gamberra, y muy mejicana. No lo digo por el escenario ni los personajes, ni siquiera por el lenguaje (en realidad se echa de menos que sea aún más local), sino porque la realidad que parodia es allí más realidad que parodia, mientras que sólo aquí, a nuestros ojos occidentales, parece exageradamente satírica. Me habría encantado leerla con ojos mejicanos, créanme, pero sólo porque siento una gran curiosidad por saber cómo se lee allí esta magnífica novela.
¡Pinches jipis! podría ser más comedida, sin duda, pero sería otra obra. Los excesos alcohólicos del comandante Conejero, sus heterodoxos métodos y el inimaginable ambiente de un cuerpo policial conformado por agentes como El Tapir, El Espectro, El Tucumano o mi preferido, La Vacota, construyen un escenario en el que no puede ocurrir nada rutinario ni aburrido, pero gracias al talento narrativo de Jordi Soler ocurren cosas francamente difíciles de olvidar. Y aquí es donde mi curiosidad innata se desboca y se pregunta cómo se lee este libro en el lugar que lo inspira. Porque basta interesarse un poco en la realidad mexicana para concluir que pocas cosas nacidas de la mente de un narrador pueden superarla y desde luego ésta no es una de ellas. La hace ágil, divertida, trepidante, pero desde luego no la aleja de la realidad.
Un hallazgo narrativo es la costumbre del comandante Conejero de utilizar las cintas de casete que lleva en la guantera del coche como oráculo y modulador de su estado de ánimo. El otro es el whisky pero este es impagable por las referencias musicales muy de mi generación. Y el humor que sobrevuela esas cintas, como todo lo demás, es brillante y digno de mención. Y si se lo están preguntando: no, no está ambientada en los 80. Conejero usa cintas porque quiere y porque los cachitos de hierro y cromo le son más queridos que los bytes y el surround del ipod o el mp4. Sencillamente no los comprende.
Pero no vayan a creer que Emiliano Conejero es un dinosaurio, usa twitter, pero musicalmente es del siglo XX y como todo lo que hace lo vive hasta las últimas consecuencias. Sí, también el whisky.
Un hallazgo narrativo tan brillante como divertido es la figura del policía de columna, que sí, que ya sé que les habrá sonado a integrante de centuria de antidisturbios pero no, real o imaginado (lo desconozco) es bastante más literal: un policía que se esconde dentro de una columna de espejo de un supermercado para vigilar los robos. Concretamente y en este caso de comida de gato. Y curiosamente es un ejemplo de cómo se ancla ¡Pinches jipis! en la realidad, no de lo contrario.
Respecto a la trama, es sencilla, se trata de unos policías que buscan a un asesino. Estarán pensando que eso de los policías inadaptados, adictos y sin escrúpulos que se enfrentan a un misterioso asesino en serie y a las presiones de sus superiores para que solucionen un caso que escandaliza a la ciudad es todo menos original, que se puede ver en cualquier serie de televisión escogida al azar. Pues no. Cuando descubran el curioso desempeño profesional de los policías, cuando asuman que llevarse consigo a un hijo adolescente sensible e inadaptado a la escena de un crimen truculento parece una opción incluso razonable, desterrarán toda prevención de falta de originalidad.
Pero no vayan a creer que me ha encantado ¡Pinches jipis! por lo mucho que me he reído, qué va. Quiero decir que sí, me he reído mucho, pero como desde 2666 me interesa mucho México lo cierto es que no he podido hacer otra cosa que rendirme al talento de un autor que, humor mediante, consigue hacernos ver que bajo determinada perspectiva un asesino en serie que cada día mata a alguien, le arranca los ojos y se los introduce en la boca no es otra cosa que una anécdota para chismosos mucho menos grave que el día a día que éste sí, con el humor del que cada uno disponga, se vive en muchos lugares del mundo.

Andrés Barrero
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@abarreror

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