La gran literatura, esa que a algunos les llega al alma y a otros a las entrañas, no se nutre del qué, sino del cómo. Una historia universal narrada de forma anodina se queda en historia anodina. Del mismo modo, una historia personal, íntima, y aparentemente intransferible, si es narrada con talento y sensibilidad, tiene todos los números para convertirse en una historia universal. Eso es lo que hace que este lector se haya emocionado con Piruetas. Porque en esta historia de los tempranos años de adolescencia de una niña lesbiana que se levanta a las 4 de la mañana para ir a clases de patinaje se ha reconocido perfectamente este padre, heterosexual de cabello cada vez menos negro, cuyos conocimientos del patinaje artístico se limitan a saber que está prohibido caerse.
Tillie, autora y protagonista de esta novela que no es tal (¿habría quizá que acuñar el término “autobiografía gráfica”?), se encuentra en ese periodo de la vida que sólo pueden añorar ancianos desmemoriados, a saber, los últimos años de nuestra infancia y los primeros de esa prolongada tortura llamada adolescencia. Si ya es difícil, a esa edad, afrontar los cambios de nuestro cuerpo, aceptar con amargo alivio que hemos dejado de ser monos, o escribir la carta a los reyes, no cuesta imaginar lo dura que debió de ser esa etapa para Tillie Walden, una niña de carácter introvertido y que ya a los cinco años supo que no era como las demás niñas. La vida de Tillie, que se mueve entre la escuela, su mejor amiga, y el patinaje, que practica desde los cinco años, empezará a dar un vuelco lento pero inexorable el día en que su madre le anuncia que dejan la costa este y se van a vivir a Texas. A partir de ese momento, y a lo largo de casi 400 páginas, asistimos al largo y doloroso proceso de formación personal y artística de Tillie, proceso por el que, en mayor o menor medida, hemos de pasar todos, por lo menos esos adolescentes retraídos que, como Tillie, odiábamos conocer gente nueva porque, entre otras cosas, nunca sabíamos qué decir.
En Texas se encuentra Tillie con una pista de patinaje más fea y menos acogedora que la que la vio crecer en Nueva Jersey, con una disciplina deportiva diferente, con unos nombres de figuras que ella desconoce, y, sobre todo, con el acoso escolar. Por otra parte, en casa todo sigue igual. Su madre parece siempre medio ausente y Tillie se siente mucho más próxima a su padre. Ninguno de los dos, sin embargo, se molesta jamás en ir a verla competir. Todo ello, naturalmente, acentúa esa asfixiante sensación de soledad que puede producir la adolescencia, hasta que, quizá como triste mecanismo de defensa, Tillie descubre que donde se encuentra más a gusto es en la impersonal soledad de esas habitaciones de hotel a donde la llevan las competiciones. Al mismo tiempo, el patinaje deja de ser, si es que algún día lo fue, un placer, y nuestra amiga, por suerte para los amantes de la novela gráfica, empieza a buscar otras formas de expresión artística
Cuenta la autora en las interesantes notas finales que, inicialmente, Piruetas iba a ser un libro sobre el patinaje. Poco a poco, sin embargo, otros motivos, recuerdos, momentos y fantasmas de su pasado fueron adueñándose de la historia y el patinaje quedó como metáfora. Cada capítulo nos remite a una figura artística, pero lo que nos encontramos en ellos es un fragmento más de esa catarsis en que se convirtió la adolescencia de Walden. A veces es difícil encontrar sentido a algunos de esos recuerdos que marcan nuestra vida, como le sucede a Tillie con el accidente de coche que se produce a pocos milímetros de donde se encuentra, sentada en la hierba en mitad de la noche esperando que la recoja su madre. En otras ocasiones, el recuerdo es sumamente doloroso, como esa escena en que su tutor intenta abusar de ella. Y uno se sorprende una vez más del enorme talento de esta autora de apenas 22 años, que, con un trazo sencillo y un extraordinario uso del color (puede parecer una tontería, pero el empleo del amarillo, puntuando los momentos de calor, esperanza o fugaz felicidad, es impresionante), ha sabido plasmar unas emociones, recuerdos y sentimientos que sólo antes de la lectura podrían parecernos ajenos.
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