Cuando estudiaba en Salamanca algo completamente ajeno a una carrera de letras, merodeaba por los soportales de la Plaza Mayor un personaje extraño, humano y no a la vez, que asaltaba a los turistas y a los locales con unas hojas mecanografiadas al grito de “¿te gusta la poesía”? Todos, románticos perdidos, le dijimos que sí la primera vez a aquella señora, mezcla estética de la Bruja Avería y Pris Stratton, para descubrir con disgusto a continuación que aquellos poemas que vendía “por la voluntad” eran lo peor que nos habíamos echado a la cara hasta aquel entonces.
Quizá fue en ese momento cuando aprendí algo que luego me ha acompañado toda la vida. No me gusta la poesía, tal cual, como no me gusta la música per se ni cualquier película. Me gustan cierta clase de poemas, de sonido y de cine. Eso, que es fácil de entender cuando se compara el glam con el reguetón (y no diré cuál de los dos adoro), a veces sigue siendo necesario de explicar cuando se toca el tema literario.
Todo esto para decir que ya sabía que me gustaba William Carlos Williams cuando empecé este Poesía reunida que ha publicado Lumen. Igual que me gustan Walt Whitman, anterior, y Ferlinghetti, entre los muchos que vendrían después. Entre todos forman una suerte de árbol genealógico de mis lecturas y preferencias en el que todas las ramas parten del mismo tronco. Sin renunciar a la búsqueda de los límites del lenguaje, se trata de poetas que convierten sus creaciones en campos de ideas más que en alambradas de palabras. Cierto aire de ruptura une a todos ellos, pero también de cotidianidad, un deseo por nombrar las cosas pequeñas y por apurar en ellas cualquier gota de belleza sin tener que exprimirlas hasta que revienten. Por eso me encuentro mucho más cerca de ellos que de contemporáneos suyos, como Pound y Eliot, por poner un ejemplo que viene al caso.
El libro no ha hecho más que confirmar esa impresión, que ya había tenido anteriormente leyendo Paterson y alguno de los poemarios que aparecen en este volumen. Porque lo primero que hay que advertir es que aquellos que hayan visto la película de Jarmusch y lleguen hasta aquí buscando Paterson ya pueden darse la vuelta y volver por donde han venido. Poesía reunida contiene cuatro obras de William Carlos Williams, de entre una creación total que ronda la cuarentena, así que no es ni una antología ni una poesía completa, y ni siquiera es una compilación hecha por el propio poeta en vida. Incluye eso sí, quizá sus tres obras más importantes fuera de Paterson (La música del desierto, Viaje al amor y Cuadernos de Brueghel) y una de las más destacadas de su etapa inicial (Kora en el infierno).
Kora, precisamente, aparece por primera vez volcado al castellano. Buena noticia. Cargado de ritmo, mucho más lleno de improvisación que sus obras posteriores, una especie de Williams en crudo, en el que se permite además ciertas diatribas contra sus coetáneos. En este sentido la introducción resulta bastante explicativa, y es imprescindible para entender esta época del autor su desacuerdo con Pound y Eliot y su giro hacia lo que sería una poesía estadounidense propiamente dicha, fuera del sesgo europeísta de aquellos. Tiene un valor indudable, pero desde el punto de vista de la coherencia del volumen no termino de ver el sentido de su inclusión junto a los otros tres, teniendo en cuenta además que se colocan en orden cronológico y Kora, admitámoslo, es el más indigesto de los cuatro.
Después de esta primera etapa, nos zambullimos de lleno en el Williams posterior a Paterson, un pediatra con varios infartos a sus espaldas que comienza a ver cómo se le escapa el aliento vital y enfrenta la decadencia con lo mejor que tiene: sus palabras. Las páginas de lo que serían sus tres últimos libros de poesía están llenas de referencias a la muerte y al descenso, son un viaje por la memoria y por los estertores del deseo sexual. Williams no pierde nunca de vista su particular fraseo (el “pie variable”) con el que trata de asemejar el ritmo de sus poemas al habla de la calle. Esto es lo que lo hace verdaderamente original y un hecho diferencial que podría haberle hundido pero que terminaría por alzarlo a los altares de la poesía, alabado por Wallace Stevens o Allen Ginsberg.
Poesía reunida llega publicado por Lumen en una edición primorosa, robusta y de calidad con un precio bastante decente, para la que no puedo tener más que buenas palabras. La introducción de Juan Antonio Montiel resulta completa y nada tediosa, y por último el hecho de que sea bilingüe permite que pueda incluso apreciarse el famoso “ritmo” que el autor imprimía a cada poema. Espero que a nadie le asusten sus más de 500 páginas y dentro de un tiempo se hable más de William Carlos Williams por alguno de estos poemas que por una (buena) película. Y de la poesía como campo de batalla de luchas variadas y amores múltiples.