Poeta en Nueva York: cita en Manhattan, de Federico García Lorca
Hay nombres que siempre están unidos a la maestría, a ese saber erizarnos la piel, a combatir el tedio, la desesperanza, uniéndolo a las emociones que nos hacen sentir sus palabras, ya sea en frases interminables, cortas, o en versos que se clavan como pequeñas dagas que van hundiéndose en la piel lentamente, sin poder evitarlo. Y también se encuentra otro arte, esta vez el de la fotografía, que nos ayuda a poner en imágenes aspectos de una vida que podría denominarse eterna y que no es otra que la de Federico García Lorca, uno sino el poeta, que forma parte indisoluble de la métrica española, y que permanece en la retina lectora y el corazón de cada uno de aquellos que han llevado un libro en sus manos. Pocas veces podremos decir que nos encontraremos ante un elemento como éste, ante un proyecto como éste, en el que las fotografías se reflejan como lo hacen las letras en quien las lee, recorriendo la piel, o quizá sólo acariciándola como una pequeña pluma que transforma lo leído en lo vivido, que consigue que lo sentido sea lo más importante, casi me atrevería a decir que lo único, cuando en este mundo caótico surge la figura del poeta y todo lo demás se elimina, acaba cayendo por su propio peso, y lo único que queda, como batalla diaria en la que estamos destinados a lidiar, es reconocer que en una sola palabra, en un solo verso, hay capacidad suficiente para describir, de nuevo, y para siempre, lo que se esconde dentro de un alma, de cualquier alma en la que las letras se convirtieron, por pasión, en un refugio propio donde resguardarnos de los fantasmas.
Siempre digo, y lo mantendré hasta que mis manos dejen de poder escribir o mi voz se vuelve afónica permanentemente, que los libros deben convertirse en pequeñas experiencias, o en grandes experiencias, o en cualquier caso, en experiencias que nos guíen de alguna manera por caminos que no habíamos tenido la osadía de cruzar, o que simplemente desconocíamos por estar demasiado ciegos como para verlos. Poeta en Nueva York: cita en Manhattan convierte lo ya conocido, la poesía de Federico García Lorca en una experiencia diferente cuando vemos sus letras unidas a las bellas fotografías que lo acompañan. Algunos, quizás los puristas más acérrimos de la poesía, entiendan que este título es una pequeña traición a lo que el poeta nos dejó, pero yo nunca he sido corto de miras, nunca he dejado que un nuevo formato me ciegue lo suficiente como para no ver lo que de verdad importa: la intención. ¿Y cuál es?, podríais preguntarme. Es obvio que yo, sin tener nada que ver con esta edición, poco puedo decir al respecto más que conjeturar el verdadero propósito de lo que aquí acontece, pero sí diré que a estas alturas, después de haberme perdido entre las páginas, entre las imágenes, poco importa el objetivo, cuando el resultado es algo tan placentero y visible como lo que yo he tenido la suerte de disfrutar. Nos pasamos la existencia buscando un objetivo a todo lo que nos rodea, olvidando que a veces las cosas, únicamente, hay que sentirlas.
Poeta en Nueva York: cita en Manhattan presenta algunos de los mejores poemas de Federico García Lorca, pero también algunas de las más bellas estampas de una ciudad que no duerme nunca, esa ciudad inmensa donde perderse es casi una obligación, y donde las palabras del poeta permanecerán para siempre ligadas a una edad, a una época, por mucho que las generaciones se sucedan, por mucho que los públicos cambien, por mucho que los siglos avancen rápidamente y su caminar sea prácticamente imperceptible. ¿No es maravilloso que haya una oportunidad para detener(nos) en el tiempo? Abramos los ojos, disfrutemos de lo que se nos propone, olvidémonos de la rutina y los sinsabores que un buen día hicieron mella en un oscuro pasillo en penumbra. Lo relevante es aquello que permanece, lo que se pega a nuestra piel y se convierte en compañía, no sólo en simple mancha que arrastrar con nosotros. Si entendiéramos eso, si disfrutáramos una y otra vez de esta edición, comprenderíamos que por mucho que el tiempo cree realidades muy diferentes entre sí, la poesía siempre llegará a un rincón que, imperceptible, es como los pequeños detalles: lo esencial.