Por suerte, uno tiene sus contactos. Entiéndame, no se vaya usted por ahí: me refiero a que, desgraciadamente, en muchas ocasiones es muy difícil acceder a ciertos libros. Le hablo de esas joyas desconocidas, inclasificables o descatalogadas, incluso. Esas obras de arte que han quedado olvidadas o las que ni siquiera recibieron en su momento un justo tratamiento habiendo sido escritas, algunas de ellas incluso, por los personajes más célebres de la literatura universal. Son esas que, a pesar de todo lo que ha caído sobre ellas, siguen brillando con una luz poderosa e inagotable por los siglos de los siglos, amén y que, una vez halladas o descubiertas, se convierten, sin ninguna duda, en una experiencia lectora inolvidable y transformadora para el explorador de turno.
Así que, menos mal que uno tiene (esos) contactos. Porque uno (en este caso, una) de esos contactos me recomendó hace tiempo que leyera a Stanley Elkin, escritor cercano al postmodernismo norteamericano que fue injustamente tratado pero que escribió varias obras reconocidas y hasta premiadas en su país en las décadas de los 80 y de los 90. Elkin, además, escribió este maravilloso libro de cuentos que hoy le vengo a recomendar yo a usted titulado (en su versión española) Poética para Acosadores, (editado por primera vez aquí en 2018 por Ediciones Contra, otra editorial independiente que apuesta a vida o muerte por literaturas arriesgadas y que además cuida muchísimo la presentación de sus libros). Pues si no fuera por ella, le decía, por mi contacto, es posible que yo no hubiera encontrado nunca este estupendo libro de relatos y puede que también, incluso usted, mucho más sociable que yo seguramente, tampoco hubiera dado con él. Por lo tanto, ambos estamos de enhorabuena y yo, ya desde muy pequeño, no sólo aprendí a decir culo y teta y Madonna sin parar, sino que también aprendí a decir gracias y como me mola.
Por lo tanto, gracias, porque leer estos fantásticos nueve cuentos de violencia, locura y soledad, como los subtitula la editorial en su formidable y sugerente portada de color amarillo-maldición, me han llevado a recordar lo cerca que estamos todos de perder la cabeza y de naufragar estrepitosamente en esto de la vida, si es que no lo hemos hecho ya. Porque, como ocurre por las calles que usted y yo transitamos, en Poética para Acosadores nos encontramos con hombres y mujeres (y niños) amargados, vacíos, sufrientes y solitarios que parecen estar esperando, simplemente, el definitivo golpe de gracia. Sin embargo, el amigo Stanley le pone el condimento ideal a un plato que suele ser de difícil digestión: el humor. Y bien ácido, muchas veces. Y absurdo e irreverente otras tantas de ellas. Por eso, una vez pochada la leve sonrisa y tras añadirle otro poco de fina ironía y de cierto sarcasmo inteligente, usted tendrá un guiso de cuentos duros, de lenta digestión, complejos y profundos, sí, pero aromatizados por Elkin con sabiduría y erudición, con psicología y pericia técnica y con mucha, mucha humanidad (y discúlpeme usted la tontuna del símil, pero después de leer a Faulkner, al que, por cierto, huelen algunos de estos textos, uno no da para mucho más).
La esperanza y el deseo recorren cada uno de los cuentos de Elkin. Son los deseos por estar en paz. O los deseos de obtener justicia, reparación. El deseo de venganza. Pero también está la otra cara de la moneda, la necesidad imperiosa por ser amado y comprendido. Las ganas de no estar siempre solo y perdido por el mundo, el anhelo del abrazo. O como dice Morty Pelmutter en el fantástico cuento titulado Pelmutter en el Polo Este, la “constante búsqueda del verdadero sentido de la vida”. Son cuentos, en definitiva, que ladran desaforados al mundo, a esta sociedad caníbal que nos da de comer y nos fríe en la olla al mismo tiempo.
Leer relatos de este calibre casi nunca es posible. Y más si se trata de un libro que, por desgracia, no encontrará fácilmente en la mayoría de las estanterías. Por eso, haciendo un rápido recorrido mental, tengo claro que leer Poética para Acosadores ha sido una de las cosas más satisfactorias que he hecho durante este largo confinamiento (además de no llevar a mis hijos al colegio), y le recomiendo a usted que haga igual que yo (incluido también lo del colegio).
Pero pase lo que pase, lea lo que lea o haga lo que haga finalmente, no se olvide, sobre todo, de lo importante que es hacerlo con cabeza, y con-tacto.