Presentación de “La noche de los tiempos” de Antonio Muñoz Molina
Así, que, cuando un señor rondando los 50, con barba algo cana, y gafas de montura negra, traspasa el umbral, nos detenemos a contemplarlo, evaluando si irradia el aura de un escritor prestigioso, que reside en Nueva York, que ha dirigido el Instituto Cervantes de dicha ciudad, casado con otra reconocida escritora, Elvira Lindo, y no separamos nuestros ojos de él hasta que finalmente toma asiento, disculpándose al tener que levantar a los que ya se hallaban sentados, para acceder a uno de los escasos asientos libres.
En esos instantes, una puerta lateral, en la que nadie había reparado hasta entonces, se abre discretamente, y como alumno que llegase tarde a una lección magistral, Muñoz Molina, precedido por el periodista que moderará su intervención, avanza hacia la consabida mesa, botella de agua y libro bien expuesto para que todos alcancen a ver y recordar su portada.
Alzo la mano, noto cómo se me acelera algo el pulso hasta que el moderador me señala, y entonces, le pregunto sobre cómo se plantea la estructura de la obra, si hace un esquema general previo, o si la obra se va autorrevelando a medida que va siendo escrita, instando a seguir nuevas tramas y desarrollar a ciertos personajes que antes sólo eran sombras.
“Decididamente la segunda”. Y se lanza al relato iluminado de cómo una tarde poco productiva, cuando ya se encontraba preparando la cena, reparó en un simple tenedor, y pensó, que gran invento el tenedor, y a partir de ahí surge un personaje de la novela, que empezó ocupando poco espacio en ella, hasta acaparar casi la mitad de la misma, un profesor de diseño que encomia a sus alumnos a centrar su atención en los objetos más simples, o más bien, en aquellos a los que estamos más acostumbrados y que nos resuelven tantos asuntos prácticos en nuestro día a día, como una mesa o un vaso.
El mismo protagonista de “La noche de los tiempos” es un arquitecto que parte de Madrid en el verano del 36, y desde su precaria situación en Nueva York, no puede dejar de admirarse ante la grandeza del paisaje natural y artificial del Hudson, mientras que en España, simultáneamente, tantas personas, tantos recursos y tanta sangre, se emplea en una devastadora tarea destructiva.
La facilidad con que se destruye lo que cuesta tanto tiempo y esfuerzo construir junto a otras reflexiones en absoluto ostentosas, pero que inevitablemente pusieron de manifiesto el extenso bagaje cultural del autor, producto inevitable de una curiosidad voraz, hizo que el tiempo destinado al acto hubiese de terminarse, pero la amabilidad de este gran autor se extendió a detenerse a atender a cada uno de los lectores que rápidamente formamos una gruesa fila con nuestros ejemplares bajo el brazo, ávidos de una dedicatoria, mostrándose tan cercano, tan profundamente humano, que resultaba irresistible salir con el deseo imperioso de sumergirse en su novela y seguir conversando con Antonio Muñoz Molina
Estupendo artículo Eva, me alegro de pudieras disfrutar del acto.
Impresionante artículo Eva!!!
Me alegro que haya sido una gran experiencia
¡Qué grande! 😀